Las Promesas Que Te Hice

TEMPESTAD

— ¡Dios mío! ¿Por qué mi hijo? ¿Por qué? 
— Mujer por favor deja de llorar que yo te lo advertí. Te dije que alguna cosa parecida podría suceder con un niño que ni siquiera conocíamos, por lo tanto tus lágrimas y lamentos están de más. 
— No es más un simple niño, es nuestro hijo ahora así es que procura no expresarte de ese modo —pidió desconsolada— ¡Mi niño! Mi bebé tiene cáncer. ¿Dios mío por qué te ensañas con una inocente criatura tan pequeña? ¿Por qué? 
— Te he pedido Esther que dejes de lamentarte. En ese estado no ayudarás en nada y solo asustarás a Siegfried. 
— ¿Qué vamos a hacer, Peter? No podemos permitir que nuestro hijo sufra. Él ya ha sufrido bastante. 
— Lo primero que yo haré es ir sacar nuestros pasajes para retornar a Nüremberg y pedirle explicaciones a esos médicos que lo han tratado de su supuesta dermatitis. ¿Cómo es posible que no hayan notado cuál era el verdadero padecimiento del pequeño? Encárgate tú de hablar con el patólogo que lo atendió para ver si puede recomendarnos a un buen dermatólogo experto en estos casos. 
Cuando Peter Willemberg se dispuso a salir, llamaron a la puerta y el ama de llaves de la casa fue a abrir. 
— Esa fue una manera de desquitarte conmigo, Peter? —irrumpió repentinamente a la resistencia un hombre de porte mayor. De aspecto muy elegante y de fuerte personalidad quién ni bien llegó y antes de mencionar sus palabras, le dio una bofetada al señor Peter Willemberg— 
— ¿Y esta es la manera de saludar a tu hijo que no has visto en años? 
Ese hombre era Klaus Willemberg, el padre de Peter quién definitivamente había tenido una razón muy grande y poderosa para haberse aparecido en la residencia de verano de su hijo en la Rochelle (Francia) luego de que ambos hayan permanecido distanciados por casi 4 años. Tal vez un poco más o tal vez un poco menos.  
— ¿Qué pretendías al ocultarme que tengo un nieto, Peter? ¿Ibas a contármelo hasta mi lecho de muerte acaso? —preguntó con reclamos ante la sorpresa enmudecida de Peter y Esther— 
— ¡Por favor, padre! 
— ¿Por favor, qué? Si no hubiese sido por mi amigo Bernard que los vio a ti y a Esther con un niño aquí en la casa de verano, yo jamás me habría enterado de nada. 
— Pues te hubieses enterado si tan solo te dignabas en aparecer más frecuentemente como lo hiciste ahora. No debo recordarte que fuiste tú quien me alejo de ti. Me amenazaste con desheredarme de todos tus bienes y nos menospreciaste a mi esposa y a mí por el hecho de no lograr traer al mundo un hijo. ¿Te crees entonces con derecho de aparecer aquí para reclamarnos cosas ahora? ¡Si me permites tengo asuntos importantes que resolver! 
Peter Willemberg se marchó pues le urgía sacar los boletos para retornar a Alemania. En cuanto al señor Klaus Willemberg, se quedó allí observando de reojos a Esther quién estaba preparando sus pertenencias para ir por su hijo al hospital.  
— ¿Esther, dónde está el niño? 
— ¿Y es que acaso le importa? —le preguntó pensando en que no le hubiese importado nada referente a Jan Siegfried si supiera que es adoptado— 
— No te lo estaría preguntando si no me importara. ¿Dónde está el pequeño? ¿Puedo verlo? 
— Mi hijo se encuentra en el hospital y yo debo ir allá ahora para traerlo. 
— ¿Al hospital? ¿Por qué? ¿Qué fue lo que le sucedió? 
— Nos acabamos de enterar que mi pequeño Siegfried tiene cáncer de piel —contestó sumida en el desconsuelo— No puede exponerse al sol porque si lo hace, le arde toda la piel. 
— ¿Qué estás diciendo, mujer? Eso es terrible. 
