A finales de verano de 1999, el señor y la señora Willemberg luego de haber batallado bastante con la enfermedad del pequeño Jan Siegfried, decidieron finalmente mudarse a Burdeos y no precisamente a petición del señor Klaus Willemberg. Si bien era verdad que el pequeño se había encariñado bastante con su abuelo y viceversa, decidieron más que nada mudarse porque en dicha ciudad quedaba el hospital general del cáncer donde aún prestaba sus servicios aquel renombrado oncólogo que alguna vez les había sido recomendado por el doctor Montand. Aquel doctor de nombre Didier Gaurbier quién prontamente se encargaría de tomar el caso del pequeño Siegfried que para ese entonces se encontraba a días de cumplir 7 años de edad.
La familia Willemberg necesitaba nuevas opiniones con respecto a la salud del niño y quizás también un nuevo aire para el mismo. Él necesitaba un lugar puro y fresco como los viñedos de su abuelo que desde que los había conocido, quedó realmente encantado.
Aquello llenaba al señor Klaus Willemberg de tanta felicidad y orgullo que por esa razón cada año iba adaptando más y más cada rincón de de las extensas parcelas para que Siegfried se sintiera realmente cómodo y a gusto en la hacienda vitícola “El Amanecer”
En aquel mismo verano no solo inauguró nuevos corredores con sombras para que su nieto pudiera recorrer sin temor a que el sol lo dañara, sino también en el mismo día del cumpleaños número 7 del pequeño, inauguró nuevas parcelas de fértiles parrales que se encontraban en el lado este de la hacienda, que pertenecerían al pequeño desde ese momento y que llevaría el nombre que él quisiera escoger.
— ¿Ya pensaste en el nombre que le pondrás a tus parcelas, mi pequeño Siegfried? —preguntó confiado el señor Klaus de que su nieto le diría el nombre que había escogido—
Siegfried quién continuaba sin hablar, asentó con la cabeza, sonriente y el abuelo, curioso por saber cuál sería el nombre que había escogido para sus parcelas, le pidió que le contara.
Siegfried, si bien no podía exponerse al sol, podía ubicarse en cualquiera de los tantos corredores con sombras y observar desde allí el inmenso cielo que se extendía sobre las colinas vitícolas, no solo de las de su abuelo sino de otras tierras vitícolas de la zona.
Aquel cielo que Siegfried podía pasarse horas enteras observando con la mirada perdida entre las nubes si sus padres o su abuelo no los interrumpieran.
El día de su cumpleaños no fue la excepción. Siegfried se pasó incontables minutos observando en silencio el cielo, protegido bajo las sombras de los corredores y ubicado sobre el regazo de su abuelo, sin embargo oyó la pregunta que él le había formulado y contestó decidido, apuntando con el dedo de su mano izquierda todas y cada una de las nubes que se dibujaban en el cielo.
— ¿Las Nubes? ¿Es el nombre que quieres ponerle a tus parcelas, nieto mío? —preguntó y el pequeño Jan Siegfried volvió a apuntar las nubes observando luego a su abuelo con una sonrisa—
— ¡Las Nubes! ¡Me gusta y combina con “El Amanecer” Como sea, debe gustarte a ti y no a mí porque esas parcelas son tuyas desde este mismo momento! Te las obsequio como regalo de cumpleaños y serán bautizadas con el nombre de “Las Nubes”
Mientras el verano llegaba a su fin con el pequeño Jan Siegfried recorriendo por "Las Nubes", era momento de que sus padres se pusieran a pensar en su educación, y para ello era necesario contratar a una buena maestra que le impartiera al niño clases particulares en la casa.
— ¿Esther, has podido conseguir la maestra que buscabas?
— La he conseguido, Peter y tengo muy buenas referencias sobre ella. Dicen que es una excelente maestra.
— ¡Estupendo! Me alegra saberlo porque nuestro hijo la necesitará mucho. Cuando venga para que la entrevistes, cerciórate de contarle detalladamente la condición de Jan Siegfried y no escatimes en los honorarios que posee. Acepta lo que sea con tal de que nuestro hijo no se quede sin educación. Imagínate que sea un analfabeto.
— Peter, mi nieto no será ningún analfabeto. Es un niño muy inteligente y aprenderá de todo en su vida —reprendió el abuelo Klaus—
Debido a la condición de Sigfried, sería imposible que asistiera a una escuela como los demás niños de su edad por lo que sus padres habían optado en contratar a una maestra que le impartiera clases particulares.
