Las postales de Nart

Capítulo 8 - El paquete del Tío del Pichas

   Estaban los que jugaban a chapas y a la comba, los “chulitos” que jugaban a peleas en la plaza, y  él, que se hacía mayor. El que llevaba pantalones largos y camisa de manga larga, el que estudiaba todos los días, el que llevaba gorra y aprendía haciendo fotografías con el viejo. Todo eso porque era el que vivía en casa del señor Alberto y la señora Agnés, Que por alguna razón, que desconocía, empezaba a desconfiar de los dos. Si seguía allí sabía muy bien que nunca saldría. Ni dentro de cinco años, ni de veinte, ni de veinticinco.
   Habían pasado meses y aceptaba que tardaría mucho en salir de allí. La relación con su tío era más fría, distante. Su futuro era incierto, la ilusión y los planes con los que llegó se iban esfumando. Ya llegaba a pensar que nunca sabría qué pasaba con su padre. Pero de lo que sí estaba seguro, es que volvería a casa, con su madre. A revivir aquellos días viendo el sol de la tarde yéndose por la ventana. Pasando la noche al calor del brasero, con el olor a brasas inundando la cocina, mientras su madre preparaba un caldo con las verduras recién cogidas del huerto de su padre. 
   Puntual como siempre, a la seis de la tarde Nart esperaba en la plaza a que llegara Moisés, que al poco rato asomaba por la cuesta de la calle Pep la Gua, esta vez no llevaba el carrito de siempre, lo sustituía por una mochila militar, medio descosida, pidiendo la jubilación por desdichas de sus costuras mal heridas. Una mochila, transformada por el tiempo por asesinos antropófagos de telas, sufrida en la guerra.
   En ella una de sus mejores joyas del tiempo, un tesoro guardado solo por respeto al tiempo que  vivieron juntos en el cuarto oscuro; una cámara de fotos marca Wesa.
   Con reverencia sumamente respetuosa, Moisés sacó la cámara y se la dio a Nart.
   - Con esta cámara podrás aprender a hacer buenas fotografías. Solo tienes que cuidarla como si fuera un tesoro -
   - Gracia Moisés. ¿Podre hacer algunas hoy? -
Con mucha prisa, Nart se adelantó a cualquier explicación de las prestaciones técnicas de la cámara. La prisa le hacía saltar todo su cuerpo, como si se encogiera y la boina quedara por unos segundo suspendida en el aire, esperando a que volviera para colocarse en su sitio. Desde el puente hicieron algunas fotos, Nart acabó su carrete mucho antes que Moisés pudiera darle alguna indicación. Con la cámaras en bandolera marcharon a su casa a revelar el carrete, y si daba tiempo, le enseñaría como pasarla a papel a través de los líquidos.
   Así pasaron algunas tardes de Miércoles, el único día libre de obligaciones, tanto por parte de su tío como de la tía Agnés. 
   Iban a buscar “Fotos” como el que va a buscar sapos. Unas veces era en el río, haciendo fotos a las plantas de lobo, y otras persiguiendo las cábalas de Moisés sobre invasiones de Jeeps.

      Seguía obsesionado con aprender a usar la cámara de fotos. Fotografiaba todo lo que veía: la trastienda, la plaza, incluso todo lo que había en el desván. Cada vez se atrevía más a subir, incluso avanzó unos metros arrastrándose hasta llegar al escritorio. Allí arriba todo parecía estar en suspenso. El corazón le latía a mil mientras avanzaba hasta el centro del desván, después se atrevió a acercarse hasta una de las estanterías que había en la pared. Mientras se mordía la lengua, levantaba una  de las pesadas cajas que se encontraban cerca del mueble, con la intención  de inspeccionarla. Se distrajo un momento con aquellas latas de Cola Cao, le recordaron los momentos en el cuarto de estar con su madre, al calor del brasero, preparándose uno con leche caliente. El olor y el calor de aquella habitación le ponía nervioso, le confundía, hasta que perdió el equilibrio. Al caer sujetó con una mano la cámara y con la otra intentó mantenerse derecho, aún así, cayó justo delante de una caja amarilla. Con sumo sigilo levantó la tapa y vio que contenía objetos, que a simple vista le parecieron raros. Cuando se disponía a coger uno para verlo más de cerca, oyó la campanita que avisaba que alguien entraba en la botiga. Hizo dos fotografías rápidas al contenido de la caja, la cerró y colocó la tapa, después la dejó en su sitio. Corrió reptando sin hacer ruido. Cerró la trampilla y se plantó delante del mostrador al mismo tiempo que entraba la señora Fuentes, reclamando el pedido que le hizo a primera hora. Fue a lo único que no le dio tiempo. Nart se disculpó y le rogó que no le dijera nada a su tío. Sin enfadarse, le mantuvo una sonrisa y espero paciente a que le preparara lo encargado. Por nada del mundo, podía enterarse su tío que estuvo en el desván.

