CENTRE HOSPITALIER DE LIBOURNE
— Abuelo, antes de que volvamos a la hacienda necesito contarte algo, y por sobre todo, necesito que sepas comprenderme.
— ¿Acaso alguna vez demostré no comprenderte, nieto querido?
— No...—contestó el joven— nunca lo has hecho, sin embargo esta vez puede que sea la excepción.
— Mmm… ¿Acaso has hecho algo malo?
— Tuve que aceptar casarme con Leyla —confesó sin más rodeos—
— ¿Hiciste qué? Dime qué es una broma de mal gusto de tu parte. Tener gracia no es precisamente tu fuerte, Siegfried.
— No se trata de ninguna broma, abuelo
— ¿Tú te casaste con la chica que te acusó de cosas tan terribles? Yo le abrí las puertas de mi hacienda a esa muchacha. Tus padres y yo fuimos amables con ella y mira de lo que ha sido capaz.
— Lo sé, abuelo.
— Lo sabes y aun así cometiste semejante error. Eso es tanto como aceptar las acusaciones que hizo en tu contra. ¿Por qué lo has hecho? —preguntó con enfado oprimiéndose el pecho—
— Abuelo, no quiero que recaigas por mi culpa
— Contesta mi pregunta
— Fue necesario.
— Esa no es la respuesta que deseo oir
— Abuelo, sabes que a ti y a mí nos costó mucho todo lo que hemos conseguido hasta ahora para el bien de los viñedos. ¿Te imaginas que nos viéramos afectados por todas las calumnias de aquella chica y de su familia, y todo por mi culpa? —dijo señalándose a sí mismo—
— Si tú no has hecho nada malo, no tenías por qué caer a merced de las mentiras y de las amenazas de esa gente.
— Yo creí conveniente hacer las cosas de ese modo, abuelo y ya está hecho. Leyla no iba a dejarme en paz. Ya hizo muchas otras maldades por mi causa y lo iba a seguir haciendo.
— Hubiésemos hallado la manera de frenarla, Siegfried. ¿Pero casarte con ella? No lo acepto.
— Abuelo, mi ángel se hubiese enterado de todas las mentiras de Leyla, y yo no podía permitir tal cosa. Su tristeza no tendría fin que mi mundo se acabaría por completo sin ella. Prefiero tener a esa víbora cerca de mí y mantenerla vigilada lo más que pueda. Ya llegará el momento en el que toda la verdad salga a la luz, pero mientras ese día llegue las cosas deben ser de este modo. ¿Sí me entiendes, abuelo?
Klaus Willemberg respiró profundo
— Me costará hacerlo, nieto querido porque lo considero una gran injusticia en tu contra.
— La vida nunca es justa
— ¡No hables así! La vida a veces es dura, sí. En ocasiones confusa, incomprensible, pero siempre guarda una gran recompensa para cada persona.
— Pues ojalá un día la vida me compense con mi ángel.
— ¿Siegfried, quién es ese ángel del que tanto hablas? ¿Dónde está ella? —le preguntó con la esperanza de que su nieto le respondiera— Lo que debimos hacer hace tiempo fue ir a pedir su mano antes de que cayeras en las garras esa chica Leyla.
El joven Jan Siegfried sonrió.
— Eso hubiese sido imposible, abuelo. Mi ángel es aún una niña.
— ¿Una niña? ¿Qué tan niña? Yo conocí a mi amada Perla, tu abuela, cuándo ella tenía 14 años, y nos casamos muy jóvenes. Perla acababa de cumplir 16 y yo 19.
— Pues ojalá mi ángel y yo estuviésemos en aquellos tiempos.
Melancólico, se encogió de hombros
— ¿Cuántos años tiene ella? ¿Dónde la has conocido?
— En otra vida, abuelo —contestó inconscientemente con la mirada perdida en dirección a la ventana que estaba abierta— Conocí a mi ángel en otra vida y desde ese entonces ella es la luz que me ilumina.
El señor Klaus quedó observándolo atentamente, y muy contrario a extrañarse por las palabras de su nieto, continuó oyéndolo
— ¿No vas a considerarme un loco?
— ¿Por qué razón te tomaría por loco, Siegfried?
— Porque cualquier otra persona que me oyera decir todo esto, lo haría. Mi padre, por ejemplo.
— Pues yo no soy tu padre. De todos modos dudo que Peter trate de loco a su propio hijo. De niño él era igual a ti ¿sabes? —comentó brevemente— Su madre lo crio con mucho amor, devoción y extremada dulzura. Del mismo modo que tu madre te crió a ti, pero él la perdió muy joven. Yo perdí muy pronto a mi amada Perla. (una oscura desgracia), entonces mi hijo y yo necesitamos mucho de ella. La vida no volvió a ser la misma para nosotros, y fue eso quizás lo que nos congeló el alma. Al menos gracias a Esther tu padre volvió a ser de carne, hueso y alma —culminó— negándose a contarle a su nieto de que había muerto su esposa Perla— Ahora contesta de una vez mi pregunta. ¿Cuántos años tiene la chica? Hubiésemos podido comprometerlos de todos modos y esperar el momento adecuado para celebrar el matrimonio.
El joven Siegfried quedó extrañado ante la reacción tan natural de su abuelo, sin embargo contestó finalmente a su pregunta.
— Mi Ohazia apenas cumplió 13 años, abuelo.
— ¿Trece años? En 3 años más podrían comprometerse. ¿Dónde vive?