DISTRITO DE KREMS – AGGSBACH (BAJA AUSTRIA)
— Mi pequeño ángel, por favor… Tienes que dejar de llorar. No puedes continuar en ese estado. ¿Has olvidado acaso lo que sucede cuando te pones así? A Dios no le agrada que su precioso ángel experimente la mínima desdicha.
— ¿Por qué mi padre no me quiere, abuela? ¡Él no me quiere! ¿Y por qué Sigfrido me mintió? Él nunca vendrá por mí.
— Ven aquí, mi amor. Ven y conversemos al respecto, pero debes dejar de llorar. ¡Por favor! —pidió la angustiada abuela Neubauer, y la pequeña obedeció—
Intentando secar sus lágrimas, Odette se acercó a su abuela y se sentó junto a ella sobre el sofá de la pequeña sala de aquella casa que en comparación a la mansión del Valle de Burg Katz era apenas como una cuarta parte de la misma.
— No puedo defender a tu padre, mi niña. No después de lo que hizo, pero tampoco tengo la potestad para juzgarlo. Nadie la tiene más que Dios. Él que todo lo ve y lo escucha desde arriba. Tampoco puedo hablar por sus sentimientos, sin embargo, estoy convencida de que él te ama. De un modo muy equivocado, pero te ama, Odette. Ahora hablemos de Jan Siegfried. ¿En verdad tu corazón te dice que él te mintió? —preguntó la abuela Neubauer sin recibir respuestas por parte de la niña— ¡Mi ángel! Ese chico deberá recorrer un largo camino antes de venir por ti, por lo tanto las cosas que él haga o no durante todo ese trayecto no debe afectarte en absoluto porque tú aún eres una niña y no perteneces a su vida. No obstante, para él será todo lo contrario pues sufrirá cada cosa mala que a ti te suceda. Cada lágrima que derrames será como un castigo que le arde en la piel, será una penitencia diaria, un sufrimiento constante. ¿Comprendes? ¡Ahora bien! No voy a convencerte sobre lo que tú debes de creer. La respuesta la tienes tú misma dentro de ti. ¡Búscala, mi pequeño ángel! Pregúntale a tu corazón qué siente, y según lo que te conteste, secarás esas lágrimas que tanto enfadan a los cielos.
Odette solo pensaba en todas las palabras de su adorado príncipe Sigfrido, y su alma deseaba volver a sonreír. El sol brillaba en aquel mundo mágico que tanto anhelaba, sin embargo las crueles palabras de su padre se asomaban como nubes negras a cubrir tenebrosamente todo el cielo azul, y entonces las lágrimas volvían a rodar por sus tiernas mejillas.
CENTRE HOSPITALIER DE LIBOURNE
— Doctor, dígame, por favor qué es lo que tiene mi hijo —suplicó la angustiada Esther Willemberg—
— Señora Willemberg, le hemos hecho todos los estudios correspondientes a su hijo, pero desafortunadamente no hemos logrado averiguar acerca de su padecimiento —respondió aquel doctor de apellido Vesseur—
— ¿Cómo es eso posible? Se supone que son médicos muy estudiados. Si no son capaces de darnos respuestas en un par de horas, llevaremos a mi nieto a otro hospital.
— ¡Padre, cálmate, por favor! Esto ya ha sucedido con Siegfried en otras ocasiones y lo sabes. Doctor Vesseur, de pequeño a mi hijo le detectaron cáncer de piel y se habían tardado bastante en dar ese diagnóstico debido a que no se trataba de un tipo de cáncer habitual. ¿Existe la posibilidad de que tenga algo que ver? Toda la piel se le puso enrojecida, y recuerdo que de niño le sucedió lo mismo.
— ¿Ustedes podrían facilitarme los expedientes médicos de su hijo?
— Por supuesto que sí, doctor. Los expedientes médicos de mi hijo se encuentran en el hospital del cáncer de Burdeos. El doctor Didier Gaubier quién diagnosticó a mi hijo y siguió todo el proceso de su tratamiento, se jubiló hace un par de años, pero contactaré al hospital para solicitar los expedientes de inmediato —dijo la acongojada Esther—
— Haga eso, por favor y yo les prometo que haremos todo lo posible para entender el padecimiento real del joven.
La señora Esther no tardó en a realizar las gestiones para solicitar los expedientes médicos de Siegfried, y fue entonces que para horas de la tarde ya contaba con los mismos y pudo entregárselos al doctor Vesseur en propias manos.
— Sin bien tengo mis propias sospechas, le prometo que me basaré en estos expedientes. Le realizaremos a su hijo todos los estudios que corresponden para obtener los resultados en la brevedad posible.
— ¿Y de que tiene sospechas, doctor?
— El paciente posee todos los síntomas de Epidermólisis Bullosa, también conocida como Piel de mariposa. Pero le repito. Son sospechas mías. Si usted dice que lo diagnosticaron con un tipo de cáncer inusual, lo respetaré hasta tener los resultados de sus nuevos análisis y estudios dermatológicos.
Sin decir nada al respecto, la señora Esther y el abuelo Willemberg mutuamente se observaron.
El joven Jan Siegfried permaneció inconsciente por un par de días hasta que finalmente la agonía de su alma cesó en las palabras de su preciado ángel quién le habló desde lo más profundo de sus sueños.
— No creo que me hayas engañado, mi bello príncipe. Me has hecho muchas promesas y sé que me las cumplirás todas. ¡Si me lo pides, esperaré por ti por siempre y para siempre!
— ¡Ohazia! ¡Mi ángel!
El joven en sus sueños hablaba, y su abuelo quién cerca se encontraba, consideró que quizás aun a los delirios por la fiebre que no le bajaba.
— Siegfried, nieto querido —exclamó el abuelo, y el chico comenzó a abrir los ojos—