Las piezas del destino

Capitulo I: El libro del protector

I

Dante terminó su jornada laboral. El día había transcurrido tan rápido, que pensó que solo había estado medio día en la oficina. Había sido también una semana fugaz, tan pronto como había iniciado la semana ya estaba esperando nuevamente el lunes. 

Caminó hacia el estacionamiento, cuando se percató que el cielo se había oscurecido. La concentración de nubes lo alertó sobre la posibilidad de que se vendría una intensa lluvia. Por tal motivo corrió hacia su vehículo antes de que cayeran las primeras gotas mientras se dispuso a abrir el auto de forma remota. Presionó repetidamente el botón remoto; sin embargo, no se activó, lo cual no había sucedido antes. Insertó directamente la llave por lo que pudo ingresar, pensando que quizás la batería del control se había gastado finalmente. Nuevamente quedó sorprendido cuando se dio cuenta de que el auto no encendía

Reconociendo su total ignorancia en mecánica sacó su teléfono móvil para poder llamar al operador de asistencia mecánica. Al parecer el grato momento que tuvo al sentir que el día transcurrió rápido se vio compensado con una ingrata mala suerte, al igual que el control y el propio auto, el celular tampoco funcionaba, pese a que tenía más de la tercera parte de batería, la última vez que lo revisó. No tuvo más remedio que volver a la oficina y pedir a algún compañero que le preste su celular para poder llamar a asistencia mecánica.

Eran las 6:30 pm, el cielo ya se encontraba completamente oscurecido pero afortunadamente, luego de tanta mala suerte, aún no iniciaba la lluvia. Llegó a la puerta del edificio administrativo donde se encontraba su oficina, agradeciendo que la zona de estacionamiento se encontraba cerca, ubicados ambos en la parte posterior de la empresa, rodeado de las distintas plantas de producción. Por lo cual, pese a ser una empresa con un gran número de trabajadores, era normal no cruzarse con otras personas en ese corto trayecto.

Estuvo a punto de ingresar, cuando un fuerte chillido se oyó a lo lejos. No se asemejaba a algo que haya escuchado anteriormente. Si bien no distinguía qué podía ser lo que emitía tal ruido,  sintió  instintivamente la necesidad de ponerse a buen recaudo. 

Con el corazón acelerado, Dante abrió la puerta, de tal forma que parecía que hubiese intentado arrancar la puerta de su marco. Corrió al interior de las primeras oficinas sin importarle que la suya se encontraba en el quinto piso, pero no encontró a nadie. No había señales de aquella cosa que emitió aquel perturbador ruido, por lo que corrió por las escaleras hasta el segundo piso, no pensando en su prisa en intentar utilizar el ascensor. Nuevamente al ingresar al ambiente de oficinas no encontró a ningún otro trabajador.

De cubículo a cubículo fue corriendo buscando si había alguien agachado a quien no hubiera podido ver a primera vista, sin percatarse los cambios que habían sucedido a su entorno y a su propio ser. Fue cuando en un intento de calmarse, ingresó al baño para echarse un poco de agua.

Casi sufre un infarto cuando vio su reflejo. Sus ojos, anteriormente marrones, se habían tornado dorados, de tal forma que parecía que emitían su propia luz. Su cabello se había tornado gris, aunque su piel y otras partes de su cuerpo, afortunadamente, no habían sufrido cambio alguno, más allá de los fuertes latidos de su corazón que aún no se calmaba. 

Estaba aún sentado en el suelo, la sorpresa de haber visto su reflejo lo tenía aún ahí. Aún dudando si era real lo que experimentaba o si era solo suelo, supo que debía calmarse. Intentó reponerse para finalmente poder tomar un poco de agua. Los fuertes y constantes latidos se calmaron un poco, aunque empezó a sentir una rara sensación recorriendo el interior de su cuerpo. Sintió sus brazos y piernas completamente rígidos, sin poder moverse, solo pudiendo verse a sí mismo en el espejo, sufriendo, paralizado y de pie, sentía que su cuerpo entero se encontraba a punto de explotar. Sus ojos comenzaron a brillar incluso más que antes, hasta que luz similar a aquella que por sus iris emitía, comenzó a emanar de todo su cuerpo.

Quedó nuevamente tendido en el piso, el dolor ya había desaparecido, su corazón retornó sus regulares palpitaciones. Al girar su cabeza de lado, encontró algo que no se encontraba ahí antes, un oscuro y grueso libro con su nombre grabado en la parte inferior de la portada, cuyo texto estaba encabezado por “El grimorio del guardián”.

 




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.