Las Promesas Que Te Hice

¿UN PEQUEÑO VIAJE?

GIRONDA — FRANCIA (RESIDENCIA DE GUSTAV DREYMON) 
— ¿Ahora mismo vas a explicarme que es lo que demonios es lo que pretendes? 
— ¿Esa es la manera en la que un respetable hombre de negocios atropella una residencia ajena? 
— No estoy aquí por motivos de cordialidad. He venido para que hablemos frente a frente tú y yo, y me expliques que es lo que quieres de mí. No solamente atropellaste la estabilidad de mis empresas qué tanto trabajo me ha costado levantar y mantener, sino que también perturbaste la paz de mi familia. 
Peter Willemberg, con un nuevo documento de resultados de ADN en mano, que había solicitado por medio de su abogado para corroborar si se tratara de un hijo de él, llegó a la residencia de Gustav Dreymon. 
— Te apareces de la nada diciendo que eres mi hijo, y con todo el descaro del mundo admites que le has estado robando a mis empresas en colaboración con uno de mis mejores contadores. Lo que has cometido es un grave delito por lo tanto entérate de una vez que no me quedaré de brazos cruzados. 
Frente a un joven hombre que parecía tomarlo todo en solfa, Peter Willemberg se explayó con vehemencia. 
— ¿Terminaste? —preguntó levantándose del sofá— 
— ¿Tu madre, Brigitte sabe de todo esto que estás haciendo? 
— Mi madre Brigitte está muerta, y por única vez te permitiré que la menciones. 
— ¿Por qué? ¿Por qué no debería mencionarla? Yo tenía 16 años y ella era una mujer casada. Un día desapareció y no la volví a ver jamás. ¿Me culpas de qué? ¿De haber sido un padre ausente en tu vida? Ni siquiera sabía de tu existencia hasta hace un par de semanas. 
— Te busqué por varios años. Todo lo que tenía era una carta que mi madre le había dejado a la madre superiora y directora del orfanato donde tuvo que dejarme, para que ella me la entregara cuando me tocara abandonar aquel lugar. 
— ¿Orfanato? 
Abrumado, Peter Willemberg calló por un par de segundos 
— Desconozco tu historia muchacho, pero fuera cual fuera créeme que yo no tengo la culpa nada. 
— Hasta ese momento tal vez no la tuviste —dijo el joven hombre dándole un sorbo a la copa de whisky que llevaban mano— No fue nada fácil saber sobre ti. La madre superiora del orfanato me entregó muy tarde la carta qué le había dejado mi madre para que me la entregara. Una familia rusa muy bien acomodada me adoptó cuando tenía 12 años, y por esa razón no creyó ni oportuno ni conveniente entregarme la carta donde mi madre me hablaba sobre ti. Esa carta llegó a mí varios años después. Un poco antes de culminar la universidad. Mi padre adoptivo falleció hace un par de años y me dejó a cargo de todos sus negocios. Empresas similares a las tuyas —acotó— 
El señor Peter Willemberg en cada palabra de aquel joven hombre, se hundía más y más en el desconcierto. 
— Puedo comprender el hecho de que hayas querido buscarme. Lo que no comprendo es porque razón tuviste que robarme. Cometiste actos fraudulentos con un cómplice dentro de mis empresas. Me dices que una familia pudiente te adoptó. Que tu padre adoptivo te dejó a cargo de todos sus negocios. ¿Y aun así te viste en la necesidad de robarme? 
— En realidad no quería robarte. 
— ¿Ah, no? 
— Fue lo último que se me ocurrió para acercarme a ti. 
Peter Willemberg repentinamente se echó a reír con ironía. 
