Luego de su alta del hospital de Libourne, Jan Siegfried solo deseaba volver al Amanecer, pero en vista de que debía realizarse sus curaciones periódicas hasta sanar completamente y aguardar los últimos resultados de sus análisis, tuvo que quedarse en la casa de sus padres en Burdeos. Aquello no le agradaba en absoluto sin embargo debía acostumbrarse pues dentro de un par de días más debía retornar a la universidad y necesariamente tendría que quedarse en la ciudad.
De solo pensar en eso lo dejaba de muy mal humor y mucho más aún al recordar que aquella joven, Leyla se había trasladado de la universidad de París para matricularse en una de Burdeos, únicamente con intenciones de amargarle aún más su existencia.
— ¡Nieto, cambia esa cara! Deberías estar contento porque ya estás mejorando y pronto podrás volver conmigo a los viñedos.
— ¡No puedo, abuelo! ¡No puedo! Le supliqué a mi padre para que me dejara volver de París. Lo conseguí, y mira lo que sucede.
— ¿Pero qué es eso tan grave que sucede? Todo seguirá de acuerdo a tus planes. Asistirás a una universidad de aquí en Burdeos y en tus tiempos libres te dedicarás a los viñedos. Ah… y momentáneamente tu padre no te obligará a trabajar con él en sus empresas. Esperará a que adquieras más conocimientos en el área qué desea colocarte para que lo acompañes en todos sus asuntos de negocios.
— Mmm… al menos una buena noticia. Abuelo, cuida muy bien de Las Nubes, por favor. Te prometo que mejoraré pronto para volver y ayudarte en todo como siempre.
— Eso no es necesario que me lo pidas, nieto mío. Las Nubes estará en buenas manos hasta que mejores —le aseguró su abuelo antes de colgar la llamada—
Al día siguiente, todo el semblante de Jan Siegfried había vuelto a iluminarse. ¿Por cuánto tiempo? Quizás por muy poco, pero no pensó al ver llegar a aquella dulce y servicial enfermera hasta la residencia para las curaciones de sus manos. Rosaline Cluzet, muy enfocada en su labor, se limitó únicamente a curarle los nódulos y posteriormente a cubrirle con nuevas gasas pues era importante para ella hacer un buen trabajo en vista de qué se encontraba como pasante de segundo año de la universidad de enfermería e iban a puntuarla en sus exámenes.
— Ya no será necesario vendarle las manos. Con las gasas serán suficientes —dijo quitando un pequeño cuaderno y un lápiz de su bolso para apuntar todo el procedimiento que había realizado en ese momento, al igual que el grado de cicatrización de los nódulos de ambas manos del joven Siegfried—
Mientras Rosaline escribía, Siegfried no hacía más que observarla sin mediar palabra alguna para no interrumpir su labor. Ella en verdad se le hacía tan encantadora y le producía un sentimiento tan similar al que albergaba por su pequeña Ohazia, que no existía malicia alguna, ni mucho menos intenciones contraproducentes. Rosaline le transmitía paz y por sobre todo muchas ganas de permanecer cerca de ella por horas enteras conversando sobre cualquier cosa que fuera del agrado de la joven enfermera.
— ¿Rosaline, tienes algún día libre? ¿Domingo quizás?
— ¿Por qué la pregunta, joven? —dijo ella con aquel semblante siempre ruborizado—
— Porque si tienes algún día libre me gustaría invitarte a dar un paseo por “El Amanecer”
— ¿Por el amanecer?
— Es el nombre de la hacienda dónde se encuentran los viñedos de mi abuelo. Sé que te gustará mucho. Pasearemos por cada rincón y luego podríamos dar un paseo por Saint Èmilion si aceptas mi invitación.
Aquellas palabras de Jan Siegfried dibujaron en el rostro de la joven una sonrisa entusiasta, no obstante duró apenas unos segundos pues al recordar que era una pasante de la universidad debía respetar ciertas reglas como no involucrarse con los pacientes con los cuales realizaba sus labores de enfermera.
— Disculpe, pero no puedo aceptarlo, joven Siegfried.
— ¿Por qué no puedes?
— No olvide por favor que soy una pasante y como tal debo respetar ciertas reglas estipuladas por el comité superior de enfermería quienes evalúan mi desempeño al igual que el de otros estudiantes.
— Pero solo pasearemos un poco y será en tu día libre. ¿O es que acaso no lo tienes? ¡Por favor, Rosaline!
Con fervorosa insistencia, Jan Siegfried, pidió una vez más a la joven enfermera que aceptara su invitación de dar un paseo por todo “El Amanecer”, sin sospechar qué detrás de la puerta de la sala se hallaba, oyendo toda la conversación aquella otra joven, Leyla Busquets quién había llegado para visitar a Siegfried y se topó con aquella escena que le sacudió nuevamente toda esa obsesión dañina que iría acrecentándose en ella.
El enfado se apoderó de todos sus sentidos mientras pensaba en las veces qué el joven Siegfried se había negado a ofrecerle un paseo por los viñedos y por Saint Èmilion. Pensó en aquello y en otros desaires sufridos y nuevamente una acción maliciosa se gestaría dentro de ella para cometerla sin remordimiento alguno.
— ¿Qué dices? ¿Aceptas mi invitación?
— ¡Está bien! Acepto, pero solo serán un par de horas. No quiero tener problemas —reiteró con cierto aire de aflicción—
— Un par de horas, no. Un día entero. No habrá problema alguno. No te preocupes —le aseguró él— Te espero en la plaza Abel Surchamp para que vayamos al Amanecer. ¿Te parece a las 8 en punto?
— Me parece —contestó ya visiblemente animada por la invitación— Ahora ya debo irme.
— ¡De acuerdo!
Antes de que ambos se despidieran el uno del otro, la joven Leyla abandonó de nuevo la casa sin haberse anunciado, esperando con paciencia el momento propicio para actuar en función a toda su maldad.
HACIENDA “EL AMANECER” (DOMINGO, PRIMERAS HORAS DE LA MAÑANA)
Siegfried y su invitada finalmente habían llegado al Amanecer y ambos fueron recibidos por el abuelo Klaus Willemberg quién muy contento por el retorno de su nieto, mandó a preparar un gran banquete para el almuerzo de modo a agasajarlo a él y también a su invitada.