Los pequeños restos de la bebé quedarían a cargo de la familia Busquets, pero antes de que se la llevaran a su morada final, la colocaron en la capilla del hospital de Libourne para que un sacerdote elevara unas plegarias por el eterno descanso de su alma. Antes de partir, la señora Esther quiso ir un momento hasta allá para encender una vela por aquella pequeña de alma pura que se había elevado al cielo.
Pese a todos los agravios cometidos por Leyla Busquets en contra de su hijo, ella jamás lo hubiese deseado ningún dolor y mucho menos uno que implicara la pérdida de un hijo. La señora Esther conocía ese tipo de dolor, y era uno qué permanecía por siempre como una espina cruzada en el corazón.
— Ella se encuentra en un lugar muy bonito ahora, madre —dijo le dijo su hijo abrazándola desde atrás— En un mundo donde solo existe felicidad. Al lado de mí y de su madre no hubiese sido feliz jamás.
— No hables así, hijo. No lo vuelvas a repetir.
— Es la verdad. Imagínate que la pobre niña hubiese tenido unos padres que se aborrecían el uno al otro. Leyla y yo hubiésemos peleado todo el tiempo y la pobre bebé habría tenido una infancia muy infeliz.
— Los padres que aman a sus hijos hacen hasta lo imposible para que los niños sean felices. Tú lo hubieses hecho, Siegfried y Leyla también —dijo entre sollozos—
— Ese no hubiese sido nuestro caso. ¡Además! Aún no sabemos si está bebé fue mía en verdad.
— Pues lo sabremos pronto, hijo, y si los resultados de esas muestras salen positivos. Tú respetarás la memoria de este angelito.
— ¿De qué memoria hablas, madre? Ella partidos sin memoria y si algún día vuelve, serás muy feliz. La bebé está junto a los tronos ahora. Ellos así lo han decidido.
— Los tronos… los tronos… cada cosa que sucede es a causa de los tronos. Solo espero que a causa de los tronos aprendas también a vivir un poco mejor, Juan Sigfrido. Responsablemente y sin meterte en problemas.
— Eso más bien será a causa de mi pequeño ángel, madre. Por eso estoy aquí, y por eso los tronos hacen lo que deben hacer por órdenes de Dios.
Esther observó a su hijo por unos segundos y como otras tantas veces si vio invadida de curiosidad, y esta vez preguntó
— ¿Qué ángel es ella, hijo? Odette… ¿Qué le sucedió?
Por un eterno dolor que llevaba como una estaca incrustada en su pecho, contestó ignorando la última pregunta.
— ¿Mi Ohazia, madre? Es un ángel guardián. La elegida por los tronos. El ser de luz más hermoso de todos los cielos. Ella es mi ángel de la guarda, madre. Sin todas sus intervenciones yo quizás estaría ahora mismo preso, o tal vez muerto.
— ¿Qué dices, Siegfried? —preguntó con escalofríos de tan solo pensar— ¡Ay Dios mío, jamás lo permitas! Libra a mi hijo de todo mal siempre y te estaré eternamente agradecida —exclamó elevando sus plegarias al cielo—
— ¡Madre! ¡Mi adorada madre! —sonrió— mejor vámonos a casa que ya hemos estado aquí todo el día y todos estamos exhaustos.
Abrazada a su hijo, la señora Esther abandonó la capilla del hospital Libourne y en la puerta dile a misma, los aguardaba el señor Peter Willemberg.
— Hora de ir a casa —exclamó el hombre abrazando a su hijo— Hoy ha sido un día más que complicado para todos, pero confiemos en que todo irá bien ahora.
— ¡Eso espero, padre!
Los resultados de las pruebas de ADN fueron entregados 2 días después de todo lo acontecido. El joven Siegfried se encontraba en sus clases de la universidad y el sobre del laboratorio le fue entregado personalmente a su padre en la oficina de W. Retrieb Importeur.
Revisarlo era algo que solo le correspondía al chico por lo que decidió llamarlo un poco antes de que abandonara el campus de la universidad para comentarle que el sobre ya se encontraba en sus manos.
— ¿Todo bien? —preguntó su amigo Leroy—
— Mejor qué días anteriores, tal vez —contestó— Me avisó mi padre que acaba de recibir el sobre con los resultados de las muestras de ADN que tuve que realizarme junto con la bebé.
— Bueno, sea cual sea el resultado, no alterará nada.
— No hables así Leroy. He pensado de ese modo también durante todos estos días y la conciencia no me ha dejado en paz. Por alguna razón me siento muy mal cuando recuerdo a esa bebé. ¡Ojalá las cosas no hubiesen sucedido nunca de este modo!
— Es cierto... Muchas cosas no debieron haber sucedido.