— Sigo creyendo que todo esto es una locura —dijo posteriormente entre dientes— 
— Te lo explicaré para que entiendas… Si bien estudié y me recibí de una carrera universitaria acorde a las exigencias de las empresas de mi padre adoptivo. En cuánto me las dejó a cargo, percibí que no tenía experiencia necesaria, y debo decir que sentí un poco de miedo. Fue entonces cuando comencé a buscarte. Hasta ese momento todo lo que sabía de ti era que poseías tus propias empresas y que estas eran muy prósperas y exitosas. Eras un gran hombre de negocios al cual yo deseaba conocer, pero me negaste audiencia en incontables ocasiones. Todo lo que hiciste fue enviarme negativas por parte de tu secretaría y por el gerente comercial cuando le expresé mis deseos de hacer negocios contigo. Vincular de algún modo tus empresas con las mías por medio de negocios. Fuiste un hombre muy cerrado Peter Willemberg —dijo volviendo a dar sorbos a su whisky— Incluso expresé mi deseo de comprar acciones de W. Retrieb Importeur, a lo que también recibí negativas. 
— Nunca he acostumbrado a vender acciones de mis empresas. Hasta que tú apareciste solo tenía tres accionistas minoritarios. 
— Lo sé… Pero lo intenté en vista de que no había manera de llegar a ti. Luego se me ocurrió hacer negocios extra empresariales con Rugier Guérin. Él me ayudaba con la estabilidad de mis empresas por medio de todos sus conocimientos a cambio de honorarios extras, y a su vez me mantenía al tanto de todo lo que sucedía a tu alrededor en cuanto a tus empresas. 
— Ese miserable me traicionó de la peor manera posible y fue cómplice de un gran fraude. 
— Puedes verlo como una traición si así lo deseas. 
— Fue una traición… una gran traición. Un fraude por el cual deben asumir. 
— A Rugier Guérin tuve que contarle toda la verdad desde un principio y fue por esa razón que decidió ayudarme con todo esto. Le dije que en realidad no deseaba hacerte daño ni robarte. Mucho menos interferir en tu muy estable familia. 
Con una irónica sonrisa, Peter Willemberg negaba con la cabeza. 
— Sin embargo lo hiciste. 
— No te perjudiqué en absoluto. Todo lo que hice fue llamar un poco tu atención. 
— Pues tienes una manera muy errónea de querer llamar la atención. 
— Te devolveré el 20% de tus acciones y los archivos con las cuentas reales de todos los balances semestres. ¡Eso sí! —advirtió— Únicamente si me permites ejecutar el 20% restante como un accionista más de tus empresas. 
¿Cuentas relajes de los balances? —pensó de inmediato el señor Willemberg sin decir nada más— 
La astucia de aquel sujeto que había resultado ser su hijo en verdad según los resultados del ADN, lo tenía completamente abrumado. 
— ¿Sabes? Me impresiona bastante el hijo que tienes. Es muy inteligente en verdad. Otro novato, en su lugar no hubiese descubierto las cuentas en números rojos con facilidad porque se trataban del subtotal diario de ingresos y egresos, muy ínfimos al total semestral. Habitualmente los contadores y gestores, comienzan por los ingresos y egresos totales semestrales antes de supervisar las cuentas diarias a profundidad y detalladamente. Definitivamente no le dio tiempo a Rugier Guérin a que regresara. 
— Yo hubiese preferido mil veces que atropellaras la recepción de W. Retrieb Importeur para pedir hablar conmigo en lugar de armar todo un esquema minucioso de fraudes, por llamar mi atención. 
— Mmm… —se encogió de hombros— Te acabo de decir que lo intenté en varias ocasiones, y te negaste. Además no soy una persona que atropella ningún sitio exigiendo cosas —recalcó observándolo— 
Cuando Peter Willemberg se disponía a marcharse con el mayor de los corajes y la rabia a punto de hacer estallar sus venas, una mujer llegó a la residencia. Una que aparentaba ser ya de considerable edad. 
— ¡Madre! Llegas justo a tiempo para conocer a mi nuevo socio comercial. Peter Willemberg —dijo señalando al hombre— 
Aquella mujer resultó ser la madre adoptiva de aquel joven hombre. 
— Un gusto conocerla, señora. Ahora ya debo marcharme. 
— Un gusto también —dijo la señora— 
— Podemos coordinar una cena para continuar hablando sobre negocios —prosiguió Gustav Dreymon frenando los pasos de Peter Willemberg— ¡Madre! El señor Willemberg tiene una familia realmente maravillosa. Señor Willemberg, mi madre prepara el Pelmini más delicioso del mundo y sería un verdadero honor para nosotros que en algún momento usted y su familia aceptaran muestra invitación para cenar. ¿Cierto, madre? 
