— Siegfried, vas a explicarme ahora mismo qué significa esto.
— Quizás, si supiera lo que es, padre.
— No te hagas el desentendido. Son las cuentas de un hotel.
— ¿Hijo, estuviste en un hotel? —le preguntó su madre—
— Estuvo en un hotel y gasto 10.000€ en una sola noche. 6.000€ en una suite lujosa y 4000 en vinos consumidos en el bar.
— ¿Qué? ¿Desde cuándo ingieres bebidas alcohólicas, Siegfried? ¡Contéstame!
— Desde anoche, madre.
— Ha… ¿Oyes el tono tan descarado en que lo admite, Esther? ¿Oyes a tu hijo?
— Nuestro hijo, Peter —dijo la señora Willemberg arrebatando de la mano de su esposo las cuentas de aquel hotel, que había recibido— Mi niño, tú no pudiste haber tomado todo esto solo. Fueron demasiadas botellas de vino y de los más costosos.
— No me los bebí todos, madre. Simplemente estaba practicando.
— ¿Practicando qué?
— La cata.
— ¿La cata?
— La cata… ¡Por supuesto! Esto solo puede ser obra del Señor Klaus Willemberg… ¿Cómo lograste que te vendieran estos vinos? ¿Tienes alguna idea de lo que hubiese sucedido si te descubrían bebiendo? Eres aún menor de edad, Siegfried.
— No creo que hubiese sucedido alguna cosa. Todos mis compañeros de secundaria también son menores y beben siempre. Yo simplemente estaba practicando. Ya te lo dije.
— En verdad eres el colmo del descaro… ¡Escúchame muy bien! Es la última vez que haces una cosa como esta, hijo y espero que te quede muy en claro porque si en algún momento llegas a meterte en problemas por andar bebiendo, yo no voy a sacarte de ellos —e advirtió su padre saliendo de la sala—
— Madre, por favor no le cuentes nada de esto a mi abuelo. Él me dijo que aún no tenía edad para la cata, y se sentiría un poco decepcionado si se enterara sobre esto.
— ¿Si te importan los sentimientos de tu abuelo, entonces por qué lo hiciste, hijo?
— Por curiosidad… madre, no quiero que mi abuelo se moleste conmigo.
— ¡Ay mi niño! —exclamó la mujer lanzando un enorme suspiro— Te prometo que de mi parte él no va a enterarse, pero muy probablemente tu padre se lo dirá y tú tendrás que disculparte ante tu abuelo y prometerle que no lo volverás a hacer.
— Mmm…
— Oye… Hoy será el sepelio de tu compañera de secundaria, que en paz descanse y Dios la tenga en su gloria. ¿Vas a ir?
— ¿Por qué debería ir?
— ¿Cómo por qué? Ella fue tu compañera desde el inicio de la primaria. Si vas, yo puedo acompañarte, cariño —le dijo su madre, y repentinamente la memoria de Azkeel fue asaltada por imágenes lejanas, muy lejanas que yacían como cicatrices incurables. Imágenes de su adorada y dulce Aurora, hundida en un eterno sueño sobre una cama cubierta de cientos de rosas— ¿Siegfried? ¿Hijo estás escuchándome?
— No me gustan los sepelios, madre. Iré a mi habitación para reordenar algunas cosas que llevaré a París.
Al día siguiente. El último de Jan Siegfried en Saint Èmilion y en Burdeos, el chico decidió pasar todo el día con su abuelo en “El Amanecer” y es que en el fondo sentía mucho pesar por tener que alejarse de su lado.
— ¿Abuelo, me prometes que cuidarás muy bien de “Las Nubes”?
— Por supuesto que cuidaré muy bien de “Las Nubes” nieto mío. ¿Acaso lo dudas?
— No… Sabes abuelo que un día traeré a mi ángel a “Las Nubes” y viviremos juntos en estas tierras. Le gustará mucho este lugar porque la transformaré en un paraíso solo para ella.
— Has hablado de ese ángel tantas veces, Siegfried y ha dibujado tantas sonrisas y penas en tu rostro que ya tengo muchas ganas de conocerla.
— La conocerás abuelo. El día en que la encuentre, la traeré aquí y la conocerás —e aseguró formándose luego un largo silencio entre ambos—
— ¡Oye abuelo! ¿No te pondrás triste cuando yo vaya a París? No quiero que te sientas solo.
— Siegfried, no hables como si fuese que no te volveré a ver. Apartaré tiempos libres para ir a visitarte a París, y tú vendrás para Navidad y Año Nuevo.
— ¿Y de verdad irás a París, abuelo? Tú apenas quieres ir a Burdeos porque no te gusta dejar la hacienda.
— Por ti siempre haré una excepción, nieto —le dijo con un beso en la frente— Además quiero ver con mis propios ojos que no te portes mal en París. Ya me enteré de lo que hiciste.
— Mmm… Entonces mi padre ya estuvo aquí reclamándote cosas y culpándote por lo que hice.
— Te pedí que esperaras el momento adecuado y no me obedeciste.
— Sentí curiosidad. ¿Tú nunca sentiste curiosidad sobre algo? ¿Acaso mi padre nunca hizo algo malo en su vida?
— Todos alguna vez cometimos errores y nunca deseamos que nuestros hijos y nietos los comentan.
— Abuelo, eran vinos muy buenos y al catarlas hice todos mis apuntes.
— Mmm… apuesto a que lo eran en verdad porque gastaste 4000€ en botellas de vinos.