— Hasta el final de la vendimia Jan Siegfried podrá recibir sus clases particulares aquí en la hacienda, pero luego seguirá sus clases en la casa de Burdeos, y tú padre, irás con nosotros porque fue lo que habíamos acordado.
— Lo sé y no lo he olvidado. Prometí pasar con ustedes la Navidad y el año nuevo y es lo que haré.
Los días de invierno siempre le favorecían un poco más a Jan Siegfried con respecto a sus incontables problemas de piel por lo que en épocas de Navidad y de año nuevo podía ir de compras con su madre y visitar los mercadillos de Navidad de Saint Èmilion y de la vecina ciudad de Burdeos. El niño asistía constantemente a sus tratamientos de radioterapia y había demostrado pequeña mejoría. De todos modos era cuestión de tiempo para saber si surtirían efectos realmente positivos.
Mientras aquello no ocurriera el niño seguiría ajeno al mundo exterior y no tendría más cielo que aquel que se extendía imponente sobre la hacienda vitícola de “El Amanecer” y de sus parcelas “Las Nubes”
HACIENDA “EL AMANECER” 26 DE AGOSTO DE 2000. (PRIMERA SEMANA DE LA VENDIMIA)
— ¡Mi ángel! ¡Mi ángel ya está aquí! ¡Mi ángel ya está aquí! ¡Llegó! ¡Llegó! ¡Ohazia llegó!
Una voz que antes jamás se había escuchado, se replicó por todo “El Amanecer”, por todas “Las Nubes”. Una pequeña voz que hizo que Esther, Peter e incluso el abuelo Klaus, saltarán de sus respectivas camas de inmediato para buscar al propulsor de aquel inesperado sonido.
— Peter, por favor dime que es verdad lo que estoy oyendo.
— ¡Mi ángel ya está aquí! —continuaba oyéndose—
— ¿Es acaso la voz de mi nieto? —Preguntó Klaus Willemberg, y Peter fue el primero en dirigirse a la habitación de su hijo para averiguar lo que sucedía—
— ¿Siegfried, hijo?
— ¡Mi ángel ya está aquí! —repitió el pequeño enseñándole sonriente a su padre una plumilla tan blanca como las nubes, tan brillosa como una estrella y tan suave como la seda— ¡Mi ángel ya está aquí!
— ¡Hijo mío! ¡Mi bebé! Esto es un milagro… finalmente puedes hablar. ¡Puedes hablar, mi amor— dijo la señora Esther tomándolo entre sus brazos para colmarlo de besos—
— ¡Jan Siegfried, nieto mío! En verdad estás hablando.
— ¡Mi ángel ya está aquí!
Efectivamente como un gran y auténtico milagro, el pequeño Siegfried habló por primera vez y si bien nadie comprendía a qué se refería con ¡Mi ángel ya está aquí! Mucho no importaba pues lo único importante era que Jan Siegfried había emitido palabras por primera vez en toda su vida.
El niño pasó a los brazos de su padre y éste demostrándole derroches de afectos por la felicidad, dijo que ese era el mejor día de toda su vida en años y que en verdad estaba feliz y orgulloso de haber conocido finalmente la voz de su hijo.
SANKT GOARHAUSEN – ALEMANIA (26 DE AGOSTO DE 2000)
Un espléndido y maravilloso sábado por la mañana, una hermosa niña de descendencia noble había llegado al mundo. ¡Ohazia! Una de las más hermosas y perfectas criaturas que Dios, el gran Jefe y protector de las almas había decido prestar a los seres humanos, para concretar misiones muy importantes que trazarían no solo su destino sino el de las personas que la rodearían.
Una de esas misiones era llenar de luz y felicidad la vida y el hogar de Hada y Rudolf Neubauer. Un matrimonio que durante años había intentado concebir sin éxito, un bebé hasta que finalmente el anhelo les fue otorgado con el nacimiento de Odette.
Definitivamente Odette no sería un simple bebé, pero sus padres no lo sabrían hasta el instante en el que la niña abriera por primera vez sus alas al mundo.
— ¿Y está plumilla blanca de donde salió? ¿Acaso de mi hermoso ángel? —dijo Hada tomando aquella plumilla tan blanca como las nubes, tan brillosa como una estrella y tan suave como la seda. Plumilla que había encontrado entre la manta que envolvía a la niña—
— Tal vez... —acotó Rudolf observando la plumilla en la mano de su esposa— con las prisas al guardar las pertenencias de la bebé, la pluma vino impregnada a la manta —recalcó—