Decenas de globos flotantes de colores en forma de estrellas, decoraban toda su habitación y a verlas, en la pequeña Ohazia no cabía tanta emoción. Maravillada dio giros y giros de felicidad hasta qué a su bello príncipe se puso a buscar.
— ¿Sigfrido, estás aquí? ¿Sigfrido?
Él no respondía y fue entonces a observar a través de su ventana donde tampoco halló su presencia.
— ¿Sigfrido, a dónde te has metido? —preguntó una vez más sentándose sobre su cama donde continuaba maravillándose con aquella gran sorpresa—
RECIBIDOR DE LA MANSIÓN DEL VALLE DE BURG KATZ
— ¡Buenos días, señora Neubauer!
— ¡Buenos días!
Esther: Permítame por favor presentarme. Soy Esther Willemberg, y estoy aquí en representación del señor Klaus Willemberg.
Delphine: ¿Willemberg? Jamás me hubiese imaginado que ese apellido se aparecería con tanta vehemencia en los últimos días, y mucho menos me hubiese imaginado tener noticias sobre Klaus Willemberg luego de tantos años. ¿Ese ha de estar más viejo que yo, cierto? —preguntó ocasionando una tímida sonrisa en la señora Esther, intentando recobrarse de lo que había acabado de ver— ¡Perdón! A veces hablo demasiado, Esther. Te doy la bienvenida a la residencia del Valle de Katz.
— Se lo agradezco mucho —expresó en el preciso instante en el que su hijo Jan Siegfried ingresaba en el recibidor— ¡Ah! Aquí llegó… Él es mi hijo Jan Siegfried Willemberg.
— Madre, la señora Neubauer y yo ya nos hemos conocido.
— Así es… ya tuve el gusto de conocer a su hijo, señora Esther.
— Mmm… Bueno, yo he venido hasta aquí para traerle unos presentes por parte del señor Klaus.
— ¿Se acordó de mí y me envió presentes?
— Así es…
— ¡Pues bien! Ven Esther… pasemos a la sala y me enseñas esos presentes. ¿Deseas beber alguna cosa?
— Una taza de café, si no es molestia.
— Ninguna molestia.
Antes de ingresar, la señora Delphine Neubauer le hizo señas a Jan Siegfried para que también ingresara pues en cualquier momento Hada, la madre de Odette quién había ido de compras, estaría de regreso y no deseaba ningún tipo de incomodidades por las imprudencias del joven.
Siegfried también había aceptado una taza de café pues pese a que ya había ingerido lo suficiente antes de venir, su estado seguía sin ser del todo bueno pese a que había hecho lo mejor posible por estarlo.
— El señor Klaus le envío estas botellas pertenecientes a las reservas de sus viñedos. ¡Bueno! Dos son de él y una de mi hijo Siegfried.
— ¿Así que Klaus continúa teniendo el detalle de dar regalos tan exquisitos? A mi esposo Rudolf le hubiese encantado. Ambos siempre se obsequiaban entre sí sus mejores reservas —dijo mientras observaba por último la botella perteneciente a Jan Siegfried— ¿Las Nubes?
El nombre desde luego era bastante peculiar para asimilar que pertenecían a los viñedos de un chico como Jan Siegfried, pero sin dudas tanto aquellos viñedos como el nombre y toda la esencia que pudiera poseer, estuvieron y estarían pensados siempre únicamente en su preciado ángel.
— ¡Sigfrido! —exclamó la pequeña ingresando raudamente hasta la sala, deseando abrazarlo con fuerzas por la sorpresa que le había dejado en su habitación—
No podía, la pequeña debía guardar compostura, cosa muy difícil para ella cuando se hallaba feliz y emocionado. Solo se limitó a tomar asiento en medio de su príncipe y de la señora Esther quien pudo percibir de inmediato lo que la niña era capaz de causar en su hijo con tan solo tenerla cerca.
Al oírla y verla ingresar, se incorporó de inmediato y los ojos le brillaban con intensidad. Desde el fondo de su alma habitualmente perturbada le brotaba una sonrisa en su rostro.
— Esther, ella es mi preciosa nieta, Odette. La princesa de todo el Valle de Burg Katz.
— Ya había tenido el gusto de conocerla pues fue la primera en recibirme —dijo acariciando el cabello de la niña mientras recordaba aun estupefacta aquellas extraordinarias alitas que había extendido ante sus ojos.
La hermosa, cariñosa, y expresiva Odette, se aferró con un abrazo a la señora Esther, pues esa era la esencia de la pequeña.
Ella poseía esos bellos sentimientos imposibles de ocultar. Actitudes que muchas personas no sabrían entender, y que Esther las recibía con gran amor pues tenía la gracia virtuosa de la sensibilidad que hacían a una buena madre. Una madre que aprendió a fortalecerse desde lo más profundo de su alma cuando Dios le otorgó a su preciado hijo.
— ¿Quiere que le enseñe mi jardín? Es mi lugar favorito… Muchas flores se marchitaron repentinamente, pero estoy cuidándolas mucho para que vuelvan a nacer muy bonitas como antes.
— ¡Por supuesto que me encantaría conocer tu jardín!
— Me parece una buena idea que le enseñes a la señora Esther tu lugar favorito de la casa. Mientras le ofreces un recorrido yo iré a encargar a nuestra cocinera que prepare un delicioso banquete para el almuerzo. Esther, por favor no olvides agradecer por los obsequios al viejo Klaus si hablas con él. ¡Y otra cosa! —acotó— Se quedarán a almorzar con nosotros. Por favor no rechacen mi invitación.