Las princesas no viajan en tren

Capitulo 6

-Parezco Mario Bros.

En otra circunstancia, hubiera reído y tomado una selfie. Pero este no era el día ni el momento. Nada más lejos de la risa que lo que estaba sucediéndole.

Ramir, en cambio, rió por ella. Soltó una risotada propia de alguien “pobre, descuidado, y falto de educación y modales” que Carmín decidió ignorar. Después de todo, no tenía sentido pelear con su jefe en el primer día de trabajo.

Jefe. Trabajo. 

Rogó que todo fuera un mal sueño. Ella, trabajando. Una princesa, una hija y heredera directa de la realeza, alguien superior. Ella, Carmín, futura soberana de Miterrand, estaba vestida con un mameluco gris que le quedaba grande por todas partes y que olía a gasolina, unas zapatillas viejas de Joana, una gorra roja con la publicidad de una marca de tractores, y guantes de trabajo hechos de un material duro que le estaba produciendo picores. 

 

Toda su vida transcurrió entre protocolos, el maquillaje perfecto, los zapatos de tacón, la ropa de gala, los eventos con personalidades, y ahora estaba vestida prácticamente de hombre para conducir una camioneta destartalada. 

Se quitó la gorra para acomodar su cabello rojo tan característico de ella y que ahora tiraba y parecía opaco en un rodete desprolijo. Luego agarró los aretes y se los colgó en las orejas.

-Ah no, fuera todo eso -Ramir señaló a los aretes de brillantes-. No puedes trabajar con semejantes joyas.

-Pero…¡es lo único que queda de mí! -lloró, pero Ramir negó con la cabeza-. ¡Necesito algo de glamour en mi vida! 

-¿Desde cuándo alguien que trabaja en mudanzas lleva puestos diamantes? Nadie nos dará trabajo si nos vemos ricos.

-Tú no eres rico, yo lo soy. 

 

Ramir soltó otra risotada escandalosa para los oídos de la princesa. 

-Si eres rica entonces ¿qué estás haciendo aquí vestida de obrera?

-Yo creo que se ve muy bien, Alteza. 

 

Oh, siempre el optimismo fastidioso de Joana. Carmín se preguntó si todos los pobres eran así, siempre viendo el vaso medio lleno y con expectativas sobre el futuro. Si eran así tenían merecido ser pobres, por densos. 

-Bueno ya van a ser las ocho, tenemos que salir. 

Eso, otra desgracia. Tener que salir a trabajar a las ocho de la mañana. ¿Cómo la gente podía mudarse tan temprano? ¿Para qué? ¿Por qué no se podía comenzar a trabajar a las 12, o a la 1 de la tarde?

 

Ramir salió de la casa y se acomodó en la camioneta, en el asiento del pasajero. Carmín subió a la camioneta, la encendió y, por primera vez, demostró que no todo en ella eran delicadezas y caprichos. Logró sacar la camioneta del espacio -porque no era una garage sino un lugar donde el vehículo simplemente estaba debajo de un techo- sin chocar nada, o mejor dicho, sin chocar las maletas y cajas con sus pertenencias que se amontonaban allí. Ramir asintió satisfecho y encendió la radio. 

-Muy bien princesa, se nota que esos Ferraris enseñan bien. Ahora debemos ir por Christian, vive a unas tres calles de aquí. Dobla a la derecha. 

 

Carmín lo hizo muy bien, aunque luego de unos metros casi atropella a una mujer anciana que cruzaba sin mirar. Tocó bocina.

-¡Tonta vieja!

-Ey loca, ¿qué haces? -Ramir la miró, y señaló a la mujer que continuaba cruzando sin molestarse en mirar a la camioneta- ¡Esa es mi tía!

-¿Y yo qué culpa tengo de que tus familiares no tengan un mínimo de educación? Primero tu hermana, ahora tu tía. ¡Vamos vieja muévete de ahí! -volvió a tocar la bocina. La mujer blandió su bastón, girando hacia la camioneta y dando pasos vacilantes mientras respondía algo. 

Ramir bajó el vidrio de la ventanilla y sonrió nerviosamente:

-Hola tia, disculpa no sabíamos que eras tú. Sigue tu camino tranquila. 

La mujer refunfuñó y continuó cruzando la calle hasta que finalizó y Carmín pudo seguir. 

-Debes tener más paciencia, el tránsito siempre es así -dijo Ramir-. Y si comienzas a  insultar o tocar la bocina, las personas responderán peor. 

-Bueno qué me importa, no estés dándome clases.

-Es que parece que nunca te enseñaron a andar por la calle, ¿nunca lo hiciste sola, sin tus guardias y tu carruaje de oro?

-No, porque no soy una muerta de hambre -Carmín frunció el ceño, concentrándose mientras apretaba el volante- ¿Dónde vive el estúpido de tu amigo?

-Oye si vas a estar así te bajas y te vas a tu palacio. Oh, cierto que no puedes. Pobrecita. Carmín no respondió. 

-Es aquí, frena -pidió Ramir.

Se detuvieron en una casa no muy distinta de la de Joana, y la puerta se abrió. Christian saludó y luego se volvió para saludar a una anciana parecida a la que cruzaba la calle. 

-Si mamá, comeré la comida que me diste, gracias. Si mamá, me cuidaré del frío. 

Christian cruzó un jardín delantero y saltó a la camioneta. 

-Buenos días princesa, buenos días Ramir. Como siempre, mi madre con sus recomendaciones -sonrió, un poco sonrojado mientras sostenía un recipiente plástico-. Hoy me dio sándwiches para todos, incluida tú, Carmín. 




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