   

   Los secretos de aquel desván le tenía intrigado. Pero entre las tareas, las idas y venidas de la señora Isabela, por si había llegado su pedido de tintes para la ropa, no le daba para más la mañana. Si quería volver a subir, debería ser antes de las doce, que era cuando venía su tío.
 Además, tenía que seguir arreglando la vieja bicicleta que tenía su tío en la trastienda.
   Cuando llegó le preguntó si la podía usar una vez arreglada, para salir a ver a su madre. Su tío aceptó a regañadientes, si la arreglaba, sería solo para usarla en el pueblo, nada de ir a Betlan. 
   La trastienda fue su única opción de poder empezar a hacer algún cambio en su situación, y encontrar la manera de salir de allí para ver a su madre. 
  El Pichas, preguntaba cada tarde como estaba la bici.
   - ¿La tendrás arreglada para el Miércoles? - le decía.
   - Le he pedido a mi tío que me deje ir esta tarde a la botiga a terminar de ponerle la cadena, con eso ya estará -
   - Mañana quedamos a las cuatro, en el puente - le recordó el Pichas.

   Mientras recogía la mesa, su tía ya le tenía preparada, en la mesita del salón, la cartilla para la clase que le tocaba, ella no sabía aún que ese día no se quedaría.
    - Hoy no podré hacer caligrafía. Mañana haré el doble -
   - ¿Que has de hacer para no quedarte? -   
  - Me ha dicho el Pichas que le acompañe a casa de sus tíos con la bicicleta. Le lleva un paquete de parte de su padre -
   - No sé yo, a tú tío no le gusta que salgas tan lejos, y menos, para ir a casa de los tíos de Elías, bueno.. el Pichas - rectificaba su tía - tu tío tiene desavenencias políticas con su padre Gabriel - le recriminaba con tono suave -
   - Solo será un rato, no tardaremos. Quiero hacer unas fotos -
Nart, se preguntaba cuál sería el problema, si el Pichas, Gabriel, o solo era controlarlo a él. Tal vez no le gustaba que saliera del pueblo, o tal vez le preocupara lo que podía hacer o decir a Gabriel.
   Cada vez que le decía de ir a ver a su madre volvía a las mismas triquiñuelas de siempre - que era muy pequeño para salir del pueblo - 
   Gabriel, el padre del pichas, no quería que nadie le acompañara a casa de sus tíos. Podía ser comprometedor para algunos, si en el pueblo supiesen lo que llevaba cada miércoles. El Pichas, tenía muchas ganas de que le acompañara e insistió mucho para convencer a Nart. Le hubiese dicho a su padre que le daba igual si no le gustaba. Tampoco le preguntaron si le gustaba o no, ir a casa de sus tíos, así que ese día irían, después si le preguntaban, daría igual. Le bastaba que los dos estuvieran juntos, estaba aburrido de ir siempre solo por aquella carretera tan aburrida. Nart accedió, aunque le daba un poco de miedo saber, que su tío no quería. 
   Pichas, ya estaba antes de las cuatro de la tarde. Nart como siempre, a la hora exacta, con su mochila y la Wesa cargada con un carrete de veinticuatro.
   - El último que llegue al puente tiene que mear delante de la casa de la borda - le dijo a Nart retándolo.
   - ¿Es muy profundo el río, Pichas? -
   - ¿Piensas perder?. Solo es profundo para ti -  
   - Tenemos que darnos prisa, si no, mí tío se enfadara - le gritó mientras se subía a su bicicleta para ganarle unos segundos de ventaja.
   En bicicleta se tardaba solo veinte minutos, era un bajada por la ribera del río hasta el puente Pontaut. Un puente de piedra de una sola arcada de grandes dimensiones, cuyos estribos arrancaban de unas rocas predominantes a la izquierda del río. Era lo primero que se encontraba nada más acabar el camino de tierra que llegaba desde Les.
