Las postales de Nart

1985 - 3 Nart visita a su madre

 En un banco del Jardín, rodeado de rosales y magnolias, descansa Leonor Sala, de sesenta y cuatro años, de aspecto glacial. Tenía la mirada desenfocada puesta en el infinito, espectadora del escenario del paso de su vida. Una espesa cabellera gris canosa descansaba sobre sus hombros. Pómulos marcados, labios estrechos casi inapreciables por el paso del tiempo y unos penetrantes  ojos de azul pizarra. La residencia de Sant Antonio se encontraba a las afueras de Vielha. Era una casa grande, de forma cuadrada, de tejados rojos coronando viejos muros de piedra. Rodeada de un pequeño bosque de hayas y robles centenarios. Su combinación de verdes y amarillos reflejaban un brillo especial, por el reflejo de los cristales de las infinitas ventanas de la residencia. No es mal sitio donde acabar los últimos días de vida para la persona más querida, pensaba Nart. 
   Ocupando sus pensamientos con Ade, en cuanto la había echado de menos y en lo insignificante que se sentía por todo lo tuvo que pasar. Habían pasado veinticinco años y aún seguía aquella huella que había dejado el tiempo. Al menos ahora podría retomar su relación con ella. Salió de sus apotegma cuando observó el enrejado que rodeaba a Sant Antonio. Dejó el coche justo en el lateral de la reja, en un pequeño perímetro cuadriforme de adoquines, desbordado de coches de todas la marcas y colores. Aparcó, se alisó el pelo, dispuesto, se dirigió hacia la entrada. Cruzó una gran cristalera y preguntó a la chica que se encontraba en recepción. Del bolsillo de su uniforme de color amarillo ocre, colgaba una pequeña tarjeta de identificación, plastificada: «Auxiliar Asunción» - residencia  Sant Antonio - Preguntó por Leonor Sala y seguidamente se identificó como su hijo. Ella misma le acompañó hasta el jardín. Se encontraba en el banco, rodeada de otros ancianos, algunos acompañados de familiares y otros por personal del geriátrico.
   Leonor vio como se acercaba, su figura le parecía familiar. Ella veía a un hombre apuesto, elegante y con un semblante jovial. 
   - Hola mamá - con una gran sonrisa Nart la besó en la mejilla.
   - Hijo, que alegría me das, no sabía que venías, no me han avisado -  
   - He venido para un asunto de trabajo -
Nart le preguntó si dormía y comía bien, que como se encuentra en general. Leonor padecía esclerosis múltiple desde hacía cuatro años, cuando tenía sesenta.
   - Como está Ade - le pregunta la madre.
   - Bien mamá , ayer por la tarde estuvimos tomando café -
   - ¿Esta tan guapa como siempre? -
   - Sí mamá, como siempre - le contestó sonriendo.
   - No tendrías que haberla dejado aquí, se tenía que haber ido contigo a Barcelona - 
   - Mamá, ya hemos hablado bastante de eso - Nart le pasó el brazo por encima de su hombro y le apretó con cariño.
   - De todas formas ahora la veré muy a menudo, y a ti también, por el  trabajo que he aceptado tendré que venir asiduamente a Vielha -
   - Pues la próxima vez que vengas la traes contigo, desde que se mudo a Llavorsí, con eso de las actividades de aventura... -
   - Mamá trabaja de monitora -
   -  No sé qué manera es esa de ganarse la vida, todo el día subiendo y bajando montañas y ríos. En fin, que hace mucho tiempo que no viene por aquí, que me gustaría verla -
   - Te prometo, que la próxima vez venimos los dos juntos - 
   - Ay hijo, no quiero que perdáis la relación. Después de tantos años siendo amigos y por todo lo que pasasteis - sus ojos se tornaron grises y cayeron unas  lágrimas contenidas, después de unos segundos prosiguió. 
   - Elías, tu amigo, al que llamabas Pichas, pobre, hoy tendría tu misma edad, no me lo quito de la cabeza -  

      El lunes se despertó muy temprano, aun habiendo dormido poco la noche anterior, Nart decidió tomarse el día libre. En su agenda de trabajo de ese día, solo tenía que ir a Peratallada, a hora y media de Barcelona. Las fotos para la guía turística de ese año podían esperar unos días. Abrió el portátil y envió un mail al ayuntamiento, donde se disculpaba y excusaba de una repentina jaqueca. Ya que estaba abierto el portátil, pensó en intentar escribir unas líneas, pero, por dónde empezar. Pensó en Ade, más bien no dejó de pensar en ella. Cerró los ojos y se estiró en la silla, dejando que las imágenes volvieran a ocupar su memoria.
 




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