Las postales de Nart

Capítulo 18 - Encuentran el cuerpo de Elías (el Pichas)

Se habían recorrido todos los lugares del mapa, solo quedaba el marcado con un circulo; Betlan y tocaba ese domingo. El sol sembraba sombras como piedras preciosas, puras luces de primavera que surgían del empedrado de la calle. Ade ya esperaba desde hacía diez minutos. Zapatillas cómodas, blusa ajustada, pantalón de chándal negro con dos rayas blanca en cada lado, sin marca. La mochila repleta hacía entender que el día iba a ser largo y la excursión un enigma. Mientras se resguardaba del sol a la sombra de uno de los pocos árboles de la calle, meditaba sobre la cuestión incuestionable, tal vez la desaparición de Elías no fuese un accidente, pudiera ser que.. Era mejor no pensar ni acabar ese pensamiento que tan mal le resonaba en su cabeza. 
   Nart llegaba deprisa, sabía que era tarde, aunque solo fuera unos minutos. Su rostro de agradecimiento a Ade por la espera era evidente. La ilusión y las ganas de ver a su madre apenas le dejó dormir esa noche. Ade alargó un poco el cuello, le notaba la prisa por llegar. Desde donde estaba su silueta se proyectaba en una sombra, que cada vez se hacía más grande a medida que se acercaba a ella, intuyendo la expresión afable de su cara. Iba bien peinado, vestía ropa de chándal y una mochila colgada en la espalda. No se veía ningún vecino por la calle, el pueblo estaba vacío, solo los suaves brillos que producían las gotas del rocío de la noche, rellenaban los solitarios adoquines de la plaza. Estaba todo tranquilo, se notaba la esencial rural que aún conservaba el pueblo lejos de la ciudad. Solo quedaba que asomara Moisés con su destartalado Seat 600. Mientras tanto Ade desplegaba el mapa, marcado con el círculo que rodeaba a Betlan. Revisaban cada centímetro del papel, la ilusión les embriagaba por la aventura que les llevaría hasta el camino de las brujas, así se llamaba ese pequeño espacio del bosque, un pequeño recorrido junto a la orilla del río. Por fin le enseñara a Nart su lugar favorito, en el que la naturaleza hablaba y calmaba las inquietudes. La carretera reflejaba destellos tintados de colores cálidos que se colaban entre los árboles. El coche proyectaba la figura perfilada sobre el irregular asfalto, mientras el motor diésel rugía en cada curva, en cada bajada, sin más interrupción que la del sonido del embrague y el viento que golpeaba la carrocería. A medio trecho, entre la cascada y una pequeña casita alejada de cualquier civilización, ascendieron la suave colina hasta el otro lado del río. El camino era un antiguo sendero del  municipio Alto Aran. Para llegar al camino de las brujas debían pasar por el Pueblo de Tredós, cruzar al otro lado del puente y llegar al punto más alto del camino de tierra, donde deberían dejar el coche. Cerca encontrarían, señalado con dos troncos gigantes con forma de caras de brujas, la reja de entrada al bosque. A la vuelta pasarían por Betlan, para visitar a la madre de Nart. Ella vivía a las afueras del pueblo, en una casa grande y antigua, rodeada de huertos y árboles frutales.  La carretera, de apenas treinta kilómetros hasta llegar a Tredós, la recorrerían en poco más de una hora. Yendo con tiempo pararían antes en Arties y Salardú, la inquietud y la psicosis de Moisés, no dejaría pasar la ocasión de poder fotografiar sus fantasmas, los Jeeps. 
   En el horizonte se dibujaban lo que parecían ser urogallos al vuelo, entre el acantilado y el río Aiguamòg, que les acompañaban al paso cerca de ellos. Llegaron hasta la iglesia de Santa María de Cap de Aran, donde caía una pendiente hasta llegar al principio del puente que cruzaba al otro lado del pueblo. Por todo el corto recorrido a ambos lados de sus frías barandillas, colgaban frondosos maceteros repletos de flores, a modo de bienvenida a cualquier senderista o paseante de las zonas colindantes. Al otro lado del pueblo, como si de pronto aparecieran de un edén, colgaban de cada casa, de cada árbol y todo el recorrido a lo largo del puente, los mismos tipos de maceteros, igualmente repletos de flores de todos los colores y formas, acabando en una pequeña plaza cobijando a un viejo roble de enorme tronco. Junto a este, en un pequeño espacio de tierra, se improvisaba un aparcamiento que ascendía por un camino hacia el pequeño y majestuoso cementerio.  