SANKT GOARSHAUSEN – ALEMANIA (2008)
El cumpleaños número 8 de la pequeña Ohazia estaba cerca y como cada año el señor y la señora Nuebauer celebraban para su hija una fiesta por todo lo alto de la ciudad, y que a su vez repercutiría a lo largo y ancho de todo el estado de Renania Palatinado.
La mansión de la familia Neubauer que había pasado a manos de varias generaciones y que se encontraba en el Valle de Burg Katz, lucía como una de las más imponentes sobre las colinas del río Rin, junto a unos extensos viñedos también pertenecientes a la familia. Viñedos de los cuales se hacían cargo los hermanos, Rudolf y Paul Neubauer quienes luego de la muerte de su padre, todo les había quedado heredado.
Con mucho esmero y dedicación se hacían cargo de las parcelas vitícolas y de ese modo habían logrado mantener la tradicional producción de la variedad de vinos más exquisitos de toda Goarshausen. Misma tradición que los posicionaba como una de las familias más importantes de todo el Valle de Burg Katz donde cada 26 de agosto resonaba con bombos y platillos la fiesta de cumpleaños de la princesa Odette.
Era una fiesta que no solo celebraba el cumpleaños de la niña sino también la apertura de la vendimia donde gente de todos los estatus sociales compartían sin distinciones. Desde las personas más importantes y adineradas hasta las más sencillas y humildes acudían a dichas celebraciones pues la familia Neubauer siempre se caracterizaba por la generosidad y el buen trato, por sobre todo con los trabajadores de sus viñedos.
Hada y Rudolf Neubauer siempre aparentaban ser personas muy abiertas a la sociedad, pero desde que nació Odette, lo fueron aún mucho más. Ambos hacían el intento por ser buenas personas y por sobre todo buenos padres pues su hija irradiaba en ellos la luz, la nobleza y el amor.
De algún modo deseaban retribuir cosas buenas por la maravillosa existencia de su hija, para que la misma fuera feliz siempre. Ohazia parecía serlo, con sus padres, con todo su entorno y con todo aquello que poseía, sin embargo sentía que alguna cosa le faltaba a su vida. Alguien que se encontraba a lo lejos, donde cada cumpleaños perdía su mirada esperando con la ilusión de poderlo ver.
Desde su cumpleaños número 4, la pequeña Odette se vestía de princesa y antes de que dieran inicio a las celebraciones, subía al balcón más elevado de la mansión donde podía observarse en la distancia el antiguo castillo de Katz, desde la habitación de su abuela, la señora Delphine Neubauer quién desde la muerte de su amado esposo Rudolf III, no había vuelto a recuperar el ímpetu que siempre la había caracterizado.
Odette era su única compañía, la razón de toda su alegría, y cuando la niña subía a visitarla vestida de princesa, la señora Neubauer conocía muy bien la razón.
— ¿Quieres que te cuente la historia del príncipe atrapado dentro del Castillo de Katz?
— ¡Sí, abuela! ¿Crees que esta vez sí logre escapar del castillo para venir a mi fiesta de cumpleaños?
— Alguna vez lo hará mi pequeña Odette. Un día tan especial como este, el príncipe Siegfried logrará romper el hechizo que lo envuelve al Castillo y podrá escapar para conocer a la princesa más hermosa de todo el Valle —le dijo la abuela luego de colocarla sobre su regazo—
— ¡Pobre príncipe! Ha de sentirse muy solito y triste dentro del castillo. ¿Crees que tenga miedo, abuela?
— Mmm… alguna vez sintió miedo, pero con los años el príncipe Siegfried creció y se hizo muy valiente. Él no le teme a nada. ¡O tal vez le teme a una cosa!
— ¿A qué le teme? —preguntó la pequeña—
— Teme no poder encontrar nunca a su princesa luego de romper el hechizo y lograr escapar del castillo.
— ¿Y crees que logre encontrarla, abuela?
— Por supuesto que la encontrará. La encontrará y una preciosa noche iluminada, como en las celebraciones del Rhein in Flammen vendrá a buscarla para llevarla a vivir aún Valle encantado.
— ¿Y en ese lugar serán muy felices por siempre y para siempre?
— ¡Lo serán, mi ángel! Algún día serán muy felices por siempre y para siempre —contestó ella con certeza absoluta, haciendo que de tanta emoción la pequeña comenzara a tirar plumillas blancas por doquier. Plumillas tan blancas como las nubes, tan brillosas como las estrellas y tan suaves como la seda—
— ¡Oh, mi ángel! ¡Mi hermoso ángel! —exclamó— Ya es hora de que bajes para disfrutar de tu fiesta.
— ¿Por qué no bajas conmigo, abuela?
— Nein! (¡No!) Estoy bien aquí, cariño. Ve tú y no te preocupes por mí.
