Sin anuncio alguno, sin reproches, sin demasiadas explicaciones y sin vueltas que dar al respecto, la muchacha fue visitada por el joven Jan Siegfried en la residencia de la familia Busquets para comunicar durante la cena que aceptaría casarse con Leyla para poder asumir todas sus responsabilidades con ella. Para ese entonces también la señora Berna Busquets ya se encontraba al tanto de toda la versión del joven Siegfried, no así la chica quien no tenía idea sobre el modo en el que se habían dado las cosas en el último par de días.
Leyla en el fondo de sí misma se enaltecía victoriosa y se regocijaba en la dicha de aquel repentino y sorpresivo anuncio, sin sospechar de las verdaderas intenciones que se había gestado en los pensamientos de Jan Siegfried. Ella imaginaba la boda más magnífica que pudiera merecer, y deliraba con que fuera el acontecimiento social más importante del año en París, pese a que debía disimular esas actitudes que pudieran delatarla.
Ante sus padres no podía demostrar entusiasmo. Debía fingir un estado de resignación a ese destino que le había tocado, y dejar que sus padres se hicieran cargo de hacer justicia por las agresiones que ella había sufrido. Leyla estaba más que convencida de que sus padres le celebraría la mejor de las bodas para tapar cualquier rumor malintencionado en los círculos sociales, y demostrarles que aquel matrimonio era producto del amor verdadero entre ella y el ya muy reconocido joven Siegfried Willemberg.
— Lo he arreglado todo y será una boda discreta sin invitados. ¡Solo la ceremonia! —dijo el hombre ocasionando en Leyla un absoluto desconcierto—
Los ojos de la joven se abrieron como platos.
— Luego de la misma van a mudarse a Saint Èmilion.
— ¿Antoine, de que estás hablando? ¿Una boda discreta? ¿Mudarse a Saint Èmilion? —cuestionó la mujer— ¿Dimensionas lo que dirá todo el mundo si eso ocurre?
— No dirán demasiado en comparación a todo lo que dirían si se enteraran de las cosas que sabemos nosotros —dijo el hombre bajo la atenta mirada de desconcierto de Leyla que no tenía idea de lo que estaban hablando sus padres—
— Yo vivo en Saint Èmilion, señora Busquets, por lo tanto mi futura esposa desde luego deberá ir a donde yo esté.
— Eso no tiene que ser así. Yo pensé qué vivirían en Burdeos. Tus padres están allá.
— Mis padres están allá porque ellos viven allá, en cambio mi verdadero lugar está en Saint Èmilion porque es allí donde manejo mis propios a viñedos y ayudo a mi abuelo con los suyos. ¿Señora, acaso tiene usted alguna objeción con que su hija y yo nos vayamos a vivir a Saint Èmilion?
— ¡Por supuesto que sí! —contestó la disgustada mujer—
— ¡Por supuesto que no! —contradijo el señor Busquets—
— ¡Pero, Antoine!
— ¡Pero nada, Berna. Está decidido.
— Tú no puedes permitir que nuestra hija sea arrastrada a un pueblucho medieval de cuarta como ese.
— Lo que no puedo permitir es que por la desvergüenza de nuestra hija todo el mundo hable de ella y de nuestra familia
¿Desvergüenza? —pensó Leyla observando, siempre desconcertada, a su padre y posteriormente a su madre, intentando comprender—
— ¡Mi hermosa Leyla! Sé que has de estar muy desconcertada con todo esto, pero debo decirte que tus padres ya saben sobre los inconvenientes con tu adicción a las drogas. Saben que tú y yo fuimos novios durante mucho tiempo a escondidas y qué debido a tu inestabilidad emocional tuvimos que separarnos. También ya se encuentran al tanto de todo lo que sucedió entre nosotros en Montecarlo.
— ¿Mi adicción a las drogas? ¿De qué estás hablando?
— No te expreses como si fuera que no sabes de lo que estamos hablando, Leyla y mucho menos para intentar negar todo aquello —le advirtió—
— Tuve qué contarle toda la verdad, cariño. Ese era el único modo en el que podrían entenderme y comprender tus acciones. Ellos ya saben que tú inventaste lo de la agresión que yo te había causado en Montecarlo el día después de mi cumpleaños. También saben que fuiste tú quién me buscó estando tú con los efectos de las drogas y qué por esa razón te metiste a mi habitación cuando tampoco yo me encontraba en mis cinco sentidos. ¡Pero no te preocupes, querida! Yo me haré cargo de ti, al igual qué del bebé qué llevas en tu vientre, y mientras eso suceda, tus padres se encargarán de que nadie lo sepa jamás. Nos casaremos y formaremos nuestra bella familia en Saint Èmilion —puntuó finalmente con toda aquella frivolidad que lo caracterizaba—
— Agradece Leyla que las cosas serán de este modo, y agradece también que tu hermana mayor no está aquí para enterarse de todas las barbaries que has ocasionado —dijo Antoine Busquets—
— ¡Dios mío! ¡Todo esto en verdad es tan vergonzoso! —se lamentó la señora Berna Busquets—
— Señora, los seres humanos cometemos muchos errores, sin embargo tenemos siempre la posibilidad de enmendarlos ya sea en esta o en otra vida. Leyla y yo las enmendaremos en esta, desde luego. ¿Cierto, Leyla? —preguntó el joven observándola mientras la chica ya sin poder evitarlo, comenzaba a observarlo a él con un aire de desprecio repentino por lo que había hecho.
¿Así que inventaste toda esa historia para quedar bien con mis padres y de ese modo retiraran la demanda en tu contra? —se dijo en su mente— Claro… quedas bien tú dejándome a mi pisoteada y cargada de vergüenza. ¡De acuerdo! Será todo según tus planes, pero ya verás de qué modo me desquito contigo por todo esto. Lo más importante ya lo he conseguido ¡Querido futuro esposo!