BURDEOS – FRANCIA (RESIDENCIA DE LA FAMILIA WILLEMBERG)
En la residencia de la familia Willemberg, el ama de llaves había anunciado la llegada de la enfermera.
— Hazla pasar, por favor —dijo de inmediato el joven Siegfried, muy entusiasmado por volver a ver a Rosaline—
El ama de llaves así lo hizo, sin embargo desconcertante fue para el chico ver que aquella enfermera no se trataba la suya. Se trataba de otra pasante. Una de nombre Claudette según la pequeña placa que portaba en el pecho del uniforme.
— ¿Rosaline por qué no ha venido?
— No sabría decirle, joven. Yo solo fui enviada en su lugar.
— Eres pasante igual que ella. ¿Cómo podrías no saber? Si sabes dime qué fue lo que sucedió con Rosaline.
— Fue enviada de regreso a Limoges. Culminará su pasantía allá. De todos modos le arrebatarán todas las puntuaciones realizadas aquí.
— ¿Qué dices? ¿Por qué harán una cosa como esa? ¿Y por qué la enviaron de regreso? Ella me dijo que aún le quedaban dos pruebas aquí antes de volver.
— Joven, por favor déjeme atenderlo y no haga más preguntas. No quisiera tener problemas también.
— ¿También? ¿Entonces Rosaline tuvo problemas serios? Explícame ahora qué fue lo que sucedió en verdad. Y no te preocupes por mis heridas que ya no tienen importancia.
— La directora del área de enfermería recibió en su oficina una queja. Más bien una acusación de qué Rosaline Cluzet había quebrantado ciertas reglas estipuladas para nosotros los estudiantes.
— Mmm… ¿Cuáles reglas fueron las que has quebranto? —preguntó Jan Siegfried provocando un repentino silencio en aquella otra joven enfermera— ¡Habla!
— A la señora directora le ha llegado un par de fotografías donde se la ve a Rosaline Cluzet en compañía de uno de los pacientes del hospital de Libourne. ¡Específicamente con usted, joven!
— ¿Unas fotos? —preguntó imaginando aquel absurdo— ¿Quién pudo habernos tomado unas fotografías? ¿Y por qué? —se cuestionó con mucha rabia—
— Joven, por favor permítame hacerle sus curaciones. Si no llevo de aquí ningún tipo de reporte sobre el estado de sus heridas, me van a preguntar y no sabré que decir.
Compadecido por la petición de aquella joven enfermera, Jan Siegfried dejó que le examinara los nódulos de las manos que para ese entonces ya se encontraban a muy poco de cicatrizar por completo. Posterior a terminar su labor, la joven enfermera abandonó la residencia, y él, preso de la curiosidad por saber lo que había ocurrido realmente, salió de la casa y fue rumbo al hospital de Libourne para solicitar hablar con la directora del área de enfermería que se encontraba a cargo de todas las pasantes.
Era media tarde. Aquel día martes fue para él su primer día de clases en la universidad luego de haberse recuperado, y al llegar a su casa luego de una exhaustiva jornada, todo lo que deseaba era poder ver a Rosaline. Poder hablar con ella y preguntarle si le había gustado el obsequio. Sin embargo nada de eso sucedió por toda esa historia que le había contado la enfermera suplente. Jan Siegfried necesitaba saber, y al llegar a recepción del hospital pidió hablar con aquella directora del área de enfermería.
Para su suerte, la mujer de nombre Janette Gignac aún se encontraba en su horario de turno y fue entonces como el joven pudo acudir hasta ella.
CENTRE HOSPITALIER DE LIBOURNE
— Digame, joven… ¿En qué puedo ayudarlo?
— Específicamente a mí en nada. ¿Cree que podamos conversar en su oficina señora Gignac?
— Me encuentro en horario de servicio. Si desea aguardar a que culmine mi turno, con gusto podré atenderlo.
— Mmm… fíjese que no dispongo de tiempo para aguardar a que culmine su turno, y es muy urgente esta conversación —le dijo observándola fijamente a los ojos—
La directora Janette Gignac repentinamente sumergida en un poderoso e inexplicable artilugio, no pudo siquiera articular media palabra. Se dirigió hasta su oficina seguida por el joven Jan Siegfried Willemberg y ambos ingresaron para tomar asiento.
— Ahora escúcheme muy bien lo que hará, señora directora. Usted tomará un bolígrafo y un papel, y comenzará a redactar una carta de disculpas por el error cometido contra una de las pasantes a su cargo. ¡La enfermera Rosaline Cluzet! Cuando haya culminado, colocará su firma y un sello del hospital para que todo parezca realmente serio al momento de entregar la carta. Posterior a eso redactará una evaluación sobre su impecable labor durante sus días de pasante en este hospital, y desde luego le devolverá las puntuaciones qué le han arrebatado por dicho error. Declarará que las acusaciones en su contra fueron falsas y pedirá disculpas ante el comité disciplinario de la universidad. Todo esto también con su firma y el mismo sello del hospital. ¿He sido claro? —preguntó observándola fijamente los ojos—
La directora Janette Gignac asentó con la cabeza.
El joven Jan Siegfried con mucha paciencia aguardó en el sitio a que la mujer redactara la carta de disculpas y posteriormente la evaluación de todo el buen desempeño de la joven enfermera Rosaline Cluzet durante sus días de pasante. Y cuando finalmente tuvo la carta y el archivo que contenía la evaluación de la joven enfermera, se puso de pie. Con mucha amabilidad agradeció y se despidió de la señora directora. No sin antes hacer un último pedido.
— ¡Casi lo olvidaba! Necesito esas fotos que le fueron entregadas a usted aquí en su oficina.
La mujer, sin reparo alguno, hurgó en uno de los cajones de su escritorio y tomó el par de fotografías que se hallaban guardadas dentro de un sobre para entregárselas al joven Jan Siegfried—
El chico abandonó el hospital. El sol ya había caído dando lugar a la noche y no había nada más que hacer en aquel momento más que aguardar al día siguiente para hacer lo que debía.