Las postales de Nart

Capítulo 10 - Desaparece el amigo Pichas

 No faltaban ni un solo Miércoles. Para entonces, los días eran más cortos, a las seis de la tarde ya era de noche, y el pueblo de Pontau , para ellos, quedaba más lejos, por lo que decidieron ir por las mañanas en vez de por las tardes a casa de Arnau. Así cumplían su cometido.
  La última vez que fueron, Arnau llegaba del bosque con dos liebres y Josep, en volandas traía dos codornices. Se entendía que la mañana fue con normalidad. Los chicos preguntaron como fue la mañana. Lo mismo la pregunta no les importaba, pues no contestaron, como si no existiera felicidad sin causa, como para desplumar a los dos bichos y apuñalar a las dos liebres. La tía entraba en casa, con la certeza de lo que comerían y cenarían ese día. Arnau y Josep estaban contentos, tal vez fuese por la caza o tal vez por la llegada de ellos, portando como siempre los paquetes.
   - Una caza como dios manda - les felicitaba la tía -
Arnau levantaba las codornices como trofeos.
   - Ojo que las dos codornices son de Josep - decía.
   - Que tonterías tiene este hombre - reía la tía.
La comida fue normal, a pesar de que a Nart no le apetecía mucho comer bichos matados a tiros.
    De fondo sonaba “Libertad”, de Joan Manuel Serrat, mientras escuchaban con atención las palabras de Arnau. 
   - Las fuentes de información enviadas a la prensa extranjera, contra la censura franquista, es una de las alternativas de lucha desde fuera de la frontera -
   - A través de la propaganda guerrillera se reivindicaba: paz, democracia, justicia y libertad.
   El objetivo de los maquis era el retorno de la libertad y la democracia, por hombres y mujeres que sacrificaron sus vidas - explicaba Arnau impetuoso, asumido todavía en una época que se daba por concluida.
   Los chicos escuchaban atentamente todas las explicaciones de Arnau, mientras éste extendía el contenido sobre la mesa, enseñándoles la tan esperada revelación de los paquetes; periódicos con el título “El mundo de los maquis”: ediciones de Aragón, Cuenca y Galicia. Ejemplares que llegaban a Vielha y Gabriel los enviaba a través de los chicos, que eran recibidos con entusiasmo por Josep y su padre. Desde hacía varios años eran los encargados, de hacerlos llegar, desde Puente Rei les a las editoriales francesas. 
   Les contaba a los chicos que antes eran cinco y ahora solo eran dos, porque de algún modo el padre de Nart ya no contaba, « era una opción sorda, muda y ciega », parte que Arnau obvió contar. Javier dejó de creer en la lucha y su tío Alberto  cambió sus “preferencias” por una España unida, grande y libre. 
   - Josep prepara el paquete para tu tío Gabriel, esta vez ponle alguno más - le decía Arnau haciendo un gesto de apremio.
   - Y ves adelantándote - apresuró a decirle, guiñándole un ojo,viendo que los chicos ya estaban encima de sus bicicletas -    
   Nada más llegar, sin poderse aguantar, embriagado por tanta excitación, le casco a su tía el secreto del Pichas con sus tíos y su primo.
 

    Ocurrió durante una tarde, cuando volvían de la casa del tío de Arnau. La lluvia empezó a caer con violencia y les alcanzó de lleno. Llevaban ya un buen rato desde que salieron de casa de los tíos del Pichas, apenas habían llegado al puente. Avanzaban muy despacio, llevaban los ojos muy abiertos fijándose en la maleza, como si de ella fuese a salir un oso. Unos kilómetros más adelante la bicicleta de Nart empezó a dar votes. Dejó de pedalear, estaba empapado. Atascado entre la maleza esperó que llegara el Pichas. Esperó una eternidad, pero no llegaba. No le pudo haber adelantado, hacía un momento que oía su voz tras de él llamándole, pero de eso hacía ya un buen rato. Nart chillo su nombre, una, dos, y cien veces, todas sin respuestas. Los labios los tenía resecos, su garganta ya no respondía a su impulso de pedir ayuda, pero ya no veía nada, ni oía nada, solo el violento repicar de la lluvia sobre el suelo. Andando, y empujando la bicicleta con las manos ,volvió tras sus pasos. Al momento oyó como si alguien intentara decir algo levantando un poco la voz. No se entendía nada y acabó en un susurro ahogado por la lluvia. Solo pudo ver una cortina de agua, que le impidió  retroceder más. Sacó un pañuelo empapado, intentando aclarar la vista y cómo pudo chillo deletreando; !Vi-cen-te ¡Ya no se oía nada, ya nadie respondía a nada.
   En ese punto buscó un asiento, eligió una gran piedra lisa, al pie de un abedul del borde del camino, se sentó con la cara muy seria. El agua caía entre sus dos cejas, como ríos entre dos crestas de montes. Se puso el pañuelo en tres picos sobre la cabeza, para protegerse, o al menos eso le parecía. Durante un largo rato estuvo muy triste y silencioso, estaba asustado por su amigo. Se suponía que tenía que hacer algo, él solo sería imposible encontrarlo, por lo que decidió ir corriendo de vuelta al pueblo a pedir ayuda.
   Caminó bajo la lluvia la mayor parte del trayecto, ya no tenía fuerzas para correr, hasta que por fin encontró al señor Moisés, que con un paraguas trataba de refugiarse de la lluvia, que también le había pillado de vuelta de su paseo fotográfico. Se quedó mirándole hasta que dejó de andar y pudo hablar. Le explicó lo ocurrido, Moisés escuchaba, no dejaba de mover la cabeza y comprendió que todo aquello era una desgracia.
Emprendieron la carrera hacia la plaza del pueblo. Allí se movían de un lado para otro, muy preocupados, Gabriel y Alberto, esperando bajo sendos chubasqueros. Algunos vecinos se apresuraban a entrar sus hijos en sus respectivas casas.
   - Nart, ¿Dónde está Elías? - gritó Gabriel.
   -Venía detrás mío, volví a buscarlo y no lo encontré -
   - ¡Te dije que no fueras! - exclamaba Alberto muy enfadado - No tenías que estar allí -  

