Las Promesas Que Te Hice

VACACIONES

— Deja de pensar en asquerosidades y de observarme como si fuese el peor de los depravados, Leroy.

— Desde que nos volvimos adolescentes, rechazaste a las chicas más bonitas diciendo que ninguna era más bonita que tu ángel. Te acostaste con las chicas más deseadas de toda la preparatoria, pero ninguna te agradó. Todas ellas te parecieron sucias e indignas en comparación a la pureza de tu ángel. En la universidad pasas de las chicas hermosas por pensar solo en tu ángel, y resulta que ese ángel del que tanto hablas es una niña. ¿Qué quieres que piense?

— Baja la voz —advirtió con la mirada profunda y en un tono ya no muy amistoso— No contesté tu pregunta para que me juzgaras de ese modo.

— Pues hubiese sido mejor que ignoraras mi pregunta como otras tantas veces, porque no entiendo absolutamente nada.

El joven Siegfried bajó a Copito de nieve porque el perrito deseaba ir afuera. Se dirigieron hacia los corredores con sombras que conectaban sus viñedos con los de su abuelo, y Leroy los siguió.

— Merezco al menos que me lo expliques.

— Ya no quiero hablar sobre eso.

— ¿Por qué no? ¿Dónde la conociste? ¿Y por qué dices que en algún momento irás por ella, que van a casarse y serán muy felices? ¿Tú en verdad piensas que vives trescientos años en el pasado para arreglar un matrimonio con una niña y crear un castillo mágico para ella?

— ¡Basta, Leroy! Deja de decir tantas estupideces.

— Pues mis preguntas estúpidas son el base a todas las locuras que has dicho siempre. Cómo esta de ahora, por ejemplo.

— Preocúpate de tu vida y de tus asuntos ¿quieres?

— Jan Siegfried Willemberg, necesito que vengas de inmediato —se oyó repentinamente una autoritaria voz—

Era la del abuelo Klaus Willemberg, y por el tono con el cual se había manifestado, el joven Siegfried estaba más que convencido de que la señora Esther ya había ido a hablar con él. El chico se dirigió hasta su abuelo mientras que Leroy decidió esperar bajo las sombras de los corredores.

— ¿Sabes lo que hizo tu madre?

El chico en medio de un gran suspiro miró hacia el horizonte.

— Ella me dijo que por mi culpa, su hijo acabará convirtiéndose en un alcohólico, y que si no acaba antes en un hospital, terminará de interno en un centro de adicciones. He trabajado desde muy joven en estos viñedos y jamás… ¡Escúchame bien! Jamás me he pasado de copas. ¿Cómo podría yo permitir que mi nieto se convirtiera en un alcohólico?

— Abuelo, mi madre a veces exagera.

— ¿Exagera? ¿Puedes decirme entonces que significan estas tres botellas vacías? ¿Acaso las abriste, no te gustaron y decidiste derramarlas? Tenías prohibido beber, Siegfried. Es más… tenías prohibido ingresar a las bodegas sin mi consentimiento.

Jan Siegfried no emitió palabra alguna.

— También me dijo que has dejado de tomar tus medicamentos. No quiero que tu madre vuelva a pararse delante de mí para acusarme de cosas, porque todo esto que estás haciendo yo no te lo he inculcado. ¿Me has entendido? En este preciso momento irás tú mismo por tus medicamentos y vas a ingerirlos todos los días delante de mí. Es una orden.

El chico podía desacatar incluso la mínima orden de sus padres, pero no la de su abuelo. Simplemente no podía, y más viéndolo tan enojado. Entonces tuvo que alistarse para ir a la farmacia del pueblo más cercano a Libourne donde pudiera comprar sus medicinas.

— ¿Padre, por qué tan ofuscado? —preguntó Peter Willemberg tranquilamente sentado sobre una reposera de la terraza—

— ¿Estás regocijándote en las culpas que me echó tu esposa?

— ¿Qué dices, padre? Jamás haría una cosa como esa, pero debes entender que Esther y yo hemos hecho lo mejor posible en criar a Siegfried de la mejor manera. Si tú malcriaste a tu nieto debes hacerte cargo de las locuras que él haga.

Aún más ofuscado, el abuelo Klaus, se alejó de la terraza echando chispas, rumbo a las parcelas donde aún debía supervisar ciertas áreas con ayuda de uno de sus capataces.

— ¿A dónde vas? —preguntó Leroy—

— Debo ir a la farmacia

— ¿Y por qué no envías a alguien?

— Mmm… Mi abuelo no me prestará a ninguno de sus capataces.

— ¿Está muy molesto?

— Lo suficiente como para que lo de anoche no se vuelva a repetir en mucho tiempo.

— ¿Puedo ir con ustedes? —preguntó Siena—

Siegfried la observó por un par de segundos y luego observó a su amigo.

— De que puedes, puedes, pero deberías pedirle permiso a Cecil.

— Lo haré. ¿Me esperan?

— Por supuesto que te esperamos —dijo Leroy sonriendo—

— Podrías disimular un poco esa cara de idiota?

— Dime todo lo que se te dé la gana, Siegfried. Estoy muy enamorado y no puedo evitarlo.

Ante la insistencia de Siena, a Cecil no le quedó de otra que permitirle a su hija salir con los chicos. Sin embargo se acercó a ellos para advertirles que por favor no fueran a otro lugar y mucho menos que se tardaran. Pidió que cuidaran de Siena.

— Solo iremos a la farmacia, Cecil. No te preocupes que volveremos pronto —aseguró el joven Siegfried—

La chica, más que contenta, tomó a Copito de nieve entre sus brazos y se dirigieron los tres hasta el coche.

Mientras Siegfried ingresaba para comprar sus medicinas, Leroy y Siena quedaron esperándolo en las afueras de la farmacia.

— Para ti, hermosa —le dijo besando su mano obsequiándole un pequeño ramo de flores que había comprado de un puesto próximo al lugar—

La jovencita, sonrojada y sonriente, aceptó las flores.

— ¡Gracias!

— ¿Te gusta?

— Me gusta mucho.

— Que bueno porque te regalaré las flores más hermosas que existan en todas las florerías de los pueblos más próximos.

— No vamos —irrumpió repentinamente el joven Siegfried— Sube, Copito.

El perrito trepó a uno de los asientos traseros y posteriormente todos abordaron con intenciones de retornar al Amanecer.

— Oye… antes de volver, vayamos por helados. ¿Te gustaría, preciosa? —preguntó Leroy observando a Siena—



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En el texto hay: fantasia, angeles, promesas

Editado: 10.02.2022

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