Las Promesas Que Te Hice

EL GRITO DE SU NOMBRE

Cayendo el anochecer Siegfried y Leroy salieron raudamente de la casa. Subieron al coche y partieron con rumbo desconocido dejando a la señora Esther Willemberg con el alma colgando de un hilo conforme pasaron las horas pues ambos no regresaban y tampoco atendían las llamadas a sus teléfonos móviles.

— Peter, si algo malo le sucedió a nuestro hijo yo voy a morir de dolor y de tristeza. ¡Ay, Dios mío! ¿Dios mío por qué?

— Esther, por favor ya Cálmate. Llamaré a la casa de la familia Besson para saber si quizás están allí.

Cuando el señor Peter Willemberg se comunicó con los padres de Leroy y confirmó que no se encontraban en la residencia de los Besson, la preocupación ya no solo se había tornado alrededor de su esposa sino también en la del hombre pues era la primera vez que Jan Siegfried se encontraba fuera de la casa a esas altas horas.

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— ¡Hijo! ¡Hijo mío! Por fin me contestas. ¿Por qué me haces una cosa como esta, Siegfried? De la preocupación, no pegué los ojos en toda la noche.

— Madre, me duele mucho la cabeza. Por favor no grites y no llores así. ¿De acuerdo?

— Jan Siegfried —irrumpió su padre arrebatándole el teléfono a Esther— ¿Puedo saber a dónde te has metido? ¿Cómo pudiste hacernos esto? ¿Dónde demonios estás?

— Ssshhh… padre no invoques a los demonios.

— ¿De qué estás hablando? —dijo con voz elevada—

— No grites, padre.

— Contesta mi pregunta.

— ¿Te preocupó el hecho de que no hayan llegado a dormir a la casa, sin embargo quieres enviarme a vivir solo a París? —le reclamó— Voy a colgar ahora y dile a mi madre que no se preocupe.

— Siegfried… Siegfried.

Luego de que el joven Siegfried colgara la llamada, se sentó sobre la cama, mareado, y con la cabeza a punto de estallarle del dolor. En ese instante se percató de que no estaba solo. Una señorita a quién acababa de despertar con sus gritos a través del teléfono, se encontraba junto a él.

— ¿Debería darte los buenos días?

— ¡No! —Contestó levantándose raudamente para vestirse—

— ¿Por qué tanta prisa, Siegfried? Anoche no te veías para nada presuroso.

— Anoche debí haber estado en verdad bastante ebrio.

— Yo diría más bien que estabas bastante agradable. ¡Oye! Habrá una fiesta hoy en la residencia Delon y estoy invitada. Si tú quieres podríamos ir juntos.

— No quiero ir a ninguna fiesta.

— ¿Por qué no? ¡Anda, acepta! —insistió aquella joven tomando a Siegfried de la cintura— ¿Si?

— Te dije que no quiero ir a ninguna fiesta, y será mejor que te vistas y salgas porque ya voy a cancelar la habitación —le dijo apartándose de ella—

— ¿Qué sucede contigo? ¿Por qué me tratas ahora de este modo?

— Nada sucede conmigo. Tienes cinco minutos para abandonar la habitación —reiteró—

— A mí nadie me trata de ese modo. Más te vale que cambies tu tono conmigo porque no estás hablando con ninguna cualquiera.

— Mmm… amaneces en la cama de un chico que estuvo ebrio sin tener nada con él y dices que no eres una cualquiera.

— ¡Eres un imbécil!

La chica, enfurecida le propinó una bofetada al joven y con tono amenazante le advirtió que las cosas no se quedarían de ese modo.

— ¿Y qué se supone que harás? Escúchame muy bien… yo no le tengo miedo a tus amenazas. El hecho de que tú y yo hayamos acabado en la cama no significa que lleguemos a tener absolutamente ¿Te quedó claro?

Aún más enfurecida ante aquellas palabras, la joven le dio una segunda bofetada. Tomó toda su ropa se dirigió hasta el baño.

Jan Siegfried llamó a su amigo Leroy para saber dónde se encontraba y éste le contestó que continuaba en el hotel y que lo esperara en el bar.

— Pediré un taxi.

— ¿Un taxi? ¿Por qué tanta prisa? Espérame que bajaré ya en un momento, hermano.

— Apresúrate entonces porque ya quiero irme de aquí.

Ante la poca paciencia de Azkeel y sus ganas inmensas de querer abandonar aquel lugar, decidió no esperar a su amigo, y en lugar de pedir un taxi, decidió salir a caminar y caminar por incontables minutos, sin rumbo, bajo el cielo siempre hostil de la ciudad de Burdeos.

En su incierto trayecto buscaba con cada latido de su triste corazón aquello más valioso en su vida que yacía perdido en algún lugar ¿Pero dónde? ¿En qué lugar se encontraba su ángel?

— ¿Dónde te encuentro mi Ohazia? ¿Dónde? Siento que he cometido una gran falta. Siento que sin ti las seguiré cometiendo y no quiero fallarte más. Siento que no te merezco y tengo miedo de no poder encontrarte nunca.

Repentinamente y como hacía años no sucedía, por las mejillas de Azkeel comenzaron a rodar lágrimas. Lágrimas que se convertían en las voces amenazantes de las tormentas, proclamada por los tronos.

Comenzó a llover y en medio de la tormenta, Jan Siegfried continuó caminando.

Sus pasos perdidos lo condujeron hasta la torre Pey Berland. Allí ingresó y subió hasta lo más alto de la misma dónde preso de su destino, abrió sus imponentes alas negras a la oscuridad de aquel día.

Con el rugido de los truenos, de los rayos y de las centellas pregonó en un solo grito el nombre del ser más sublime y encantador que habitaba en algún lugar desconocido de la tierra.

— ¡Ohaziaaaaaaaaaaaaaaa!

GOARSHAUSEN – ALEMANIA (VALLE DE BURG KATZ)

— ¿Príncipe Sigfrido?

La princesa Odette despertó. Aquella desolada tormenta con truenos, rayos y centellas parecían haberla llamado perturbando sus sueños.

La pequeña de la cama de inmediato se levantó para ir hasta el balcón de la habitación de su abuela. La señora Delphine Neubauer.

— ¡Abuelita! ¡Abuelita!

— ¿Mi hermoso ángel, que sucede?

— Oí la voz del príncipe Sigfredo que provenía del castillo. Creo que necesita de mi ayuda.

— ¿Y qué decía la voz del príncipe?



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En el texto hay: fantasia, angeles, promesas

Editado: 10.02.2022

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