HACIENDA EL AMANECER (UN PAR DE DÍAS DESPUÉS)
— Señora Esther, aquí está el bolso con todas las cosas que necesitará el joven Siegfried.
— ¡Gracias Cecil!
— ¿Cómo se encuentra él? ¿Cuándo lo darán de alta?
— Aún no lo sabemos. Le están realizando varios estudios a mi hijo y aguardamos resultados para mañana. Ay Cecil… temo lo peor ¿Sabes? Porque la piel de mi niño no ha sanado.
— No piensa en cosas malas, señora Esther. Tenga fe como siempre la ha tenido.
— Créeme que lo intento, pero esos carcinomas que presenta en la espalda, en los brazos y en las piernas, luego esos nódulos ulcerosos por detrás de las palmas de las manos yo ya los había visto antes en él. Lo más probable es que a mi niño le haya vuelto el cáncer —dijo sollozando en desconsuelo—
— ¡No más, señora! No se torture de ese modo, que no le hace nada bien. Debe ser optimista y pensar que pronto sanará.
— ¡Disculpe la interrupción señora Esther! Si no es molestia quisiera ir con usted para visitar a Siegfried —irrumpió la joven Leyla con una actitud buena y apacible que de algún modo la señora Esther ya no tenía en consideración—
Cecil Meyer, una de las fieles cuidadoras de la hacienda “El Amanecer” desde hacía muchos años, tampoco tenía en consideración a Leyla, pero a diferencia de la señora Esther, ella no lo disimulaba.
— Puedes acompañarme si lo deseas, pero desde ya te aseguro que mi hijo no quiere recibir visitas.
— Pierda cuidado sobre eso, señora Esther. Iré por mi bolso y regreso pronto.
— Mhm… iré por mi bolso —musitó Cecil— Señora Esther, Perdóneme que se lo diga, pero esa chica no me cae nada bien.
— No sé qué pensar de ella, Cecil. Mi hijo no la quiere cerca, sin embargo ella no lo nota e insiste en permanecer cerca. Además estos días en el hospital dijo algo que no me agradó en absoluto y que si mi hijo hubiese llegado a escuchar, no quiero imaginar lo que habría sucedido.
— Pues si al joven Siegfried no le agrada ella y no la quiere cerca, usted debería alejarla de una vez. Cómo le dije, esa chica no me agrada —reiteró siempre entre susurros— Aquel día en el que su hijo recibió una llamada, y un poco antes de que se sintiera mal mientras despedía a su amigo Leroy, yo vi a esa chica salir de la sala.
— ¿Qué? ¿Estás segura Cecil?
— ¡Muy segura, señora!
— ¿Qué es lo que pretende esa muchacha? Cecil… por favor ni una palabra de esto a nadie. Yo me encargaré de solucionarlo de algún modo.
— Pierda cuidado, señora.
Al cabo de unos minutos Leyla retornó y momentáneamente sin decir nada, la señora Esther permitió que la acompañara al hospital. De nuevo muchos pensamientos se le cruzaron a la señora Esther por la mente. Pensamientos que necesariamente debía ordenarlos para lograr entender alguna cosa.
¿Habrá sido esta chica quien llamó a la mansión del Valle de Burg Katz con intenciones de cometer algún acto imprudente que acabó afectando a la pequeña Odette, y como consecuencia también a mi hijo? —se preguntaba de camino al hospital— ¿Por qué lo haría? Sí mi hijo Siegfried ya le dejó en claro sobre sus sentimientos. ¿Qué busca ella? ¿Qué pretende?
CENTRE HOSPITALIER DE LIBOURNE
— Tú sí que tienes mucha suerte, amigo.
— No sé a qué suerte te refieres.
— ¿Cómo que no sabes? Te librarás de los primeros días de clases en la universidad.
— Ufff… tienes razón. ¡Qué suerte la mía! —exclamó, en un tono siempre sarcástico—
— Pero te diré algo para animarte un poco, o mucho. Volveremos a ser compañeros.
— ¿Qué? ¿Dices que eso logrará animarme? Me matarás del fastidio. Eso es lo único qué harás.
— No es así.
— ¿Qué sucede contigo? Necesitas independizarte. No seré tu niñero toda la vida.
— No eres mi niñero y desde luego que no estaremos juntos como dos inseparables hermanos toda la vida. En algún momento nos separaremos, pero aún no.
— Ya… mejor ya guarda silencio.
— ¡Interrumpo!
Esther Willemberg finalmente había llegado.
— No interrumpes, madre. Todo lo contrario, me salvas de este chico.
— ¿Qué dices? Tu amigo te hace buena compañía. ¿Cómo te sientes, mi niño?
— Un poco mejor, madre.
— ¡Qué bueno! ¡Leroy, hijo! Me da gusto que hayas venido a visitar a Siegfried.
— ¿Cómo está, señora Esther? No crea que me he olvidado de mi amigo. Es solo que nos encontramos a muy poco del inicio de las clases en la universidad y tantos asuntos por ordenar, me impidieron venir antes.
Leyla Busquets ingresó a la habitación saludando.
— ¡Hola!
La chica se acercó hasta la cama donde se hallaba Jan Siegfried, y sintiéndose con la mayor libertad del mundo abrazó y besó a Siegfried quién en esos mismos instantes apenas pudo esquivarla.