— ¡Está bien! Luego te traeré pasteles y dulces —le prometió a su abuela antes de bajar a su fiesta—
SAINT ÈMILION – FRANCIA (2008)
La vendimia también se llevaba a cabo en la hacienda “El Amanecer” y esos meses eran los mejores del año para Jan Siegfried porque era el lugar donde mejor podía ocupar su mente, lejos de personas que definitivamente no le hacían ninguna gracia en su vida. En “El Amanecer” y en “Las Nubes” se sentía a salvo de todo mal que el mismo pudiera ocasionar.
Para Jan Siegfried afuera solo existían tentaciones de todo tipo. En el mundo exterior existía una vida de la que no deseaba ser parte pues era consciente de que cada error que pudiera cometer, cada tentación, cada pecado, únicamente lo condenaría aún más y acabaría alejándolo de su ángel.
Para aquel entonces Azkeel se había convertido ya en adolescente. Uno muy guapo y de buen porte qué atraía constantemente cómo atrae la miel a las hormigas, no solo a las chiquillas de sociedad en Busdeos sino también a las hermosas florecillas frescas del pueblo de Saint Èmilion donde solía frecuentar acompañando a su madre para ciertas cuestiones.
De todas ellas, intentaba huir y al menos durante los tres meses de la vendimia que vivía con su abuelo en la hacienda, lo lograba y ocupaba sus pensamientos constantemente con cosas relacionadas a la viticultura. Siegfried había aprendido bastante gracias a su abuelo, quién cada día se sentía más orgulloso de su nieto.
— Cuando acabes la secundaria, nieto mío ya debes tener una idea clara sobre la carrera que seguirás en la universidad.
— Yo no necesitaré ir a la universidad, abuelo. Con todas las cosas que me has enseñado durante tanto tiempo, es suficiente para mí. Además me seguirás enseñando más cosas. ¿No confías acaso en que cuidaré bien de la hacienda?
— No digas eso Siegfried. Confío plenamente en ti y así será hasta el día de mi muerte, nieto, pero tu padre no permitirá que te saltes la universidad. Recuerda que un día no solo te harás cargo de estos viñedos sino también de las empresas de Peter —le dijo el abuelo Klaus mientras Siegfried lanzaba un enorme suspiro— No te digo esto para que te angusties, sino para que aprendas a manejar todas tus responsabilidades en cuanto las tengas. ¿Sabes que te enseñaré a partir de ahora?
— ¡Dime, abuelo!
— Ahora que ya cuentas con una amplia base sobre enología y todo el minucioso proceso detrás de una buena botella de vino, daremos inicio a la cata. La cata de vino consta de tres fases —dijo comenzando a citarlas— Fase 1: (visual), Fase 2: (olfativa), Fase 3: (gustativa). Desde luego la gustativa dejaremos a un lado para cuando estés en la edad de probarlas. Ahora nos centraremos en las fases 1 y 2. Te enseñaré de qué manera observar y sentir cada vino. En la Fase 1, iniciaremos observando el vino dentro de la copa, el color que tiene, los reflejos que el mismo nos da, si está limpio o está turbio, o si tiene burbujas —comenzó a explicarle ni bien ingresaron a una de las tantas áreas de producción de los vinos— Con estas fases aprenderás cómo notar si un vino es más viejo o más joven qué otro. En la Fase 2 existen tres tipos de aromas —prosiguió agarrando una copa de vino blanco para agitarla lentamente— Los aromas primarios que son los que predominan en vinos más jóvenes. Los aromas secundarios que prevalecen en vinos con más crianza. ¡Es decir! Más añejas. Los aromas terciarios, de la fermentación de las grandes reservas. En la Fase 3 ingresaremos a la gustativa y para esta fase debemos darle una entrada suave, sentir la evolución que tiene en la boca de modo a poder juzgar posteriormente el gusto del vino.
Jan Siegfried muy atento en todo lo que le explicaba su abuelo como siempre, comenzó a observar las 4 variedades de vinos que se encontraban servidos en copas. Luego sostuvo cada una de ellas para poder observarla y olfatearla mientras que la cata se la dejaba al señor Klaus pues tal y como se lo había dicho su abuelo, él aún no tenía edad para andar degustando vinos por muy pocos que fuesen.
— ¿Cuándo podré llegar a la fase 3?
— ¡Muy pronto jovencito! Muy pronto porque creces a la velocidad de la luz —contestó agitándole ese cabello de rizos rebeldes que poseía Siegfried—
La vendimia de 2009, según las tristes expectativas de Jan Siegfried, sería última que compartiría con su abuelo en cinco largos años pues según los planes estipulados, a finales de verano de 2010, el señor Peter Willemberg lo enviaría a estudiar a una universidad de París tal y como hacía tiempo el chico temía que sucediera.
— ¿Dime por qué en París, padre cuándo puedo estudiar aquí en Burdeos?
— Porque en París hay mejores universidades para lo que debes estudiar, y agradece que irás a París y no a la universidad de München en Alemania donde mi padre me envió a mí para seguir mi carrera universitaria.
— ¿Sabes lo triste que se pondrá mi abuelo con esto? ¿Tienes alguna idea?
— Tu abuelo no se pondrá triste porque sabe que irás a estudiar. Además tu madre y yo cuidaremos le haremos compañía mientras siga a cargo de sus viñedos.