Las princesas no viajan en tren

Capitulo 3

 

-Señorita, aquí tiene su maleta…

-¿Cómo me llamaste? -preguntó Carmín a Joana, interrumpiéndola. 

 

Toda la habitación estaba repleta de ropa desperdigada junto con maquillaje, perfumes y muchas maletas abiertas. Carmín estaba al borde de un ataque de nervios pero eso no impedia que no detectara cuándo alguien no la trataba con el debido respeto. 

-Es que tengo prohibido llamarla Su Alteza…-se disculpó Joana. La pobre chica estaba más nerviosa que su jefa, mejor dicho su ex-jefa. No sabía ya cómo tratarla y tampoco sabía qué iba a pasar con su trabajo. Si la princesa ya no era princesa y debía abandonar el palacio, entonces ya no necesitaría un asistente.

No era como si estuviera sintiéndose terrible…La realidad era que ser asistente de Carmín era más bien un suplicio, pero el sueldo era excelente. 

-Tengo muchas cosas en las que pensar pero aún así no toleraré que me llames como a ti se te dé la gana -dijo Carmín metiendo a la fuerza una bola de prendas de ropa en la maleta que Joana le alcanzó- No puedo creer esto, que mi padre esté cometiendo este maltrato. ¡Echarme de mi propia casa! Sirve para algo Joana, y llama al chofer para que se lleve estas maletas. 

-Es que…-Joana se retorció los dedos, contando rápidamente las veinte maletas listas y otras tantas que aún estaban sin armarse-. Es que…Ya no es su chofer. Ya no tiene empleados, señorita Carmín.

-¡No me digas señorita!

-Pero es que…

-Si, si -dijo con indiferencia-. Las prohibiciones de mi padre. Aun así, podrías seguir llamándome Alteza, merezco un poco de compasión, ¿no?

Joana no respondió, algo que enfureció más a Carmín, que subida arriba de la cama intentaba meter otro bollo de ropas dentro de otra desdichada maleta. 

-Mira Joana si no puedes hacer nada, ni siquiera llamarme como me has llamado hasta hace media hora, entonces vete.

-Está bien señorita. 

Joana se alejó, caminó hacia la puerta de la habitación, pero luego regresó. En el fondo, le daba lástima la situación de la princesa. Era evidente que este cambio le llevaría mucho tiempo por aceptar, nadie acostumbrado al lujo podría cambiar de la noche a la mañana y convertirse en alguien más del montón. 

-Su Alteza…-comenzó. Carmín apenas levantó la vista, intentando cerrar la maleta-. Si quiere puedo llamar a mi novio, él tiene una camioneta y hace mudanzas. Podría cargar sus maletas y llevarlas a…¿Dónde piensa vivir?

-No tengo la menor idea, pero supongo que me iré con Jenna o con cualquiera de mis amigos -ahora Carmín sacudía un vestido antes de meterlo en una bolsa plástica-. Llama a tu novio, si quieres. Dile que le pagaré algún día. 

Joana asintió y salió de la habitación para llamar  a su novio.

 

Mientras, Carmín se ocupó de guardar más de sus pertenencias, aunque ya no sabía dónde meterlas. Odiaba, cada segundo que pasaba un poco más, a su padre. Humillarla así, hacer su vida miserable sólo porque ella tuvo algunos deslices justificables por su edad…

Se miró al espejo, llorando.

-¡Por favor, soy una niña! ¡Sólo tengo 25 años! 

 

+*+*+*+*+*+*+*+*

 

Cuando Carmín salió a la puerta del palacio,casi vomitó.

Allí estaba estacionada una camioneta vieja, fea y sucia, que alguna vez fue roja pero que ahora parecía de cualquier otro color relacionado a la porqueria. 

De reojo, vio a los dos guardias de siempre, apostados en la puerta, riéndose y conteniendo las carcajadas.

-¿Joana puedes explicarme qué es esta asquerosidad? -preguntó, cruzándose de brazos y reclinándose sobre la pila de maletas que entre ella y Joana habían sacado afuera. 

-Es la camioneta de mi novio. ¡Ramir, sal! ¡Voy a presentarte a mi ex-jefa!

 

Con un chirrido la puerta del conductor se abrió y saltó un chico moreno, barbudo y sucio, con una gorra del mismo color de la camioneta, y con el mismo olor. 

-Hola su…-intentó decir, pero se detuvo y miró a su novia. 

-Hola -saludó Carmin, mirándolo de arriba abajo- No importa cómo me llames, solo carga estas cosas y trata de no romper nada ni de…contaminarlo. 

Volvió a mirarlo de arriba abajo aunque le daba mucho asco.  La puerta del acompañante se abrió y saltó otro chico, más alto que Ramir, y no tan sucio. Tenía una gorra azul y una barba rubia casi colorada. Era muy delgado para parecer un vikingo, pero sus rasgos faciales eran muy parecidos a los de uno. 

-¡Hola! -saludó, extendiendo la mano hacia Carmín. Ella lo miró espantada, dio un paso atrás-. Oh, lo siento. No sé cómo tratarte, Joana nos dijo que ya no eres…

-Llévense todo, por favor -Carmín se alejó y se sentó en el umbral de la puerta. 

 

Los dos hombres comenzaron a cargar las maletas en la caja de la camioneta, con pocas ceremonias. Más bien las arrojaban como quien arroja basura a un contenedor. Carmín se puso de  pie de inmediato y se acercó.

-Oigan esas maletas tienen cosas más valiosas que sus casas, ¡o sus vidas! ¡Sean más cuidadosos!




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