Las Promesas Que Te Hice

SANGRE DE NUESTRA SANGRE

NÚREMBERG (RESIDENCIA DE LA FAMILIA WILLEMBERG) 
— ¿Nuevamente estás pensando en ese chico, mi amor? 
— Comenzarán a bajarle las dosis de anestesia, Peter. El pequeño puede despertar en cualquier momento y yo no estaré allí. ¿Y si despierta en la noche y tiene mucho miedo? Debería ir al hospital para estar cerca de él en caso de que despierte. 
— ¿Qué dices, Esther? ¡Espera un momento! Tú no vas a ir a ninguna parte a estas horas. Ya es muy tarde y podría ser muy peligroso que andes por ahí sola. 
— Pediré un taxi, Peter.  
— Esther... ¡Esther escúchame! Si ese niño despierta en la noche las enfermeras estarán allí para cuidar de él. 
— Tú no entiendes… No será lo mismo. Dylan necesitará mucho más que el cuidado de una enfermera. Necesitará de alguien que le hable bonito al despertar, que le enseñe un mundo diferente al que le enseñaron sus miserables padres, y yo quiero ser ese alguien Peter —dijo la mujer con una voz firme y decidida— 
— ¡Esther! ¡Mi querida y noble Esther! Tú te has encariñado mucho con ese niño y ni siquiera sabes cómo será cuando despierte. Un niño traumatizado y problemático quizás. Con muchas secuelas, más que nada psicológicas. 
— Él es aún un niño muy pequeño y sabrá reponerse. Además es muy valiente. Estoy segura de que cuando crezca se hará fuerte. Será muy inteligente y muy educado. 
— ¿Estás oyendo lo que dices? Hablas como si tú fueras a criar a ese niño y… 
— Y lo haré… sí lo haré con o sin tu consentimiento Peter porque estoy segura de qué fue Dios quien puso a ese niño en mi camino. En el camino de una mujer qué ha intentado de todo para lograr ser madre, sin éxito alguno. Ese pequeño fue negado de amor, de cuidados y afectos por sus propios padres y yo estoy dispuesta a dárselos —culminó abandonando la habitación donde se hallaba con su esposo— 
— ¿A dónde vas? 
— Ya te dije a dónde voy y también te dije que pediré un taxi. 
— Y yo te dije que ya es muy tarde y que no permitiré que salgas de la casa a estas horas.  
— No me lo prohíbas Peter. ¡Por favor no me hagas esto! ¡No lo hagas! —suplicó la mujer, hundida en un mar de llanto— 
— No es necesario que te pongas así. ¡Tranquilízate! 
— Entonces no impidas que vaya al hospital. Yo debo estar ahí a su lado cuando despierte. Quiero estar ahí. 
— ¡De acuerdo! Yo mismo te llevaré temprano en la mañana. A primera hora, pero necesito que te calmes. Dices que van a bajarle la anestesia lentamente por lo tanto dudo mucho que despierte esta noche. Vamos a descansar ahora. Tú debes hacerlo más que yo si en verdad deseas ir al hospital a cuidar de ese niño. 
Aquellas últimas palabras de Peter Willemberg habían tranquilizado un poco a su esposa y para fortuna de ella, sus temores no se hicieron realidad pues el bajo nivel de dosis de anestesia en el pequeño hicieron que recién se despertara por completo dos días más tarde. Cuando eso sucedió ella se encontraba allí junto a su cama tal y como deseaba, para hacerle sentir al pequeño Dylan que no estaba solo y que no había razón para que temiera. 
El niño había permanecido un mes y medio en el hospital. Había logrado sanar aparentemente lo que decían ser una dermatitis, al igual que el nivel de desnutrición que poseía. Todo iba bien con el pequeño Dylan y según uno de sus médicos pediatras, si las cosas seguían de ese modo, pronto podría ser intervenido de las quemaduras en la espalda intentando corregir y regenerar de algún modo los tejidos mediante el injerto de piel al cual sería sometido. 