— Debo irme ahora. No te he agradecido por haber hablado con Vivian. Si no hacías eso muy probablemente aún tendría a esa loca metida en la hacienda de mi abuelo, atormentando aún más mi vida.
— De algún modo debía contribuir a solucionar este problema que en gran parte fue por mi culpa.
— Mmm… mejor ya no hablemos de todo eso. ¡Nos veremos luego!
— Te llamaré para que coordinemos lo del proyecto.
— De acuerdo.
Ni bien el joven Jan Siegfried llegó a la W. Retrieb Importeur, se dirigió hasta la oficina de su padre y allí este le entregó el sobre con los resultados del ADN. Sin vueltas, el chico lo revisó siendo consciente de que aquello no cambiaría en nada más la situación.
— ¿Y? ¿Cuál fue el resultado? —preguntó Peter Willemberg con profunda curiosidad—
En un 99,9 % la prueba había arrojado positiva.
"Nadie más que el fruto del amor verdadero te otorgará las alas de la salvación”
Luego de echarse sobre uno de los sillones tras leer el resultado, el chico recordó nuevamente aquellas palabras que había oído en sus sueños un par de días atrás.
— ¿Hijo? —Peter Willemberg, impaciente, le arrebató el documento de la mano para poder leer— ¡Vaya! —exclamó lanzando un gran suspiro— Estuviste a punto de ser padre, Siegfried. De hecho lo fuiste por un par de horas, hijo. Espero en verdad que esto te sirva de lección en la vida. Una elección muy grande.
— El día que me convierta en verdadero padre, será con mi ángel —pensó en voz alta sin siquiera notarlo—
De nuevo con ese ángel —se dijo a sí mismo el señor Willemberg—
— Pues espero que en verdad sea con un ángel, o por lo menos con una mujer que se asemeje a un ángel, y no vuelva a cruzarse en tu camino una chiquilla de mente diabólica como Leyla Busquets.
— ¿Padre, y qué hay sobre ti? ¿Ya pudiste hablar con mi madre sobre aquel hijo que te apareció?
El repentino y drástico cambio de conversación parecía haberse golpeado al señor Peter Willemberg.
— ¿En qué tiempo, Siegfried, con todo lo que sucedió? He querido hacerlo, pero ni siquiera sé por dónde empezar.
— No hay mucho por dónde empezar. Solo dile lo que sucedió aquí. ¿En verdad no recuerdas a ninguna chica con la que estuviste en aquellos tiempos?
El hombre, pensativo, lanzó un suspiro.
— Hubo una, pero… me resulta tan improbable.
— ¿Improbable por qué? Si te acostaste con ella puede ser probable. ¿Quién fue ella?
— Lo digo porque… —pausó la palabra— ella estaba casada.
Su hijo, repentinamente se echó a reír.
— ¿Acaso lo consideras gracioso, Siegfried? Estoy por reventarme la cabeza de tanto pensar.
— ¿Te acostaste con una mujer casada?
— Yo era muy joven. Tenía 16 años ella como 10 años más que yo. Llegó a la preparatoria como maestra suplemente.
— ¿Era tu maestra?
Jan Siegfried nuevamente se echó a reír.
— ¡Suficiente! No hablaré más sobre esto contigo.
— ¡Disculpa, padre!
El chico se irguió nuevamente con una falsa seriedad.
— Es que esperaba cualquier tipo de historia menos una como esa. ¿Crees que aquella maestra sea la madre de este sujeto?
— No existe otra persona de la que pueda sospechar. Fue la única mujer con la que estuve antes de conocer a tu madre.
— Mmm…
— Era un ingenuo adolescente y ella una mujer realmente hermosa, y misteriosa. Sabía muy poco sobre ella, pero en verdad me enamoré, hijo. O al menos eso creí. Me sentía deslumbrado, fascinado por ella, y no me importaba que fuera mi maestra y mucho menos que estuviera casada. Cualquier chico de 16 que captara los ojos de una mujer como esa, no perdería ocasión, Siegfried. Estaba tan perdido de amor por ella que olvidé todo, Incluso de que en algún momento debía marcharse. Se encontraba allí como reemplazo de otra maestra que debía realizarse un largo tratamiento de cáncer. Permaneció ocho meses en el instituto hasta que la reemplazada retomó supuesto, y tuvo que marcharse. Antes de partir me hizo prometerle que jamás hablaría con nadie sobre la historia que tuvimos los dos. Me pidió también que la guardara por siempre como el más bonito de los recuerdos.
— ¡Era una descarada y pervertida! —irrumpió el chico— ¿Cómo se llamaba?
— Tal vez lo fue —dijo Peter Willemberg— O tal vez yo fui un verdadero imbécil, pero fui muy feliz junto a Brigitte. Ese era su nombre. ¡Brigitte!
