— Oye… ¿No estabas acaso tomando medicamentos? Tenías prohibido ingerir bebidas alcohólicas.
Jan Siegfried, revolcado ya de absoluta embriaguez, lanzó unas risas, apoyado sobre la mesa mientras observaba a través de su copa semi vacía.
— ¿Me lo preguntas luego de tres botellas y dos ordeñes de cubas?
— Recién lo recordé —replicó su amigo Leroy—
El estado de aquel chico no era distinto al de su amigo Siegfried. De ponerse de pie, ambos estrepitosamente caerían al suelo.
Apenas tenían noción de donde se encontraban, y ni siquiera recordaban que debían salir de allí antes del amanecer, sin dejar rastro.
Leroy consultó su reloj una y otra vez hasta que finalmente logró distinguir.
— ¡Demonios! —exclamó de repente—
— Ssshhh… no invoques a los demonios—
— Son casi las cinco de la mañana, Siegfried. Debemos salir de aquí… está por amanecer en el Amanecer —dijo poniéndose de pie, tambaleante— Escucha… está por amanecer en el Amanecer —volvió a decir, riendo—
El joven Siegfried lanzó un gruñido.
— Ya… no seas imbécil. Mejor vámonos que los capataces despiertan temprano, y no quiero que nos encuentren aquí.
También tambaleante, Jan Siegfried intentó mantenerse erguido para poder guardar las botellas vacías, las copas y salir de la bodega en compañía de su amigo humano y su amigo peludo, pero en verdad le había resultado toda una odisea hacerlo. Intentando incorporarse en incontables ocasiones, Siegfried cerró la puerta con seguro y se dirigieron rumbo a la casa del Amanecer.
Finalmente en los pasillos, y muy cerca de la habitación, Siegfried notó que su amigo Leroy se había detenido, por lo que retrocedió unos pasos.
— ¿Por qué te detienes? ¡Vámonos ya!
— Creo que mis ojos acaban de ver al ser más hermoso de este mundo.
Jan Siegfried soltó unas risas ahogadas.
— ¿De qué te ríes? Es verdad. Creo que acabo de ver a un ángel.
Su amigo volvió a reír y en esta ocasión de manera más resonante.
— Solo que fuera mi ángel te lo creería, pero eso es imposible porque ella no tiene motivos para aparecerse ante un idiota como tú. Ya vámonos… —pidió colocando su mano sobre uno de los hombros de su amigo—
Leroy ignoró las palabras de Siegfried y se alejó con dirección que ninguno de los dos, a excepción de Copito de nieve podía percibir.
El lugar resultó ser la cocina, y ni bien ingresaron, Copito de nieve comenzó a menear el rabito tras oír una suave y melodiosa voz que le hablaba con mucho cariño. Detrás del perrito, ingresó Leroy, y posteriormente, Siegfried.
Al ver a aquel par de jóvenes, la chica se incorporó algo asombrada pues no esperaba encontrar a nadie allí a esas horas.
— Disculpen, solo he venido por un vaso de agua. ¿Desean alguna cosa? —preguntó con amabilidad—
— Así es —antepuso el joven Leroy inmediatamente—
El chico, pese a toda esa embriaguez que lo envolvía y a la vez lo delataba, era capaz de impresionarse por aquella joven que lo había dejado realmente encantado.
— Siena, no sabía que estabas aquí —dijo el joven Siegfried acercándose finalmente—
— Llegué en la tarde de ayer.
— ¿Siena? ¿Ese es tu nombre? —preguntó Leroy observando a la chica a tal profundidad de dejarla sonrojada—
— Siena, por favor no le digas a nadie que nos has visto en este estado. Solo fue en esta ocasión y nadie tiene por qué enterarse. Nosotros ya nos vamos.
— Yo no iré a ningún lado sin mi café —advirtió Leroy—
— Claro que nos vamos.
— Si quiere café yo puedo llevárselo, joven. No se preocupe.
— ¿Lo harás?
La chica, sonriente, asentó con la cabeza mientras Siegfried jalaba a su amigo de un brazo.
Siegfried podía dejar a su amigo en la habitación que debía ocupar, pero como Leroy sería muy capaz de volverse a salir para regresar a la cocina, decidió echarlo en su cama y dormir él sobre un sofá cama qué yacía en su misma habitación.
— Ten mucho cuidado en quien pones tus ojos. Siena es la hija de Cecil. Una niña demasiado buena para ti —Advirtió Siegfried echándose sobre el sofá cama—
— Pues yo soy un chico muy bueno. No vayas a difamarme delante de ella, Siegfried.
— Tú solito te difamaste al caerte de borracho delante de la chica. Ahora ya deja de hablarme que quiero dormir. Dale un espacio a Copito de nieve, y no te atrevas a salir.
El joven Leroy lanzó un suspiro y al rato oyó que tocaban la puerta. Era de nuevo la chica quién traía una taza de café para él.
La joven Siena ingresó con cautela, y con mucha amabilidad colocó la taza de café sobre la mesa de luz mientras que Leroy se limitó únicamente en agradecerle pues ya se sentía extremadamente avergonzado de que aquella belleza jamás antes apreciada sus ojos, lo haya conocido en ese impresentable estado.