El joven siegfried pudo haber omitido aquella situación. Su lado malo y perverso se lo gritaba a voces. Leyla no le importaba en absoluto. Nada de lo que pudiera venir de ella le importaba. ¿Pero el bebé? ¿Qué culpa podría tener aquel bebé? ¿Y si la niña en verdad fuera de él?
El lado bueno de su conciencia le atosigaba con preguntas. No quería tener ningún hijo con aquella demente. En verdad deseaba que nada lo amarrara a ella, sin embargo aquello formaba parte de su realidad. Había un bebé y existía la posibilidad de que fuera realmente de su sangre. Entonces debía ir al hospital luchando contra su propia voluntad maligna.
— Abuelo, Leyla se sintió mal y no me queda de otra que ir al hospital.
— ¿Qué fue lo que le sucedió?
— No lo sé. Iré a ver ahora. Deseaba en verdad quedarme para poder ayudarte a ordeñar las cubas.
— No te preocupes por eso, nieto. Debes ir. Sea como sea te corresponde hacerlo.
— Mmm… ¿Cuidas a Copito de nieve?
— Claro… ve tranquilo. Copito de nieve será quien me haga compañía.
— ¡Oye! Te portas bien y le obedeces al abuelo. ¿De acuerdo? —le dijo a su amigo peludo despidiéndose de él—
Cuando Jan Siegfried ingresó a la casa de la Hacienda, Leyla ya había sido trasladada al hospital en compañía de su hermana Vivian. El chico se alistó posteriormente y partió minutos después.
Él ni siquiera sospechaba que la situación pudiera ser grave, no obstante al momento en el que le interiorizaron sobre el estado de la chica en los pasillos de aquel hospital, percibió una ventisca de tensas situaciones que se avecinaban.
— La fuente se rompió y a los doctores no le quedaron de otra que sacar al bebé —explicó Vivian entre sollozos—
Jan Siegfried no dijo nada, pues es que no tenía nada que decir. Se sentía completamente ajeno a toda aquella situación.
Al poco tiempo el médico de turno que tomó el caso urgente de Leyla, se acercó a ellos y explico brevemente la situación. Le practicarían una cesárea a la chica y el bebé pasaría inmediatamente a cuidados intensivos en vista de que todavía le faltaban un par de meses para que naciera de manera normal.
— Su estado de prematurez será muy delicado, pero haremos absolutamente todo lo que esté a nuestro alcance para lograr salvar la vida de la pequeña.
— ¿Y mi hermana, doctor, cómo está?
— Ha tenido una fuerte hemorragia que afortunadamente logramos controlar, pero al bebé tendremos que sacar cuanto antes —contestó yendo de nuevo rumbo al quirófano—
Vivian Busquets aprovechó la ocasión para llamar a sus padres y contarles lo sucedido. Estos, presos de la conmoción por la noticia prometieron llegar a Burdeos lo antes posible.
— No te veo muy preocupado por mi hermana y por el bebé. ¡Es más! —exclamó Vivian— no puedo percibir una sola gota de preocupación en ti, Siegfried.
El chico no dijo nada.
— ¿No vas a contestarme?
— ¿Qué quieres oír, Vivían?
— Todo lo que sucedió. Toda esta historia de la que vengo a enterarme recién ahora. Tú no quieres a mi hermana, y fue ella misma quien me lo dijo un día. ¿Entonces por qué llegaron a esto?
— Es verdad —admitió sin titubeos— No la quiero y se lo dije en varias ocasiones. Fui sincero con ella desde un principio, pero no lo aceptó. Vivian, yo ni siquiera sé si esa bebé es de mi sangre.
— ¿Qué estás diciendo?
— Puede que no se trate de mi hija. Pero también puede que sí por eso estoy aquí como corresponde. Tuve que casarme con Leyla porque tus padres me amenazaron con hacer un gran escándalo y perjudicar a mi familia si yo no respondía por la situación.
La joven mujer negó con la cabeza, con absoluta incredulidad.
— Querías que te contara todo lo que había sucedido y lo estoy haciendo. Yo no quería que mi familia se viera perjudicada, por sobre todo mi abuelo y nuestros viñedos que tanto nos ha costado levantar.
— Pero mis padres no pudieron haberte hecho tal cosa. ¡No lo creo!
— Lo hicieron. Y no solo eso. Leyla me acusó de haber abusado de ella, por lo que tus padres no solo me amenazaron con generar un escándalo, sino también amenazaron con enviarme a prisión por el supuesto abuso.
Absorta, Vivian Busquets quedó sin palabras y sin rumbo en sus miradas.
— Fue el día de mi cumpleaños cuando sucedió todo. Leroy organizó una fiesta para mí en Montecarlo. Invitó a varios amigos y compañeros de la universidad. Entre ellos a tu hermano Joshua. Fue así que Leyla vio una buena ocasión para ejecutar sus malas intenciones asistiendo sorpresivamente a la fiesta. Lamento no poder darte más detalles posterior a eso. Yo estaba ebrio y no recuerdo absolutamente nada de lo sucedido. Cuando desperté casi a media mañana ella estaba en mi habitación. Desde luego perdí la cabeza y le reclamé, pero nada tenía sentido para mí en el estado enque me encontraba. Abandoné el lugar y volví a Francia. Un mes después me enteré de que me había acusado de abuso sexual y que tus padres formularon una demanda en mi contra.