— Bueno, supongo que no será difícil averiguar si aquella maestra de nombre Brigitte es la madre de este sujeto.
— De todos modos si así fuera, no logro comprender por qué no se apareció ante mí para decirme la verdad. ¿Por qué tuvo que robarme de ese modo y ocasionar tantos enredos?
— ¡Oye, padre! Habla con mi madre. Quítate esa carga de encima y ya luego te ayudaré a solucionar todo esto.
— Lo haré, hijo. Esta misma noche. Solo deseo en verdad que tu madre no lo tome de mala manera.
— Todo estará bien.
Siegfried abrazó a su padre y posteriormente se despidió de él porque debía volver a casa para trabajar en unos proyectos referentes a la universidad.
Peter Willemberg era un hombre fiel y leal a su esposa. Entre ambos nunca se ocultaban cosas. Se habían casado muy jóvenes y desde hacía casi 26 años aprendieron a vivir y a convivir no solo del amor sino también del respeto y de la comprensión.
Luego de incontables intentos y de tres abortos espontáneos, Esther Willemberg fue diagnosticada con la imposibilidad de poder ser madre. Aquella noticia se les había encajado a la pareja como un enorme estaca en el corazón.
Muy duro y cruel fue asimilar que nunca podrían tener un bebé, sin embargo lograron sobreponerse y seguir con sus vidas hasta que un día Dios puso en el camino de Esther aquel hijo del corazón que tanto ella cómo Peter acabarían amando y criando del mejor modo que les fuera posible.
¿Cómo explicarle a su mujer qué otra le había dado lo que el destino no pudo concederle a ella de un modo natural? ¿Cómo lo tomaría? De tan solo pensar en todo aquello, el señor Peter Willemberg optaba por la opción de callar, pero no podía hacer tal cosa. No con aquella mujer a quién amaba con la misma intensidad de hacía más de dos décadas.
— Le diré todo y será ahora mismo.
IGLESIA PARROQUIAL MARÍA LANGEGG — BAJA AUSTRIA
AVE MARIS STELLA
Ave, Maris Stella,
Dei mater alma,
Atque semper Virgo,
Felix caeli porta.
Sumens illud Ave,
Gabrielis ore,
Funda nos in pace
Mutans Evae nomen.
Solve vincla reis,
Profer lumen caecis,
Mala nostra pelle,
Bona cuncta posce.
Monstra te esse Matrem,
Sumat per te preces,
Qui pro nobis natus
Tulit esse tuus.
Virgo singularis,
Inter omnes mitis,
Nos, culpis solutos,
Mites fac et castos.
Vitam praesta puram,
Iter para tutum:
Ut, videntes Jesum,
Semper collaetemur.
Sit laus Deo Patri,
Summo Christo decus
Spiritui Sancto,
Tribus honor unus.
Amen
En el corazón de las afueras del bosque “Dunkelsteinerwald” y de las hermosas mesetas del Danubio, la voz de un auténtico ángel maravillaba a todos los feligreses del lugar e incluso a los de los pueblos más cercanos como Nesselstauden, Geyersberg, Schenkenbrunn, Scheiwies y Wolfenreith.
Desde más de cuatro siglos, en María Langegg se había oído jamás voz tan celestial ni en el mejor de los coros que habían formado parte de la Comunidad de las Bienaventuranzas. En cada canto su ímpetu era tal que incluso los peregrinos que pasaban por el camino a Santiago de Compostela, llevaban consigo el rumor de que todo aquel que fuera acogido en María Langegg durante su descanso de peregrinación, recibiría la gracia divina y la paz a través de la voz del ángel más hermoso sobre la faz de la tierra.
La pequeña Odette quién continuaba a cargo y a los cuidados de su abuela Delphine Neubauer, desde hacía un par de años había ingresado al coro de la Iglesia Parroquial María Langegg.
A sus casi catorce años, Odette se había vuelto una señorita bastante activa. No solo continuaba con sus clases de actuación, sino también se había fascinado por el violín y por el coro de la iglesia.
Cada fin de semana su canto celestial encantaba y maravillaba a todos los feligreses, por sobre todo en las misas de domingo. Y en sus días libres se dedicaba al voluntariado dentro de la misma Comunidad de las Bienaventuranzas.
Odette no necesitaba de paz porque ella representaba la paz absoluta. El ser más puro y noble que quiénes la rodeaban hubiesen podido conocer jamás.
Lo tenía todo para ser feliz, sin embargo la mitad de su corazón le dictaba lo contrario. La mitad de su corazón estaba lejos y debía practicar en la virtud de la paciencia. Guardar las ansias que perturbaban su preciada alma. Lo intentaba cada día y solo en María Langegg podía lograrlo.