Para ello necesitaba ganar peso y fuerza suficiente y mientras eso sucediera, otros aspectos debían ser analizados en el niño. El pequeño no hablaba, él solo observaba y en esporádicas ocasiones a pesar de todas las cosas malas que le habían sucedido en su corta vida, él sonreía y lo hacía por incontables razones que su pequeña humanidad no lograba aún dimensionar. 
Desde qué despertó se vio repentinamente rodeado de afectos, atenciones, mucho cariño y por sobre todo muchos juguetes. ¿Quién era aquella noble mujer que lo hacía sentir tan bien? quizás el pequeño Dylan se hacía esa y muchas preguntas más que no podía responderse a sí mismo, pero que con el tiempo acabaría entendiéndolo todo.  
— Peter, me han dicho que dentro de una semana más, le darán el alta provisoria a Dylan hasta el día de la intervención que le harán de la quemadura en la espalda, y yo no quiero que se lo lleven a un hogar de niños. Él no puede ir a parar a ningún lugar y sentirse solo otra vez. Tenemos que pedir su custodia temporal hasta que tramitemos una adopción legal. 
— ¿Esther, tú en verdad deseas adoptar a ese niño? 
— No comprendo esa pregunta Peter. Pensé que te había quedado claro mi deseo y mi intención, y pensé también que estarías de acuerdo. ¿Tú no quieres acaso que lo adoptemos? 
— Las cosas no son tan fáciles como tú las ves. Adoptar un niño implicaría muchas cosas en nuestras vidas. ¿Debo recordarte acaso que tengo un padre que no desea volver a verme la cara hasta que no le dé un nieto? Un nieto legítimo. Sangre de nuestra sangre, a quién desea un día heredarle todo lo que tiene. 
— ¿Peter, hace cuánto no ves a tu padre? ¿Casi tres años? Dylan es muy pequeñito y ni siquiera aparenta la edad que tiene. Si en algún momento vuelves a ver a tu padre, le diremos que es nuestro. Sangre de nuestra sangre y que salió de mi vientre. Dos añitos de edad le sentarán bien a Dylan. 
— No puedo creer que pretendas que yo le mienta a mi padre de ese modo, Esther. 
— ¡Escúchame muy bien, Peter! Yo no pretendo nada más que convertirme en la madre de Dylan por lo tanto si tú deseas decirle a tu padre la verdad o escondérsela diciendo que el pequeño es sangre de nuestra sangre, me da igual. No me importa lo que él piense y desee. 
— ¿Acaso no te da miedo pensar que las cosas no resulten? ¿Qué tal si el niño crece y presenta problemas de otro tipo? ¿Qué haremos entonces? 
— Protegerlo y darle siempre mucho amor. Esas dos cosas serán todo lo que necesitará Dylan para que un día se convierta en un hombre de bien. Si tú no logras dimensionar el dolor que sentí al no poder convertirme en madre, difícilmente comprendas mis sentimientos hacia Dylan. 
— No vuelvas a decir cosas como esas Esther. No hables como si no me importaran tus sentimientos. Te amo y te lo he demostrado en infinitas ocasiones apoyándote en todo. 
— Lo sé… lo sé y por eso necesito que me apoyes en esto también. Quiero a este pequeño en mi vida Peter. Por favor no permitas que se lo lleven a un hogar de huérfanos —suplicó inconsolable, con la voz quebrada y unos ojos que no cesaban sus lágrimas de angustia— 
— ¡De acuerdo! —exclamó entre suspiros determinando su decisión— Adoptaremos a ese pequeño, Esther. Lo protegeremos y lo amaremos como si fuese de nuestra propia sangre. Tendrá absolutamente todo lo que necesite en la vida, pero te diré una cosa y quiero que te lo grabes muy bien en la cabeza para siempre. Él nunca sabrá que fue adoptado y desde luego nunca sabrá la historia tan terrible de su vida. Tú te encargarás de borrar cualquier vestigio de recuerdos malos que pudiera albergar en su memoria. Le contaremos una historia con la cual crecerá y vivirá por siempre. ¡Y lo más importante! —advirtió— Buscarás ahora mismo un nuevo nombre para él porque no quiero oír que vuelvas a llamarlo por ese nombre que tiene. 