— Por supuesto que sí… Serán más que bienvenidos si aceptan —contestó la mujer— 
— Tendré muy en cuenta su invitación. ¡Muy amable! 
RESIDENCIA DE LA FAMILIA WILLEMBERG — BURDEOS
— ¿Madre, hasta cuándo vas a seguir molesta con mi padre? Estás siendo muy injusta con él. ¿Por qué lo haces? 
— No lo hago por nada en particular. Simplemente es difícil para mí. ¿De acuerdo, hijo? 
— ¿Por qué? Él ni siquiera te engañó. 
Esther Willemberg se ahogó en un enorme suspiro. 
— Mira…, ya que estás aquí de latoso sin hacer nada, mejor ayúdame a llevar estas galletas a la mesa —pidió pasándole una bandeja llena de galletas recién horneados— 
— Se ven bien y huelen rico. ¿Cierto, Copito de nieve? 
Su pequeño amigo asentó con un par de ladridos. 
— Llévalas con cuidado, Siegfried. 
Era mitad de semana y el joven siegfried había preferido quedarse en la casa de Burdeos para estudiar debido a que se encontraba en pleno exámenes finales de la universidad. Le prometió a su abuelo que estaría por la hacienda el fin de semana cuando estuviera más liviano de sus obligaciones académicas. El abuelo Klaus Willemberg desde luego supo comprenderlo. 
Aquel día en particular Esther Willemberg había organizado una pequeña reunión con sus amigas feligreses de la Comunidad Misionera de la Iglesia de San Pedro y San Francisco Javier quienes también formaban parte de la fundación de niños con cáncer en la cual Esther Willemberg era una de las principales benefactoras. Para inicios del mes de julio contaban con diversas actividades de beneficencia conjuntamente con la Comunidad Misionera. Para principios de dicho mes y principios del mes de agosto la Comunidad tenía planeada organizar grupos de peregrinación al camino de Santiago de Compostela en Galicia, España. 
El joven Siegfried se encontraba estudiando en la sala adjunta a la sala de té donde su madre se encontraba reunida con sus amigas de dicha Comunidad. Desde allí y desinteresadamente de tanto en tanto oía de lo que hablaban aquellas mujeres. Nada fuera de lo habitual. Todas ellas organizaban cada verano actividades para recaudar fondos que ayudaran a sustentar la Fundación y las obras de caridad dentro de la Comunidad Misionera. 
En aquel preciso momento se encontraban planeando sobre los posibles caminos que utilizarían para los grupos que formarían parte de la peregrinación a Santiago de Compostela. También tenían planeado recibir a peregrinos que harían su parada en Burdeos, y que provenían de distintos puntos de Europa cómo Bélgica, Alemania, Austria, Polonia y Hungría. 
— ¿Han oído hablar sobre los rumores de peregrinantes de camino a Santiago que han hecho parada en María Langegg? —preguntó una de las mujeres— 
—Yo ya lo he oído —contestó otra— Incluso he leído una nota qué hicieron sobre la jovencita en una revista semanal de la Comunidad de Bienaventuranzas, que me trajo un amigo que estuvo allá el año pasado. Él tuvo la oportunidad de oírla y jura que canta como los mismísimos ángeles. 
— Yo también he oído esos rumores —afirmó otra— Y cuentan los peregrinos que este año todos los peregrinos que pasen por allí, harán parada en María Langegg únicamente para oír el canto del ángel. 
La señora Esther no había dicho nada al respecto. Era la primera vez que oía sobre esos rumores y comentarios. Todo lo que hizo fue quedar colgada ante la palabra ángel pues en aquella casa era algo muy común desde que su hijo Jan Siegfried habló por primera vez a la edad de 7 años. 
— Nuestra Comunidad debería organizar en algún momento ir a María Langegg para conocer aquel ángel. Dicen que aparte de sus prodigiosos cantos, ella es realmente hermosa —proseguía la misma mujer— 
El joven Siegfried quién todo lo estaba oyendo desde la sala adjunta, negó con la cabeza y pensó qué no podía existir en la tierra, ángel más hermoso que el suyo. 