   La Guardia Civil peinaba los alrededores del puente, la lluvia no cedía, no daba tregua y era imposible rastrear posibles huellas. Algunos vecinos buscaban por los alrededores del pueblo, otros pasaron toda la noche recorrieron el camino des Les hasta Pontaut. Como era posible que un niño siendo del pueblo desapareciera, un niño que se conocía bien toda esa zona. Como lo dejaron salir viendo el cielo gris que ya amenazaba tormenta, y en bici. Todos coincidían - pobre chico -
   Llovía, como si el cielo necesitara descargar el resto de deuda pendiente de la primavera. El río estaba desbordado y los campos estaban anegados. Solo se pudo encontrar la bici, tenía las ruedas dobladas y el manillar partido, como si lo hubiesen aporreado a martillazos. Intentaron meterse en el cauce del río para buscarlo, pero era imposible. Empezaban a perderse, el grupo se dispersó y creyeron mejor seguir buscando cuando amainara la lluvia. Para entonces Gabriel había perdido la noción del tiempo, el día y la noche eran iguales en aquel río. Se adentró en las entrañas del bosque. No se podía imaginar no volver a ver a su hijo, empezó a desconfiar y echó un último vistazo. Entonces cayó en la cuenta que el paquete que llevaba Elías no apareció por ningún sitio. 
  
    Habían pasado varios días y no sabían nada del paradero del Pichas. En pleno invierno las calles empezaban a tener un manto blancuzco. Las luces de las ventanas huecas alumbraban con desgana. Afuera, apenas unos pocos brillos de media docena de farolas alrededor de la plaza.
   Las calles olían a leña y las casas exhalaban bocanadas de humo como si no pararan de fumar. Los caminos se cerraban, que junto al frío hacían inaccesibles la esperanza de que pasara algo bueno, y mucho menos para el Pichas.
  Después de salir de casa de la tía volvió a ir por las tardes a casa de Moisés. En su cuarto oscuro aprendía a revelar carretes y positivar en papel, después volvían a la cocina y allí hablaban mucho rato. Moisés animaba a Nart a seguir fotografiando aquellos paisajes blancos, que empezaban a cobrar un brillo y luminosidad, aportando calma y silencio. Había una atmósfera de inquietud y a la vez  belleza. Pero Nart en su desesperación no atinaba a hacer nada. Las manos se les quedaban heladas y en su cabeza no paraba de darle vueltas a lo ocurrido. ¿Por qué no habían encontrado aún a su amigo Pichas?, se preguntaba una y otra vez. Varias veces intentó hablar del tema con su tío, pero él repetía siempre lo mismo; que dejara hacer a la Guardia Civil. Hacía casi un año que estaba en su casa y nunca tuvieron una conversación que no fuera sobre la botiga. La revelación del desván le preocupaba.  Pero él no podía hacer nada, no se trataba de uno cualquiera, era su tío, el hermano de su madre. Algo no encajaba en sus actividades, le contaba a Ade.
   Ade tenía dos años más que Nar. Le gustaba la naturaleza y los animales. Era una chica un poco tímida, calmada y muy centrada, ella decía que, cuando estaba triste, pensaba en lo que sería cuando fuera mayor, cuando saliera del pueblo. Ella no perdía la esperanza, debían seguir su instinto. Ella creía que alguien lo tendría retenido, conocía bien todos los rincones de los bosques y pueblos colindantes, sabía dónde buscar. Con esa idea fija, empezaron la búsqueda todos los domingos.
 




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