— Lo es y por lo tanto espero que si usted desea permanecer cerca en estos momentos, intente armonizar con Peter porque lo que menos necesitamos en nuestro entorno son asperezas. Ahora sí me permite, pediré un taxi. 
— Yo te llevaré al hospital. ¡Vamos! Quisiera estar al tanto de todo y por sobre todo conocer a mi nieto, Esther. Espero que tú no me prohíbas tal cosa.  
Cuando Esther y el señor Klaus Willemberg abandonaron la residencia, de la nada había comenzado a caer una gran tormenta no prevista, razón por la cual se habían demorado un poco en llegar. El corazón de Esther estaba oprimido pues para ese entonces quizás su hijo ya había despertado y de no verla a ella cerca, quedaría bastante asustando. 
Al llegar finalmente al hospital bajo aquella tempestad desatada, ingresaron raudamente rumbo al pabellón dónde se encontraba la sala del pequeño Jan Siegfried, y en los pasillos junto a su habitación se habían percatado de un tumulto entre unas cuantas enfermeras y el médico que había asistido al pequeño. 
— ¿Doctor, que sucede con mi hijo? ¿Por qué mi hijo está llorando? ¿Y porque la puerta está cerrada? 
— ¡Qué bueno que ya llegó señora Willemberg. El pequeño despertó y cuando no la vio a usted, comenzó a llorar. Una de las enfermeras intentó contenerlo en lo que usted regresaba, pero dice que fue imposible. Entre sus gritos y llantos, de pronto toda la habitación quedó revuelta. 
— Las ventanas se abrieron solas —comentó una de las enfermeras como si estuviese realmente atemorizada— 
— Fue imposible tomar al niño —dijo la otra enfermera mientras la señora Willemberg golpeaba la puerta llamando a su hijo— Él se refugió bajo la cama. Nosotras salimos y la puerta se cerró sola— 
— ¿Pero que absurdo están diciendo estás enfermeras? —irrumpió el señor Klaus Willemberg— ¡Me asombra tanta incompetencia al no poder cuidar de un niño pequeño— 
— ¡Jan Siegfried, hijo! ¡Mamá ya está aquí. Bebé, no llores. ¿Cómo es que no pueden abrir la puerta? —reclamó a los presentes— 
— Esta es la llave, pero no abre —dijo el doctor— Ya intentaron abrirla, pero al parecer la puerta quedó atorada.  
— Entonces traigan a un cerrajero para que la abra. ¡Siegfried, mí amor! ¡Mamá te sacará de allí. ¿Me escuchas bebé? —dijo en voz elevada golpeando insistentemente la puerta, intentando que su hijo la oyera, hasta que de repente la misma se abrió como si nada, por sí sola— 
El pequeño Jan Siegfried estaba parado delante de la puerta, con su pequeño y asustado rostro empapado en llanto, sin decir nada porque no hablaba. Su única acción ni bien ingresó su madre, fue abrazarla con fuerza y permanecer en ese estado sin que ningún poder humano volviera a apartarlo de ella. 
— ¡Lo siento, mi bebé! ¡Lamento haberte dejado solito. Te prometo que no volverá a suceder jamás —le decía una y otra vez intentando calmar a su niño entre besos y abrazos— Todo está bien— 
— Hay una terrible tormenta allá afuera el viento tuvo que haber abierto las ventanas —dijo el señor Klaus Willemberg a modo de reprender la poca profesionalidad con la cual habían actuado los enfermeros para proteger la integridad del niño— 
— ¡Ya todo pasó, mi amor! Voy a alistarte ahora para que vayamos a casa. 
— Señora Willemberg, en cuanto acabe de alistar al niño me gustaría hablar con usted en mi oficina. 
— Iré doctor. 
— La espero entonces —le dijo alejándose de la habitación— 
— Así que este es Jan Siegfried. ¡Mi pequeño nieto! —exclamó con un tono realmente cargado de orgullo— 
El niño lo miró por unos cuanto segundos y luego ocultó la mirada entre el cuello y el hombro izquierdo de su madre. 
