Las Promesas Que Te Hice

LÁGRIMAS DE FUEGO

— ¿Por qué la trajiste contigo, Leroy?

— ¿Qué yo la traje? Como se nota que nunca les has prestado atención a las chicas que se obsesionan contigo. Ellas son capaces de lo que sea con tal de captar tu atención y de estar cerca de ti.

— Tú debiste haber inventado cualquier cosa. Lo que sea para que no te siguiera hasta aquí.

— Ella te ama, Siegfried. Está tan enamorada de ti qué es capaz de soportar incluso todas tus humillaciones con tal de que correspondas a sus sentimientos.

— Eso nunca lo conseguirá. Lo único que logrará es atormentarme y sacarme de quicio.

— No lo permitas y ya. De algún modo siempre te las arreglas para esquivar a todas las chicas.

— ¡Como si fuera tan fácil deshacerme de locas como está!

— Voy a dormir ahora porque en la mañana temprano debo ir a Burdeos. Intentaré disfrutar de mis últimos días de vacaciones, ya que la siguiente semana nos espera nuevamente la misma vida de siempre. ¡La aburrida universidad!

— Uff… ni lo digas.

— Cierra la puerta al salir, por favor.

— Mmm… a su orden, señor —exclamó abandonando la habitación, haciendo que la puerta se cerrará sola—

— ¿Cómo hizo eso? No pudo ser él. ¿Acaso hay fantasmas aquí? La ventana no está abierta.

Jan Siegfried poseía sin dudas muchos planes en su vida y por sobre todo aquellos que tenían que ver junto a su pequeño ángel. En esporádicas ocasiones sentía muchas ganas y se hallaba entusiasmado de poder trabajar duro por los viñedos hasta convertirlo con los años en una de los más prestigiosos Château de toda la región, sin embargo incontables obstáculos se atravesarían en su camino qué le recordarían constantemente sobre el infierno de una vida contra la cual debía luchar para intentar salvarse a sí mismo y hallar la felicidad tan anhelada con su Ohazia.

Uno de esos infiernos sería Leyla Busquets. Aquella chica que volcaría hacia Jan Siegfried todos sus sentimientos, tanto los buenos como los malos. Un amor obsesivo que resultaría muy dañino para ambos.

— ¿Qué haces aquí?

— ¿Es ella?

— No te atrevas a volver a tocar esta fotografía ¿Me has entendido? —le advirtió arrebatando de las manos de Leyla, el retrato que Esther le había regalado—

— ¿Es acaso por esa niña que tú te privarás de ser feliz, Siegfried?

— Creí haber sido muy claro contigo Leyla, pero ya veo que me equivoqué.

— Sí fuiste muy claro y no creas que no he pensado en todo lo que me dijiste. Mientras tú estabas detrás de esa niña yo no he hecho otra cosa que pensar en tus palabras y en todo lo que eres. Pensé tanto que llegué a la conclusión de no rendirme contigo. No dejaré de luchar por ti y hacer hasta lo imposible para que un día me ames.

— Mmm… ¿Dices que has pensado lo suficiente, sin embargo llegaste a esas conclusiones?

— Tal cual acabas de oír.

— Pues yo te diré ahora mi conclusión. Creo que te volviste loca, y no solo eso. Te volviste atrevida y has perdido toda cordura y dignidad, cosas que me decepciona porque en verdad creí que eras diferente a las otras. ¿Pero sabes qué? Estás a tiempo de frenarte. Estás a tiempo de tomar tus cosas y marcharte en la mañana temprano. Con un poco de sensatez, lo harás. Ahora quiero que salgas de mi habitación —le pidió abriendo la puerta para invitarla a salir—

Cuando aquella chica finalmente abandonó la habitación, Siegfried aseguró la puerta con llave para que no intentara volver a ingresar. Posteriormente se echó sobre su cama y allí se puso a observar por incontables minutos la fotografía de su pequeño ángel hasta quedar profundamente dormido.

Entre tantos agasajos que nunca eran de su agrado, y aquella cena con su familia, había quedado tan exhausto que no volvió a despertar sino hasta la mañana siguiente con los rayos del sol que golpearon en su ventana.

Era domingo y hacía un maravilloso día en la hacienda “El Amanecer”. En la mesa del comedor toda la familia Willemberg yacía presente para el desayuno, sin olvidar mencionar a Leroy y a Leyla quienes según lo previsto, partirían ese mismo día a sus respectivas casas.

— ¡Buenos días, hijo! —saludó Esther al igual que todos los demás—

— ¡Madre, buenos días! —replicó para ella y para todos los presentes—

— ¡Buenos días, Siegfried!

— Espero que en verdad lo sean… ¿Abuelo qué planes tenemos para hoy?

— Hoy visitaremos el depósito de cubas para reordenarlas porque uno de los nuevos empleados se equivocó con las etiquetas. Para nuestra suerte tenemos las cubas numeradas y clasificadas por lo tanto no tendremos muchos inconvenientes. Me ayudarás con eso, nieto y será todo lo que haremos hoy.

— ¡De acuerdo! Si no habrá nada más que hacer luego, yo me pondré manos a la obra con mi nueva producción.

— Aún no me has comentado al respecto.

— Próximamente “Las Nubes” tendrá su propia reserva de Petite Sirah, abuelo. Mis uvas han crecido muy bien y están listas para la vendimia.

— ¡Mi ambicioso muchacho! ¿Así que eso te traías entre manos?



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En el texto hay: fantasia, angeles, promesas

Editado: 10.02.2022

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