Las intenciones de Jan Siegfried eran claras para él. Sabía muy bien que cosas hacer y que no, sin embargo no transmitía esas intenciones con nadie y por esa razón tanto la señora Delphine Neubauer como Esther Willemberg temían situaciones no propicias por parte del joven con respecto a la pequeña Odette.
— Usted no debió autorizar a mi hijo tal cosa, señor Klaus.
— ¿Por qué no, mujer? Mi nieto posee buenos conocimientos sobre enología y viticultura, y será una buena oportunidad para que ponga en práctica todo lo que le he enseñado.
— Los pondría en práctica si tan solo le interesara aportar sus conocimientos en recuperación de los viñedos de aquel Valle, pero a mi hijo Siegfried lo único que le importa es la niña que vive en aquel lugar.
— ¿Cuál niña? ¿Acaso es verdad que mi nieto ya encontró a aquella chica que tanto menciona?
— La encontró sí, pero no se trata de una chica de su misma edad. Siegfried pretende secuestrar a una niña.
— ¿Qué? ¿Oyes lo que dices? ¿Te has vuelto loca, Esther?
— Lo hará porque fue lo que me dio a entender cuando hablamos por teléfono. Dijo claramente que Ohazia le pertenece y que él le pertenece a ella.
— ¿Y eso qué? ¿Cómo puedes creer que mi nieto sería capaz de secuestrar a una niña? ¡No te permitiré tal cosa, Esther!
— Usted no entiende, pero yo sé muy bien de lo que estoy hablando y en este mismo momento prepararé una maleta y tomaré el primer vuelo disponible a Alemania para impedir que mi hijo cometa una locura.
VALLE DE BURG KATZ – GOARHAUSEN (ALEMANIA)
— No quiero que te pongas triste mi príncipe Sigfrido.
— ¿Por qué me pondría triste, mi ángel?
— Por volver a ver ese castillo donde has permanecido encerrado durante tantos años —dijo y él simplemente sonrío dándole un beso en la mejilla—
— Yo no podría volver a estar triste jamás ahora que te encontré, mi Ohazia. Ver el castillo no me afecta en nada, además se ve hermoso desde aquí y sé que a ti te gusta mucho. ¿Cierto?
— ¡Me gusta mucho!
— Entonces si a ti te gusta mucho a mí también me gusta. ¿De acuerdo?
— ¡De acuerdo! ¿A dónde me llevarás también hay un castillo, Sigfrido? —prosiguió la niña con entusiasmo mientras yacían sobre el caballo blanco, paseando con la más paciente lentitud—
Jan Siegfried no supo qué contestar de manera inmediata pues desconocía en absoluto sobre qué castillos pudieran existir en Saint Èmilion o Burdeos, sin embargo llevaba grabado en su vieja memoria el mundo que le había prometido alguna vez a su hermoso ángel, y entonces se lo repitió con cada detalle que recordaba.
— El lugar al cual te llevaré es inmenso. Un gran Valle para la única reina de mi corazón. Un reino con un mágico castillo rodeado por un gran bosque encantado con hadas, duendes y cientos de animalitos. Un lago con decena de cisnes iluminados por incontables luciérnagas. Un gran jardín con las flores más hermosas que pudieran existir en este mundo para que te den los buenos días todas las mañanas desde nuestra ventana, junto a las coloridas mariposas y el canto de los pajarillos —Dictaba Azkeel sin cesar mientras su pequeño ángel, ante cada palabra se iluminaba más y más—
— ¿Todo eso hay en aquel Valle, Sigfrido?
— Todo eso y una fuente de agua tan cristalina como tu mirada.
— ¿Cuándo nos iremos a ese lugar? ¿Cómo se llama el Valle?
— ¡Las Nubes!
— ¿Las Nubes? ¿Volveremos a las nubes?
— No a las nubes qué tú y yo conocimos, mi ángel. Me refiero a Las Nubes que yo creé para ti aquí en la tierra para cumplirte todas las promesas que te hice. Ese lugar donde seremos muy felices por siempre y para siempre.
— ¿Me hiciste muchas promesas, Sigfrido?
— Muchas que no pude cumplírtelas. Pero esta vez todo será distinto, Ohazia.
A diferencia de Jan Siegfried, Odette no poseía en su memoria vestigios de viejos recuerdos. Conservaba la misma esencia que alguna vez poseyó, pero su vida no experimentó los pecados ni las maldades. Fue otorgada al rango de ángel protector, y enviada de regreso al mundo con una misión que hasta ese entonces ni siquiera sabía de qué se trataba, pues apenas cargaba consigo el pensamiento de que un día alguien la encontraría y vendría por ella.
Ese alguien amarrado al destino de ella, tan amarrado como a sus condenadas alas negras.
Los primeros objetivos de Azkeel habían dado sus frutos sobre todo gracias a aquel pequeño paseo por el Valle de Burg Katz, sobre el caballo blanco. Su pequeño ángel se vio invadido de luz y de felicidad y lo invadió a él por completo.
Aquel día había sido tan solo el inicio de un magnífico y maravilloso verano.
Al cabo de un par de horas, Azkeel devolvió a Ohazia a la mansión, bajo la atenta espera de la señora Delphine Neubauer y de la madre de la pequeña quien para ese entonces ya se encontraba en la residencia.
— Hada, este joven es Jan Siegfried Willemberg, nieto de un viejo amigo de mi esposo Rudolf y mío, y mío también. Klaus Willemberg. Él también es poseedor de extensos viñedos. Uno de los más importantes de Saint Èmilion en Francia. Siegfried, ella es Hada, la madre de Odette —dijo presentándolos mientras Odette abrazaba a su madre y le sonreía a su bello príncipe—