Las Promesas Que Te Hice

ALGÚN DÍA SERÁN MUY FELICES

Cuando el señor y la señora Willemberg ingresaron a la sala donde se encontraba su hijo, este yacía acostado sobre la cama, de espaldas a la puerta, sin mediar palabra alguna cuando sus padres se acercaron hasta él.

— ¡Mi amor! ¡Mi niño! ¿Cómo estás? —preguntó Esther con el tono dulce que la caracterizaba, pero a la vez lleno de angustia, acariciando el cabello de su hijo—

— ¿Siegfried, hijo te sientes mejor?

— Padre, déjame volver a la casa. Tienes que dejarme volver. Quiero regresar a “Las Nubes” y al “Amanecer” —el chico comenzó a decir entre repentino llantos— Haré lo que tú quieras, padre. Seguiré estudiando y me haré cargo de todos tus negocios. Haré un tiempo para acompañarte a tu trabajo, pero llévame de aquí —prosiguó ante un Peter Willemberg sorprendido pues no era nada habitual ver a su hijo en ese estado— Si me dejas aquí yo moriré, me consumiré en este lugar y perderé para siempre a mi Ohazia.

— ¿Hijo, porque te pones así? Debes calmarte.

De la nada y ante un repentino susto se oyeron extensos estruendo sobre todo el cielo de París. Estruendos que estremecieron el corazón de unos padres en medio de la melancolía del chicos— Hablaremos mejor al respecto luego, si te calmas. Lo prometo.

— Descansa un poco, mi niño que tu padre y yo estaremos cerca de ti. Descansa mi bebé que todo estará mejor cuando despiertes.

Al joven Jan Siegfried, las palabras de sus padres acabaron calmándolo un poco. Volvió a colocarse en la posición en la que había estado, y su adre lo cubrió con una manta antes de abandonar la habitación para que el chico descansara.

— No me digas nada Esther. ¡No lo hagas! Y tampoco me mires así —pidió el hombre mientras su esposa lo abrazaba con fuerza— Sabes que no voy a quedarme de brazos cruzados viendo a mi hijo arruinarse en este lugar. Juro que en otras circunstancias hasta lo hubiese visto como un chantaje por parte de Siegfried para que consiguiera volver a casa, pero no. Nuestro hijo me desconcierta bastante en verdad, Esther. Luce como un chico de alma perturbada y sufriente que no logra ser feliz con nada. ¿Quién es Ohazia? No es la primera vez que la menciona —cuestionó el con curiosidad, sin embargo la señora Esther esquivó la pregunta pues no sabría de qué modo explicarle a su marido quien era exactamente Ohazia, cuando ni siquiera ella la conocía.

— Algún día nuestro hijo será feliz, Peter, pero mientras ese día llegue lo mejor será llevarlo de regreso a casa para que esté cerca de nosotros. Yo no viviré tranquila lejos de mi hijo.

Cuando Jan Siegfried finalmente se repuso y fue dado de alta del hospital, sus padres desde luego lo acompañaron hasta el apartamento donde residía junto con su compañero Leroy quien en ese momento se encontraba en las clases de la universidad.

Aprovechando la ocasión, los señores Willemberg consideraron propicio conversar con su hijo sobre un asunto serio y delicado.

— Hijo, te he prometido que volveríamos a casa y te doy mi palabra de que así será, pero sólo resta un mes para que acabes el semestre y por lo tanto en lo que eso suceda yo me pondré a averiguar sobre una buena universidad en Burdeos donde puedas continuar con tus estudios. Si te llevamos ahora, perderás el semestre y eso sí que no lo puedo permitir.

— Tu padre y yo queremos que aguantes un poco más, cariño. Un mes pasa muy rápido y ya verás que pronto volverás a casa con nosotros.

— ¿Estás de acuerdo con eso?

— Mmm… está bien. Se oye razonable —contestó el chico—

— ¡Qué bueno! Ahora te haré una pregunta y quiero que seas sincero con tu madre y conmigo, Siegfried.

— ¿De qué se trata?

— ¿Tú has estado consumiendo drogas?

— ¿Drogas, padre?

— Cariño, el médico que te atendió en el hospital nos dijo que en tu sangre detectaron sustancias nocivas luego de que te realizaran los análisis rutinarios.

— Madre, yo no consumo drogas. Te lo juro.

— Pues eso no fue lo que arrojaron tus análisis.

— No lo hago, padre.

— ¿Nos juras en verdad que no te drogas?

— Se los juro.

— ¿Y cómo puedes explicarlo entonces?

— No lo sé, padre… Quizás pusieron algo en mi bebida, en la fiesta a la que fui. Yo solo recuerdo que desperté en la tarde y me sentí muy mal. ¡Es todo!

— Mmm… De acuerdo. Entonces mientras permanezcas aquí no quiero que vuelvas a asistir a ningún tipo de fiestas. Ni una sola ¿Me entiendes? ¿Crees que puedas prometer eso también? ¡Dios! Existen tantas actividades que puedes hacer en esta ciudad, pero tú solo te vuelcas en fiestas, hijo.

— Eso es verdad, hijo… prométenos que ya no irás a ninguna fiesta. Si lo haces, tu padre y yo quedaremos muy tranquilos.

— Les prometo que no iré más a ninguna parte. Pronto tendremos exámenes finales y me centraré solo en eso mientras cuento los días para volver a Amanecer.

— ¡Qué bueno oírte hablar así, mi niño! Mi corazón vuelve a latir en paz gracias a tus palabras —exclamó abrazando a su hijo—

— Esperemos que así sea porque nos llevaremos tus palabras confiando mucho en ti, Siegfried.



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En el texto hay: fantasia, angeles, promesas

Editado: 10.02.2022

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