   Junto al puente de Pontaut, a pie de carretera, había una interesante casa con una borda adosada. La estructura clásica de las casas aranesas de la época: planta baja, piso y “humarao” con “lucanes”. Sin embargo, tenía un acabado singular a base de paneles de cemento enfoscado que contrastaba con la pintura blanca del paramento. Dominaba la entrada un gran portalón de color verde oscuro, manchado de ribetes amarillos. Nart no sabía si era por la humedad, o porque les tocó mear a más de uno que llegaron últimos y perdieron el reto, como le pasó a él.
   Por debajo del puente pasaba el río Toran, que en su huida desde el Pirineo se cruzaba con el río Garona. Pontaut fue testigo de historias de combates y exiliados. Durante la guerra civil el puesto de Pontaut fue una de las “rutas del exilio” y lugar en el que muchos siguieron luchando contra la persecución de Franco. Un precioso lugar rodeado de montañas verdes, donde trinaban los pájaros, y donde la temperatura era agradable, incluso en pleno verano. Era el último confín del país, tan recóndito que hasta a la historia le costaba llegar.
   Nart no sabía qué fotografiar, su carrete, de veinticuatro exposiciones, no daría para poder llevarse todas aquellas expresiones de la naturaleza. A sabiendas que era en blanco y negro, sabía interpretar esos tonos coloridos, que luego se transformarían en blanco, grises, y negros puros, como decía Moisés - Tienes que aprender a trasformar eso que no ves y a sentir lo que en realidad es - consejos que se tomaba a pecho. A conciencia seleccionaba que fotografiar: el puente, el pichas riendo, el zig  zag del camino, abedules como el flequillo de una cara formada por dos rocas en formas de mofletes, o una lengua de agua salida de la gran arcada del puente. Piedras, plantas, nubes, parando de vez en cuando en el camino. Gastando “tiros” y guardándose el resto para el final. Nart tenía la sensación de llevar una pequeña “bolsita”, que solo se podía  llevar lo que cupiera.   
 Antes de llegar a la casa de los tíos del Pichas, había que pasar por un peligroso, y estrecho culebreo de curvas, que terminaba en un sitio donde había una caseta de la Guardia Civil, abandonada desde hacía poco tiempo, en ella había residido una pareja de guardias, una caserna; que más bien parecía una triste barraca, enclavada con cuatro tablas de madera. A la casa se llegaba a través de una pequeña carretera, ésta llegaba de Pont de Rei hasta Fos, usada para el contrabando de alimentos, un trayecto de bosque, que a pie y cargados de productos alimentarios, los contrabandistas llevaban desde Bossóst hasta  Francia durante la guerra en Europa.
   Era la única en varios cientos de metros a la redonda. La casa de los tíos estaba bordeada de varios árboles, era modesta en dimensiones, pero desprendía un sutil toque de clase: entrada principal emporchada, buhardillas y un jardín de generosidades inigualables. No tenía la arquitectura típica de un edificio francés, pero tampoco de vivienda, porque no tenía tierras de cultivo o pastoreo, tan solo un gran espacio de tierra que se adentraba en el bosque. Al fondo se alzaba una caseta de madera, con un par de sillas en la puerta.
   Allí, tras media hora entre mear y las risas del Pichas, llegaban baldados. Josep; el primo de diecinueve años, les esperaba en el tranco de la puerta,  por la expresión de su cara se diría que llegaban tarde. Bicicletas al suelo y saludos rápidos, hizo que cambiara la cara de Josep, que se extrañó que le acompañara un amigo.
   - ¿Sabe tú padre que te acompaña? - le soltó a modo de saludo.