Negando cada palabra con la cabeza, Vivian Busquets no lo podía asimilar.
— Me cuesta mucho creer que mi familia haya sido capaz de tales cosas, y por sobre todo, Leyla.
El joven Siegfried lanzó un suspiro.
— No me importa si no me crees, Vivian, pero ya tienes mi versión —dijo y se levantó para ir por un vaso de café—
Largas horas pasaron. La madrugada había caído y luego de una interminable espera, el doctor de turno reapareció con noticias no muy alentadoras por sobre todo en cuanto al bebé que debido a su prematurez, se encontraba en un estado de salud realmente delicado, y desafortunadamente no le daban demasiadas probabilidades de resistir. En cuanto a Leyla Busquets, por lo que había perdido mucha sangre, requirió de transfusión inmediata.
Según el médico, la chica lograría reponerse.
Posterior a esas noticias, Jan Siegfried creyó conveniente ir a descansar un poco en vista de que no tenía sentido permanecer allí a la espera.
— Esperaré a mis padres, y tal vez luego iré a descansar un poco también —dijo Vivian—
— Yo volveré en la mañana. No quiero molestar a mis padres a estas horas.
— Está bien.
A la salida del hospital, el joven Jan Siegfried se topó con la familia Busquets que acababa de llegar de París.
— Todo esto es por tu culpa. ¿Qué demonios fue lo que le hiciste a mi hermana, maldito depravado?
El joven Joshua Busquets, preso de una ira incontenible, al ver a Jan Siegfried Willemberg lo atacó de manera desprevenida con un certero golpe de puño.
Desde luego, Jan Siegfried también reaccionó.
— Intenta volver a golpearme ahora —dijo colocándolo contra la pared, sujetándolo del cuello con ambas manos—
— ¡Vasta! Suelta a mi hijo, salvaje —pidió la señora Berna Busquets—
— ¡Vamos! Intenta golpearme de nuevo a ver si puedes.
— Ya suelta a mi hijo. ¡Guardias! ¡Guardias! —llamó el señor Antoine Busquets repetidas veces—
Antes de que los guardias aparecieran, el joven Siegfried soltó a Joshua, y éste casi desplomado a falta de aire, fue socorrido por sus padres.
— Lo que sea que le hayas hecho a mi hija, me las vas a pagar Jan Siegfried Willemberg.
— Mejor guárdate tus amenazas Antoine Busquets, que no te tengo miedo.
Posterior a aquel incidente, el chico se alejó. Regresó a Saint Èmilion para poder descansar un poco. O al menos lo que su cansancio considerara poco pues se encontraba realmente exhausto, y ni bien ingresó a su habitación, cayó sobre su cama, profundamente dormido.
— “Nadie más que el fruto del amor verdadero te otorgará las alas de la salvación”
Una voz se oyó repetidas veces desde lo más profundo de sus sueños en forma de eco lejano hasta que forzosamente alguien deseaba despertarlo. Pequeños y persistentes lengüetazos hicieron que Jan Siegfried abriera los ojos.
Eran casi las once de la mañana y al notarlo, saltó de la misma de inmediato.
— Si tú no me despertabas, Copito de nieve, probablemente dormiría hasta el atardecer.
En esos instantes, al oír la voz de su nieto, Klaus Willemberg ingresó a la habitación del chico.
— ¿Abuelo, porque no me has despertado antes?
— Porque llegaste a finales de la madrugada y debías descansar lo suficiente —contestó entregándole su teléfono móvil— Lo dejaste ayer sobre uno de los barriles vacíos, y uno de los capataces me lo acaba de traer. Dijo que ha estado sonando con insistencia.
El chico tomó el teléfono y efectivamente halló incontables llamadas perdidas. Algunas de Leroy, otras de su madre y también de su padre.
— Tu madre ya llamó aquí y yo mismo hablé con ella.
— ¿Qué fue lo que te dijo mi madre?
— Se enteraron de lo que le sucedió a la chica y estaban buscando comunicarse contigo. Me pidió que te avisara que ellos irán directo al hospital y que te verán allá.
— Mmm… Voy a darme un baño. ¡Gracias, abuelo!
— Ve, y luego sales a comer algo antes de irte.
Mientras se alistaba, el joven Siegfried no pudo evitar pensar en aquel sueño que había tenido. Más bien en aquella voz que había oído, que no se trataba de la habitual vocecita de su pequeño ángel que le hablaba desde lo más profundo de sus sueños. No deseaba llenar sus pensamientos de cosas malas. No podía desearle ningún mal a aquel bebé pese a todas las cosas terribles que había inventado Leyla en su contra.
Partió nuevamente rumbo al hospital de Libourne dejando a su pequeño amigo peludo a cargo de su abuelo.
— No puedo llevarte conmigo al hospital, Copito, pero volveré pronto. ¿De acuerdo?
— Llévate al menos esta porción de pastelillo que Cecil envolvió para ti para que lo comas por el camino —dijo su abuelo—
— Aquí tiene, joven.
— Gracias, Cecil.