Moisés dejó el coche y decidió recorrer, cámara en mano, las pocas calles que vestidas de domingo morían en una gran cascada, en un recodo del final del puente. Mientras tanto, los dos chicos harían su esperada incursión al camino de las brujas, quedando en volver al aparcamiento, en dos horas. Desde allí Moisés subió por la plaza hasta llegar al otro lado del cementerio, la calle más estrecha y empinada que rodeaba sin perder de vista, el centro de la plaza, el puente y la única hilera de casas a lo largo de la corta calle principal paralela a la riera. Desde aquella posición tan privilegiada, por las vista que desde allí se veía, dedicó más de media hora en fotografiar todo aquel espectáculo. Colores armónicos; verdes y azules con tejados en forma de tabletas de chocolate, tan bien conjuntados con el resto del verde y ocre del paisaje. Bajó hasta el único bar del pueblo, frente a la cascada, encajado en la esquina de la vía principal. Por el gran  portalón que formaba la entrada, se diría que antaño albergó un almacén de trastos y maquinaria dedicada a la transformación de harinas. Dos insignificantes mesas, con sus respectivas sillas de enea, hacían que el resto del pueblo pareciera una ciudad modernista. Pidió un café y dedicó unos segundos a la cámara para fotografiar la cascada, desde su posición parecía atrapada entre una de las barandillas del otro lado del puente.
   Los chicos cruzaron los troncos y se adentraron en el camino, inmersos en una extraña sensación que les producía aquellos viejos y grisáceos árboles que reflejaban una luz tenue, dando un aspecto distinto y tenebroso. Pocos pasos más adelante encontraron una pared de roca, Ade recordaba como su padre la llevaba allí, después de que una bronquitis se llevara a su madre. Ella  dejaba bajo unas pequeñas piedra, de distintos tamaños papeles escritos con deseos. Cruzaron entre la  espesura de los árboles, por el camino resquebrajado de tierra y fango. A tan solo unos pocos metros se encontraba la apertura de la cueva. Ade le contaba, que cuando ella era pequeña, su padre le enseñó la cueva, que no era otra cosa, que un gran tubo de cemento por el cual bajaba las agua del deshielo, desde las entrañas de la montaña hasta el bosque. Desde hacía muchos años quedó inutilizado, y oculto por los deslizamientos de tierra. Después fue reemplazado, por uno nuevo y más moderno desagüe soterrado hasta el río.
   - Te enseñaré el secreto que me enseñó mi padre - dijo Ade refiriéndose a la cueva -
   - ¿Estás segura que no es peligroso? -
Se limitaron a mirarse mientras continuaban por el agreste sendero.
   - Alto - ordenó a Nart mientras señalaba un árbol que se alzaba justo delante de ellos.
Bajo un montón de hojas, palos y trozos de zarzas, sobresalía la reja que tapaba la abertura del tubo de cemento. A Nart le parecía endemoniada aquella cueva.
   - No se si deberíamos entrar - dijo Nart.
Sin hacerle caso, Ade fue la primera en dejar la mochila, agachare y retirar todo hasta dejar casi al descubierto la gran apertura del tubo. - Vamos Nart no seas tan aprensivo - Nart hizo lo mismo y apartó el resto de hojas con la mano - ay mierda - susurró mientras se quitaba algunos pinchos de la mano. Ambos se pensaron un momento, cual de los dos sería el primero en asomarse por el círculo negro que se descubría ante ellos.
   De pronto Nart se dejó caer pesadamente al suelo, e introduzco la mitad del cuerpo - al poco se oyó su grito entrecortado y replicado por el eco.
   - Es un brazo!! - masculló 
   - ¿Qué dices? Sherlock Holmes- dijo Ade con voz un poco burlona 
Nart salió y se volvió hacia Ade - no es una broma - 
   Ade observaba la expresión del miedo en la cara pálida y desencajada de Nart. Agachó la cabeza y la introdujo cuidadosamente por el agujero, pronto su ojos se hicieron a la oscuridad. - Sí, es un brazo! -
   - Y ahora, ¿que hacemos? -
   - Iré a buscar a Moisés - dijo Nart balbuceando.
 




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