   - No le he dicho nada, si no, no me dejaría. Se llama Nart, es mi amigo y él no dirá nada -
   - Tendremos que explicárselo y que mantenga la boca cerrada, sí no....... - dijo Josep.
   Tras dejar el paquete encima de la mesa, Josep sacó unas Coca Colas y con el codo apartó el paquete al extremo de la mesa, intentando quitar importancia, hasta que Nart preguntó.
   - ¿Son cartas? -
   - Eso a ti no te importa- contestaba enfadado Josep, esperó unos segundo, hasta que la pregunta quedó disipada en el aire.
  - Déjale que termine, solo quiere saber que hay -  
le increpa el Pichas.
   - Lleváis toda la mañana por ahí, tomaros las coca colas y salir antes que se haga tarde -
Arnau, el padre de Josep, entraba en la estancia desde una puerta que daba a un taller. Limpiándose las manos y sorprendido por la compañía de un amigo, con disimulada amabilidad preguntó qué tal fue el camino, aunque las explicaciones no le importaron mucho y no esperó ninguna contestación. 
   - Vosotros dos terminar las bebidas, y tú Josep encárgate de llevar el paquete al taller -
   - ¿Tú eres Nart?. - preguntó Arnau volviéndose.  
   - Sí, soy el sobrino de Alberto -
   - Eso es lo que quería decir. Tú tío no debe saber que has venido. Esto será entre nosotros cuatro -
   - No se preocupe señor Arnau - dijo el chico.
Nart pensaba que para ellos tres era solamente unos deberes, para él, una sospecha de que pasaba algo más. 
   Arnau, le daba al Pichas algo envuelto en un papel, que no podó identificar que era, aparte de algunos pajarillos cazados en la mañana y azafrán.
  - Pues vosotros dos ya podéis marchar -
Guiño un ojo a los dos y los acompañó a la puerta.
   - Bueno, más cosas, acordaros de venir la semana que viene. Le explicaremos lo de los paquetes y también hablaremos de tú padre, yo lo conozco -
   - ¿Sabe algo de él?, ¿sabe como está? - pregunto Nart emocionado.
   - No me gusta hablar en susurros. Hasta la semana que viene - cayó y se dirigió al taller.
   El camino de vuelta era todo subida, se tardaba bastante más que en la ida. Si no se daban prisa les pillaría la noche, luego sería todo reproches, y explicaciones a los mayores.  
   Todo el camino pensaba qué quería decir Arnau, de que conocía a su padre, ¿por qué no hacían nada entonces?. No entendía lo que pasaba.
   Llegaron a Les bastante más cansados que cuando salieron. Ni pescar en el embalse, ni los domingos de caza, podía dejarles la espalda tan baldadas. Por su puesto felices por la Coca Cola, y las risas de la meada de Nart en la puerta de la casona. Eran las siete de la tarde. Muy tarde, o muy temprano para una bronca del tío. Por algún motivo sabría qué estuvo en casa de los tíos del Pichas.
   - ¿Dónde te habías metido? - han pasado varias horas desde que te fuiste por ahí con la bicicleta -
le recriminaba Alberto enfadado.
   - A ninguna parte, fui con Elías al puente -
   - No te va a servir ninguna excusa. Te dije que no salieras del pueblo - el enfado del tío se notaba en su tono áspero y tajante. 
Nart pensaba cómo pudo enterarse. La cuestión era como volvería a ir a casa de los tíos del Pichas. La bronca terminaba con la prohibición de  salir con él, castigado en casa estudiando y ayudando a la tía, y solo saldría para ir a botiga. 
    - Me iré a casa de mi madre - contestó Nart enfadado -
Alberto miro la hora en su reloj.
   - Lo único que harás es irte a la cama ahora mismo -
 

 



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En el texto hay: historia ficticia, crimen., historia aventura

Editado: 30.09.2022

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