Jamás —se dijo a sí mismo con voz recordando a su preciada Ohazia— 
— ¿Esther, qué opinas sobre planear una visita a María Langegg? 
— Mmm… sería muy interesante. De paso conocemos a la Comunidad de Bienaventuranzas. Lo que sí he oído es que realizan muy buenas labores altruistas en aquel lugar —replicó la señora Esther— 
— Acabo de pedirle a Germain que me envíe el video que logró grabar de la chica. 
La mujer que había iniciado comentando sobre la historia del aquel ángel de María Langegg, recibió el vídeo y lo reprodujo de inmediato para enseñárselo a todas. 
Aquella voz tan sublime, tan celestial y tan llena de paz era capaz de estremecer el corazón de cualquiera que la oyera. Fue lo que sucedió con todas aquellas mujeres. Sin embargo el corazón de Esther Willemberg no solo se estremeció. Se aceleró dentro su pecho como si estuviese a punto de salir del mismo. 
Con la piel erizada de pies a cabeza, casi incrédula, los ojos le saltaban por lo que acababan de ver, y sus oídos se glorificaban antes lo que acababan de escuchar. Su hijo también oyó aquella voz. Aquella misma que no podría confundir con ninguna otra en el mundo. 
Era ella el ángel del cual hablaban esas mujeres. Era su ángel… su pequeño y maravilloso ángel. 
Soltó sus libros de inmediato, y raudamente se dirigió hasta la sala de té abriéndose pasó entre aquellas mujeres. El joven Siegfried arrebató el teléfono móvil de las manos de la persona que tenía el vídeo, y pudo no solo oír, sino observar al anhelo más inmenso de sus ojos. Su pequeña Ohazia. 
— ¡Mi ángel! —exclamó susurrando ante la absorta mirada de las mujeres y ante una madre perpleja que desde lo más profundo de su ser comenzaba a temer sobre las inmediatas acciones de su hijo— 
— ¿Tú la conoces, Siegfried? —preguntó una de las mujeres— 
Repentinamente Copito de nieve comenzó a ladrar. Él también reconoció aquella voz que nadie más que el selecto coro de los tronos podía poseer. 
— ¿Dónde dijo que queda este lugar? 
— En María Langegg, baja Austria. 
— Ella sigue en Austria —dijo en voz casi silenciosa— 
— María Langegg está en medio mismo de un par de pueblecillos de Melk, Krems y St Pölten —prosiguió la poseedora del vídeo— 
— ¿Podría pasarle usted este video a mi madre? —preguntó el chico pidiéndole a su madre su teléfono móvil— 
La señora Esther se lo dio y aquella mujer hizo lo que Jan Siegfried le había pedido. 
Posterior a todo eso, y ya cuando la reunión de su madre había culminado, el chico pudo pasarse dicho video a su propio teléfono móvil para tenerlo guardado como un recuerdo más y gastarse todos sus sentidos cada día en su precioso ángel. 
— Siegfried, hijo, te ves muy contento. —comentó Peter Willemberg durante la cena— ¿Te está yendo bien en los exámenes? 
— Voy bien, padre. Y sí estoy muy feliz —admitió sonriente— y lo estaría mucho más si tú y mi madre se reconciliaran. 
El hombre observó de reojos a su mujer. Aquella situación con su amada Esther aún lo tenía en absoluto desánimo. 
— Madre, acaba con esto ya ¿Quieres? Mira cómo tienes a este pobre hombre. 
Esther no dijo nada. 
— Padre, cuando culmine mis exámenes tendré que hacer un pequeño viaje —anunció el chico— 
Pavoroso, Peter Willemberg al oír aquellas palabras dejó caer los cubiertos al plato pues aquellos repentinos y pequeños viajes de su hijo nunca acababan bien. La señora Esther también pensaba lo mismo, y más aún sabiendo exactamente a dónde tenía pensado ir Jan Siegfried. 



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Editado: 10.02.2022

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