Las postales de Nart

1962 - 14 Nart va a busca a Ade

Cerca de allí, ajeno a todo, Nart subía con su bicicleta por los caminos que aprendió con su amigo el Pichas. Corrió tanto tiempo, que cuando llegó a Pont de Rei, estaba exhausto y empapado de sudor. Dejó caer la bicicleta al suelo, permaneció un buen rato delante de la explanada, la que llegaba hasta la casa de Arnau. La tarde empezaba a teñirse de gris oscuro, no quedaba mucho tiempo para que anocheciera. Pensó llegar hasta la casa, le explicaría la teoría de que Ade no podía estar muy lejos de allí, Arnau y Jope conocían muy bien aquella zona, algo podrían hacer. Además, tenían muchos contactos fuera de la frontera. Cogió la bicicleta, salió del puente. Rodeó el bosque, aceleró, pasó por un puente de hayas, que bajaba hasta la parte trasera de la casa. Paró en el pequeño entechado de troncos, a pocos metros de la casa. Dejó la bici tirada detrás de los troncos, y se descolgó del hombro la escopeta, no quería dar explicaciones de por qué la llevaba. No ando ni dos pasos, cuando vio que Josep salía de la caseta, clavó los pies en el suelo, aguantó la respiración, no se creía lo que veía, Josep sacaba a rastras a Ade. La empujaba y la tiraba al suelo. Ella se revolvía dando patadas. Josep la cogía del brazo tirando de ella. Se revolvía una y otra vez, pero se le acababa las fuerzas, estaba rendida. Josep la arrastraba del pelo, Ade chillaba. Consiguió ponerla derecha, ella le dio un puñetazo, que hizo que que Josep, instintivamente, le devolviera otro mucho más fuerte. Ade calló al suelo, él, ya fuera si chillaba « ahora te vas a enterar », entró en la caseta dejando a Ade tirada en el suelo. En ese momento Nart entendió lo que pasaba. Lo que acaba de ver era la pieza que completaba su puzzle. Dio media vuelta, volvió a coger la escopeta, sacó del bolsillo los dos cartuchos, y los cargó. Ando unos pasos, en dirección a la casa. Se puso de rodillas, colocó la culata en su hombro, mientras recordaba las instrucciones de Gabriel. « Atento, apunta ahí. Mira por aquí, solo con un ojo, que la mirilla quede justo donde él ». ¿Preparado?. Esperó a que saliera. « Pon fuerte el brazo », se dijo. Vio salir a Josep con una escopeta. « Despacio, aprieta el gatillo ». Nart disparó. Sonó un estruendo, ahogado por decenas de sirenas, que en ese momento llegaban rodeando la casa. Nart volvió en sí, eran coches de la Guardia Civil. Guardias que salían a toda prisa de los coches, armados, chillaban - ¡Al suelo! - Josep no se levantaba. Ade gritaba, al momento una ambulancia se acercaba, salieron enfermeros. En una camilla ponían a Ade, otros se acercaban a Josep. Nart se dejó caer en la tierra, permaneció tumbado horas, hasta que el sudor de su espalda se secó.

    Moisés llegó grave al Hospital de Vielha. El golpe en la cabeza lo tuvo en coma varias semanas. La casualidad jugó a su favor. La unidad  de intervención de la Guardia Civil, que subía por la carretera, en dirección a Pont de Rei, pudieron dar parte del accidente. Un coche patrulla con dos agentes se quedó en ese punto para socorrerlo, hasta que llegó una ambulancia. Del coche de Arnau, no se dan cuenta, no se ve. Cuando Nart salió del bar, Andrés no avisó a nadie, Moisés, sí, vio a Jorge, que caminaba hacía el bar, se paró y le explicó que iba a Vielha a avisar a Alberto l o que descubrieron. Pensó que el chico estaría en casa con su tía, eso tranquilizó a Jorge. Moisés le entregó la caja con las fotografías que recogió de su casa, las postales de Nart.
   - Yo tardaré más en llegar a Vielha, ves tú al cuartel de Bossóst, ellos están más cerca - Le dijo a Jorge. Este se dirigió rápidamente al cuartel de la Guardia Civil. Desde allí, conjuntamente con el cuartel de Vielha, se organizó una operación para encontrar a Ade. Cuatro coches patrulla del cuartel de Bossóst más dos ambulancias, son los primeros en llegar, por su proximidad, a Pont de Rei. Las sospechas que recaían sobre Arnau, más lo que reveló Moisés, la comandancia de Vielha dio la orden de que se adelantaran hasta su casa.

   Dos días más tarde, en la botiga se reúnen Jorge y Albero.
   - No me puedo creer que Andrés fuese tan rastrero - comenta Alberto con la caja de lata en las manos.
   - Yo tampoco. He visto las fotografías que hay en la caja, y no tengo ninguna duda de que fue él el responsable - le dice Jorge. Alberto abre la caja y observa durante unos minutos, todas las fotografías que hay. Coge una y se la entrega a Jorge, en la foto se ve a una chica, en chándal, entrando en el almacén del bar de Andrés.
   - ¿Como está Nart? - pregunta. Alberto le contesta que está en shock. - Se le pasará, es fuerte -
le contesta Jorge, sabe que tuvo que hacer de tripas corazón para disparar.  
   - He avisado a Gabriel, mañana a última hora, cuando sea de noche, nos vemos los tres aquí, en la botiga - Jorge le cuenta el plan, Alberto accede, también que queden en la botiga.
   Son las diez, de la noche, y los tres salen de la botiga, Jorge, fumando, se le ve nervioso. Alberto, con las manos en el bolsillo, más tranquilo. Gabriel, gesticulando con la manos, la malaosita le corroe por dentro. Se paran a pocos metros, las luces están apagadas, la luz de farola más cercana, no les llega, por lo que los tres están a oscuras. - Es la hora  - dice Gabriel nervioso. Sacan los pasamontañas, se los colocan en la cabeza, que les cubren por completo las caras, dejando al descubierto, solo la nariz y los ojos. Saben que a esa hora está solo, Alberto se encargó de que así fuera, le engaño diciéndole se reunirían a esa hora los tres, para tratar de un asunto importante, pero no le dijo porque. Tocaron a la puerta, tres veces, suave, como solían hacerlo para reunirse. Andrés abrió, quiso cerrar rápidamente al ver a los tres encapuchados, pero el pie de uno de ellos fue más rápido, y se  lo impidió. Con un empujón entraron los tres, arrollando a Andrés, que cayó al suelo de espaldas. Dos puñetazos bastaron para dejarlo inconsciente, pocos minutos. Dos puñetazos no iban a ser suficientes para apaciguar tanta rabia, pensaron los tres. Hubo más, bastante, pero no suficientes.
   - Eres un cabrón, un malnacido - le increpó uno de ellos. Andrés no reconocía la voz.
   - ¿Quién sois, qué queréis? preguntó aturdido.
 Ninguno contestó, no con palabras, pero sí con hechos. Sangrando e inconsciente, como un muñeco de trapo, lo arrastraron hasta la puerta. Uno la abrió y se cercioró que no había nadie, afirmó con la cabeza, los otros dos lo sacaron a la calle, y siguieron arrastrándolo hasta la esquina con el almacén. Allí se quedó, junto a él, una caja de lata.




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