Mientras la Château iba irguiéndose día con día, unos cientos de álamos plantados, irían también irguiéndose con él. Siegfried haría de los alrededores del pequeño jardín mágico, un frondoso bosquecillo de álamos que con ayuda del señor Lucien Gros, un experto botánico e ingeniero agrícola pudo plantar las crías de álamos. Todas simétricamente para que un día dieran el aspecto qué debían y que con los años fueran elevándose con vista al cielo, a la luna y a las estrellas.
— ¿Dónde está mi hija? Exijo verla inmediatamente.
Un fin de semana, Berna Busquets, la madre de Leyla llegó a Saint Èmilion, y bajo improperios preguntó por la misma ni bien ingresó a la residencia sin siquiera permitir ser anunciada por Cecil Meyer. Solo el joven Siegfried y el abuelo Klaus se encontraban en el sitio. Ambos almorzando luego de una exhausta jornada de trabajo en los viñedos.
— ¿Quién es usted y cómo se atreve a ingresar de este modo a mi casa? —preguntó el señor Klaus poniéndose de pie—
— ¿Dónde está mi hija Leyla?
— ¿Así que usted es la madre de aquella muchacha mentirosa?
— Lo soy, pero no se atreva usted a hablar mal de mi hija delante de mí porque ya suficiente su nieto ha hecho lo mismo.
La mujer se acercó al joven Siegfried y volvió a hacer la misma pregunta.
— Su hija está en la habitación, descansando. Leyla prefirió almorzar allí —le contestó—
Berna Busquets se dirigió a buscar la habitación mientras continuaba gritando el nombre de su hija.
— ¿Qué le sucede a esta mujer? Definitivamente esta gente no posee buenos modales.
— ¡Abuelo, cálmate por favor! Deja que yo me encargue —pidió el chico—
Al poco tiempo, la chica oyó la voz de su madre y abandonó de inmediato su habitación para ir al encuentro de la misma. Ambas se abrazaron y posteriormente la señora Busquets le anunció que volverían a París inmediatamente. Para Siegfried, algo demasiado hermoso para que fuera real.
— ¿Volver a París, madre?
— Lo que oíste Leyla —afirmó— Yo no voy a permitir que continúes en este lugar un solo día más. Aún no logro entender cómo y por qué tu padre permitió que te casaras con este sujeto.
La mujer señaló al chico con el dedo.
— Sé que todo fue una mentira. Le inventó a tu padre qué tú consumías drogas y que te habías vuelto una dependiente —explayó mientras Leyla observaba a Siegfried con ojos de rabia— Ve por todas tus pertenencias qué nos iremos de aquí en este mismo instante.
La chica se apartó de su madre.
— Sé muy bien lo que hizo Siegfried, madre y al igual que tú, tampoco me explico cómo pudo mi padre creer en todas sus mentiras, y desconfiar de su propia hija. Sin embargo también sé que él tuvo sus motivos. No olvides que estoy embarazada, madre —dijo— y que estoy casada, por lo tanto debo permanecer aquí junto a mi esposo.
Leyla se acercó a Siegfried y enganchó su brazo al de él.
— ¿De qué estás hablando, hija?
— Oíste muy bien mis palabras, madre y espero que sepas respetar mi decisión. ¿Tú no querrías que tu nieto creciera sin la figura de un padre ante la sociedad? Conociéndote sería muy vergonzoso para ti.
— ¿Acaso te has vuelto loca, Leyla? De algún modo tu padre y yo arreglaremos esta situación, pero tú no continuarás junto a este abusador ni un segundo más.
— ¡Suficiente! —vociferó repentinamente el señor Klaus Willemberg— No voy a permitirle una sola palabra más en contra de mi nieto, y si no se marcha ahora mismo, ordenaré a que la echen.
— ¡Madre, por favor! Agradezco mucho en verdad tu preocupación y lamentó que te hayas tomado la molestia en venir vanamente hasta aquí, pero como te he dicho ya, mi lugar es este junto a mi esposo y a mi futuro bebé —recalcó la joven colocando sus manos sobre los hombros de Siegfried—
El atisbo de fastidio en el rostro el chico era insostenible.
— Juro que esto no se quedará así —advirtió la señora Busquets— Aún tienes tiempo de recapacitar Leyla.
La mujer se marchó finalmente y Jan Siegfried apartó las manos de Leyla de sus hombros. El señor Klaus Willemberg salió para ver que aquella mujer se haya marchado realmente y para advertirles a sus empleados que tuvieran mucho cuidado antes de dejar de entrar a cualquier persona, sin previo aviso.
— No te atrevas a pensar un solo instante en que podrás liberarte de mí. Tú y yo estamos casados y seré yo quien te dé un hijo —decía Leyla mientras le apuntaba con el dedo al chico— Estarás unido a mí por siempre y para siempre así intentes de todo para alejarme.
Ni tan solo media palabra el chico había emitido. Solo se limitó a continuar comiendo su almuerzo sin que las advertencias de la señora Busquets y de la propia Leyla le hicieran reaccionar.
Algo muy poco común en Jan Siegfried. Quizás se había propuesto tomar las palabras de su madre, sobre controlarse a sí mismo para no cometer más tonterías.
El joven Siegfried desconocía lo que pudiera suceder luego de la repentina visita de la señora Busquets a la hacienda “El Amanecer" sin embargo aquello no le quitaba el sueño pues mientras Leyla permaneciera allí, y negándose rotundamente en abandonar Saint Èmilion para volver a París, nada malo podría hacer la familia de la chica contra él y contra su familia.