En esos momentos los ojos de Esther se iluminaron de felicidad. Hizo a un lado las lágrimas para poder observar todo lo maravilloso que le aguardaba como madre, tomando aquellas palabras de su esposo como una aceptación de amor y de compromiso para con el pequeño Dylan. 
— ¡Mi amor, acabas de hacerme la mujer más feliz de este mundo! ¡Gracias! ¡Gracias! —repitió una y otra vez abrazando y colmando de besos a su esposo Peter— 
— ¡Tu felicidad siempre me han costado mil suspiros, mi bella y noble Esther! —le dijo correspondiendo a sus afectos del mismo modo— Contactaré con un amigo mío que es abogado para que pueda encargarse de conseguirnos una custodia temporal mientras le dé inicio inmediato a los trámites de adopción. 
Durante toda esa última semana del pequeño en el hospital, la señora Willemberg no se apartó de su lado y un par de días antes de su alta provisoria, el abogado de Peter Willemberg logró conseguir ante el dictamen de un juez, la custodia temporal de Dylan quién al abandonar finalmente el hospital, abandonó también el pasado de un triste destino junto con un nombre que quedaría enterrado en lo más profundo de su olvido. 
ESCRIBANÍA ESTATAL DE NÜREMBERG
— ¿Con qué nombre desean inscribir al niño? —preguntó la escribana que se encargaría de registrar la nueva identidad del pequeño— 
— ¡Sigfried! —exclamó irradiando felicidad la señora Willemberg— Jan Sigfried Willemberg. 
— ¿Escogiste ese nombre para el niño? —preguntó su esposo— 
— Así es... ¿Acaso no te gusta, mi amor? 
— Bueno... Me parece un nombre demasiado grandioso para un ser tan pequeño y delgado. 
— ¿Qué dices Peter? No hables de nuestro hijo como si no fuese a crecer nunca. Él se repondrá por completo y se convertirá en un hombre grande y fuerte —le dijo absolutamente convencida de sus propias palabras— 
El primer día en su nuevo hogar. El único y verdadero hogar, el pequeño Jan Sigfried no solo conoció la calidez de una familia sino también su maravillosa habitación decorada con mucho amor y llena de felicidad, pero por sobre todo, con todos esos juguetes que le encantaban tanto. Esa acogedora y mágica habitación que lo vería crecer gran parte de su vida entre mágicas alegrías y tormentosos momentos de su marcado destino. 
Los primeros días no fueron tan fáciles. para el pequeño Jan Sigfried pese a que sin duda alguna le gustaba mucho su nueva vida, su nuevo hogar y su amorosa familia. Durante el día aparentaba ser un niño feliz, sonreía y se divertía con todos sus juguetes, pero por las noches era invadido por las tinieblas del miedo que acababan hundiéndolo en llantos constantes. 
Llevarlo hasta la cama y acurrucarlo para que se durmiera, era imposible y a la señora Willemberg no le quedaba más remedio que llevárselo a dormir entre sus brazos, velando con amor y paciencia sus sueños para que no se vieran amenazados por ninguna pesadilla. 
Al cabo del primer mes la situación mucho no había cambiado pese a las terapias psicológicas que recibía día con día. Al pequeño Jan Sigfried no le gustaba dormir solo, continuaba sin pronunciar siquiera media palabra y el único logro inmediato que habían obtenido el señor y la señora Willemberg fue haber contribuido a que el niño alcanzara el peso requerido para la intervención quirúrgica de la quemadura en la espalda. 