— Siegfried es un niño muy tímido, señor Klaus. Espero que sepa tener un poco de paciencia con él. 
— ¡No te preocupes Esther! Paciencia suficiente es lo que me quedará en esta vida para mi nieto. 
Cuando Esther terminó finalmente de preparar a su hijo, abandonó la habitación con Jan Siegfried entre sus brazos y fue hasta el consultorio del doctor que había asistido al niño, mientras que el señor Klaus permanecía en los pasillos esperándolos. 
— ¡Dígame, doctor! ¡Lo escucho! 
— Bien... Tengo dos noticias para usted. Una es buena y la otra, mala. Empezaré por la buena noticia que es más breve —dijo antes de explicar la mala con un gran suspiro— La buena noticia, señora Willemberg es que su hijo ya se encuentra bien y podrá llevárselo a su casa sin ningún problema. En cuanto a la mala, le digo que no hemos logrado identificar el tipo de cáncer de piel que posee el niño. Al momento que lo trajeron aquí, los melanomas se veían como pequeñas quemaduras que le ardían, por sobre todo los de la espalda. Le realizamos las pruebas pertinentes que fueron indeterminadas, como si esos melanomas hayan aparecido en su piel únicamente tras la exposición directa al sol. ¡Para que me entienda un poco mejor! Desde luego los rayos ultravioleta son el principal enemigo del cáncer de piel sin embargo estos melanomas que aparecieron en la piel de Jan Siegfried, desaparecieron como si nada, casi sin dejar rastro, y usted misma puede comprobarlo ahora. Su hijo no tiene nada ni en los brazos ni en la espalda ni en el pecho. 
Mientras alistaba a su hijo, la señora Willemberg ya lo había notado, pero volvió a mirar la piel del niño para sellar la razón del doctor. 
— Habitualmente los melanomas no desaparecen de un día para otro. Muchos de ellos son como pequeñas heridas abiertas que tardan en sanar. Otros son en forma de lunares, de manchas, de picaduras e incluso de dermatitis que fue el diagnóstico con el cual confundieron el verdadero padecimiento de su hijo, y ni hablar de la posible quemadura en su espalda. Según lo que usted me ha contado y según lo que yo he visto, al parecer el cáncer que padece Jan Siegfried se manifiesta de varias maneras, y todas muy distintas a las que se conocen habitualmente. Desde la forma más leve hasta la forma más severa. 
— ¿Con todo esto que me dice, a que debo atenerme doctor? 
— Únicamente no exponerlo al sol sin protección hasta tener un conocimiento más amplio sobre el padecimiento de Jan Siegfried de modo a determinar que tipo de tratamiento será el más adecuado para él. Yo voy a recomendarle a un doctor. Un oncólogo muy bueno y de mucha experiencia a quien habitualmente derivo casos como este. Él se encuentra prestando servicios en el hospital general del cáncer en la ciudad vecina de Burdeos. Su nombre es Didier Gaurbier y ésta es la dirección exacta del hospital junto con el número de recepción en caso de que desee concretar una cita. —dijo pasándole una pequeña hoja con los apuntes requeridos— 
— Se lo agradezco mucho en verdad doctor Montand. 
— ¡No agradezca! Este es nuestro trabajo… y le pido nuevamente mil disculpas por el incidente. Se supone que las enfermeras debían preparar el ropaje de curación del niño hasta mi ingreso de segunda ronda, pero cuando llegué ya todo había sucedido. 
— Es culpa mía también… sé cómo se pone mi hijo cuando no me ve cerca de él por lo tanto no debí dejarlo solo. Bien... Nos vamos entonces. 



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En el texto hay: fantasia, angeles, promesas

Editado: 10.02.2022

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