Las postales de Nart

Capítulo 6 - Gabriel

El domingo no tocaba hacer nada, Nart pasó la mañana con Ade. Pasearon por el pueblo y estuvieron un buen rato sentados en el banco de la plaza. Hablaron de lo que hacía él en Betlan, ella le contaba sus recuerdos de cuando era pequeña, de su padre, y de su madre. Así estuvieron hasta que, sin darse cuenta se pasó la mañana, ya era medio día, la hora de volver a casa. El Domingo era el único día que comían todos juntos. A esa hora los hombres volvían del bar, los niños de jugar, y la madres y abuelas de misa. Algunas con sus vestidos negros recién lavados y planchados, otras son su delantal limpio, sin manchas. Nada más entrar en casa ya se notaba la mala ostia de su tío, algo que a Nart no le gustaba, le ponía nervioso. La mesa estaba preparada con la cubertería buena, pan recién hecho y vino, acompañado con el inconfundible olor a tarta recién horneada. La tía en silencio terminaba de preparar la comida. Luego en la mesa, ni una sola palabra salía de él, comían sin apenas levantar la cabeza del plato. Nart la giraba de vez en cuando para mirar a la tía, buscando consentimiento para hablar, pero su tío le desaprobaba solo con mirarle de reojo. 
   - Esta tarde me acompañaras para que conozcas a mi amigo Gabriel, te enseñará a tirar con la escopeta, de eso él sabe bastante -
   - Vale tío Alberto - contestó sin ninguna convicción.
   - Tienes que tener cojones para disparar el gatillo, para que alguna vez podamos ir de caza -  
   A la tarde caminaron hasta el final de la cuesta, pasaron la última casa, en los límites del pueblo. Pasada la parroquia de San Juan Bautista se divisaba la única casa del robledal, esta se extendía hasta el cruce con el camino del río. Allí estaba la casa del señor Gabriel.  
   Alberto miró a lo lejos haciéndose sombra con la mano en la frente, Nart se quitaba el barro de las botas dando golpecitos contra el suelo, intuyendo que llegaban. 
 Saludaron a Gabriel, que ya estaba esperando a unos metros de la entrada a la casa, portando una escopeta en el hombro.
   - Hola Gabriel, ¿todo preparado? - saludo Alberto.
   - Hola señor Gabriel - saludó también Nart, mientras se ponía al lado de él.
Tras la casa, en un pequeño descampado, Gabriel había preparado unos troncos para la ocasión. Con más ganas que imaginación, se apresuraron a colocarse frente a aquella dianas de leños. 
   - Venga, que tire el niño, coño! - dijo Gabriel.
  - ¿Tú quieres tirar Nart? - no llegó a contestar cuando Gabriel abrió la escopeta, introdujo dos cartuchos, se puso de rodillas detrás de él, colocó la culata en su hombro mientras daba instrucciones.     
   - Atento, apunta a ese tronco de ahí, el que tiene la marca blanca. Mira por aquí coño, solo  con un ojo, que la mirilla quede justo donde el punto blanco -
   - ¿Preparado? - le susurraba.
   - Sí -
   - Pon fuerte el brazo -
   - Vale - contestaba Nart ya un poco agobiado.
   - Despacio, aprieta el gatillo -.... y lo apretó.
La detonación hizo que el cañón le tocara la oreja. Falló el tiro por más de un metro.
   - La madre que parió..... ni te has acercado -
Nart había cerrado los dos ojos, no apuntó por la mirilla, ni disparó despacio. No quiso acertar, solo  recordaba las palabras de Moisés; su lucha la haría con el gatillo de la cámara de fotos. No mataría a ningún animal vivo, ni a nada, más bien lo inmortalizaría en una captura fotográfica. No podía imaginar si en vez de troncos fueran animales. 
   - Yo, cuando tenía tu edad, mi padre me levantaba a las cinco de la mañana y me arrastraba hasta el tractor para ir al monte a cazar. Me enseño a disparar sin moverme del sitio, apuntaba y disparaba en cuestión de segundos, antes de que el animal se percatara. Contaba Gabriel con excitación.
   - Y sabes qué, que durante la guerra, y más después, me sirvió para salvar la vida, y salvar las de muchos otros -
   - Venga, Gabriel, no le comas la cabeza al niño con tus batallas. Bastante tiene con las suyas - re recriminaba Alberto. Entraron en casa sin mediar palabra, su tío como siempre enfadado, o metido en su cabeza, con lo que fuese que pensara. Seguramente lo había decepcionado, porque ya intuía que al chaval no le gustaba cazar. La mujer de Gabrie ya tenía dispuesta en la mesa un bandeja con una jarra de café, dos vasos, azúcar, una botella de veterano y para Nart un vaso de leche. Las discusiones también estaban servidas, primero sobre las opiniones divididas entre los vecinos, por la gestión de Alberto como alcalde, o la discusión, que si guerrilleros o fanáticos. Después, pocas palabras más se oyeron durante el resto de la tarde. Nart preguntó por Elías; el Pichas, hijo del señor Gabriel.
   - Hoy Elías se ha ido a casa de los tíos -  
No fue una tarde entretenida. Solo  quería irse de allí, no le hacía ninguna gracia estar tanto tiempo con su tío escuchando discusiones, que para él, carecían de sentido, y menos aún, las discusión sobre guerrilleros. 
 




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