Jan Sigfried fue sometido finalmente al injerto de piel que ayudaría a que la misma se le regenerara y que con el tiempo las cicatrices lograran disminuir en su espalda. El procedimiento pareció haber sido todo un éxito y al cabo de una semana puedo retornar a casa bajo el cuidado de sus padres y de una enfermera que día a día le realizaba las curaciones requeridas. 
Para el señor y la señora Willemberg lentamente y con mucha paciencia todo iba bien encaminado con el pequeño Jan Sigfried, y confiaban en que tendría una vida normal como la de todos los niños. No obstante toda esa confianza y maravillosa perspectiva se vio invadida por una oscuridad que parecía ser irreversible. 
Un fin de semana de verano decidieron llevar al pequeño Jan Sigfried a la playa. Querían que él conociera el mar y qué pasara el día entretenido jugando en la arena con todos sus juguetes, pero algo inesperado sucedió. Algo que a Esther y a Peter les dejó el alma colgando de un hilo. 
Repentinamente al niño le habían saltado brotes rojizos en los brazos y en el pecho, y toda la espalda se veía como si estuviese ardiendo enrojecida cuál las quemaduras que alguna vez había sufrido. Aterrorizados por lo inexplicable que estaba sucediéndole al pequeño, y en medio de un llanto ensordecedor que parecía haber invocado al Dios de los truenos y de la tormenta, el señor y la señora Willemberg tomaron de inmediato a su hijo entre sus brazos, la envolvieron en una toalla y lo llevaron hasta el hospital más próximo. 
— Doctor por favor dígame cómo está mi hijo —suplicó su angustiada madre—
— ¿Doctor, por qué mi hijo se puso de ese modo, como si estuviese ardiendo vivo? —prosiguió Peter Willemberg— 
— Les ruego por favor que se calmen. Primeramente les digo que el niño ya se encuentra mejor ahora, está dormido y cuando despierte ya podrán llevárselo a su casa. 
— ¡Gracias a Dios! ¡Mi pequeño está bien! 
— ¿Señores Willemberg, el pequeño ha tenido antes algún padecimiento en la piel? —preguntó el doctor dejandolos pensativos por un par de segundos antes de contestar— 
— Ha padecido de dermatitis. 
— Así es… también ha tenido una intervención quirúrgica en la espalda. Fue por accidente que tuvo —explicó brevemente el señor Willemberg intentando no ahondar en esos detalles— 
— ¡Por favor doctor! ¿Nos explica ahora qué fue lo que le sucedió a mi hijo? 
— No sabría explicarlo con profundidad debido a que no cuento con los registros médicos del niño. Ustedes me dicen que sufrió de dermatitis y también de una cirugía en la espalda. Todo aquello puede que tenga relación con lo que yo voy a decirles, sin embargo prefiero que no se alarmen antes de estar seguros. 
— ¡Lo escuchamos doctor! —dijo el señor Willemberg abrazando a su esposa—
— Los brotes en la piel parecen ser melanomas, y estos reaccionaron ante la exposición al sol mientras se encontraban en la playa. 
— ¿Melanomas? Le ruego que sea claro en sus palabras —video el hombre ya en medio del inminente llanto de su esposa— 
— Lo más probable es que el niño padezca de cáncer en la piel. Le he dicho que no quisiera aventurarme en mi diagnóstico sin antes tener un resultado específico y la ficha médica del pequeño, pero es muy probable que lo que haya padecido su hijo no fuera dermatitis, sino más bien reacciones adversas de los melanomas al sol. 
Desde aquel día el sol nunca volvió a brillar para la familia Willemberg. 
El sol quedó oculto entre nubes grises. Quedó oculto para el pequeño Jan Sigfried quién fue diagnosticado finalmente con un extraño tipo de cáncer en la piel que no pudo ser especificada ni por el mejor de los médicos 
Desde aquel día las sombras y las noches serían sus únicas opciones de vivir en ese mundo. Un mundo donde solo volvería a merecer la luz cuando la primera pluma blanca cayera del cielo. 
 



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En el texto hay: fantasia, angeles, promesas

Editado: 10.02.2022

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