Las Promesas Que Te Hice

UN BAILE

HACIENDA EL AMANECER – (UN FIN DE SEMANA DESPUÉS)

Durante el almuerzo de un día domingo, nada reinaba más que la paz absoluta en “El Amanecer”. Algo tan extraño cómo anormal que la familia Willemberg deseaba que fuera eterna.

De tanto en tanto mientras comían, hablaban sobre situaciones despreocupadas hasta que repentinamente ante una pregunta de la señora Esther dirigida Cecil, fue respondida por la misma, y el joven Leroy casi queda ahogado en su trozo de bocado.

— Mi esposo llegará el lunes, señora.

— ¡Qué bueno, Cecil!

— ¿Hace cuánto qué ese ingrato no nos visita en la hacienda? —añadió el abuelo Klaus—

— No me diga eso, por favor señor Willemberg. El negocio lo ha tenido muy amarrado por eso no ha podido venir antes.

— Pues si eso es así, significa qué todo va bien en el negocio —dijo Peter Willemberg—

— Eso dices tú, cariño porque eres igual, pero nada tiene sentido si no te das un tiempo de descanso para disfrutar con la familia. Cecil, en verdad me da mucho gusto de que finalmente te reencuentres con tu marido y de que tengas a tu hija contigo aquí —prosiguió Esther— Todo coincide para celebrar el cumpleaños de mi bebé.

— ¿De nuevo con eso, madre? No quiero celebración de ningún cumpleaños, y lo mismo ya se lo he dicho a mi abuelo.

— Pues a mí me lo dices en vano, nieto querido porque yo siempre he celebrado tu cumpleaños. Ahora que estás aquí con nosotros, con más razón lo celebraremos por todo lo alto.

Jan Siegfried y Leroy se miraron de reojos pues ninguno de los dos guardaba gratos recuerdos del último cumpleaños celebrado en Montecarlo.

— Cambia esa cara, Siegfried. Al menos tenemos la certeza de que nada malo sucederá aquí. ¿Cierto?

— Mmm… pues quién sabe. Tanta paz a mi alrededor no es normal. Temo que de la nada me caiga un rayo encima y me parte por la mitad.

— Ya… no exageres. Es a mí a quién probablemente me partirá un rayo muy pronto. ¿Tú conoces al padre de Siena?

— Lo he visto muy poco, pero no creo que él sea un mal hombre.

Entre conversaciones, que iban y venían mientras caminaban por los corredores, apareció ante ellos la jovencita Siena, y como ya era habitual en Leroy, quedaba absolutamente atontado de tan solo verla. La chica luego de acercarse, vio a Copito de nieve y lo cargó entre sus brazos.

— ¿Qué hacen?

— Conversando sobre tonterías —dijo Siegfried—

— ¿Hermosa, puedo hacerte un par de preguntas? —preguntó Leroy y la jovencita sonriente repuso

— ¿Qué preguntas?

— ¿Tu padre es de esos hombres buenos y comprensivos, o de esos hombres capaces de arrancarle la cabeza a alguien?

— Depende. —contestó ella—

Jan Siegfried comenzó a reír.

— ¿Depende de qué?

— De la circunstancia.

— Mmm… ¿Y crees que si le dijera que estoy profundamente enamorado de su hija y que deseo mucho en verdad que me permita cortejarla, sea para él una mala circunstancia? —prosiguió a la pregunta acercándose lentamente a ella—

La jovencita, roja como un tomate, bajó a Copito de nieve de entre sus brazos y con un gesto de asombro se cubrió la boca con una mano.

En ese preciso instante hoyo que su madre la había llamado.

— Debo irme —fue todo lo que pudo decir, y raudamente Leroy la vio alejarse—

— ¡Ella es realmente encantadora! ¡La amo! —exclamó—

— Y tú realmente tienes una auténtica cara de idiota. Debería ponerte delante de un espejo para que te veas.

— Siegfried, en verdad hablas cómo así no fueras a pasar por lo mismo cuando finalmente estés con tu pequeño ángel. Yo estaré ahí ¿Sabes? A tu lado cuando eso suceda y voy a grabarte para que veas la cara de idiota que pondrás. La misma que pones, de hecho cada vez qué hablas de ella.

El joven Siegfried suspiró de tan solo pensar en aquel día.

— Tal vez… solo por eso no te molestaré más.

Posterior a las declaraciones de Leroy Besson, a la joven Siena ya le costaba mucho no sentir incontables emociones. Intentaba huir de los mínimos contactos visuales del circo, sin embargo aquella actitud solo acababa delatándola más.

— No necesitas hacer eso conmigo. ¿Crees que lo merezco? —le susurro Leroy a la chica acercándose a ella aprovechando una ocasión en la que nadie más se encontraba cerca—

— No lo mereces, pero no me dejas opción. Por favor, no hables aún con mi padre. Es muy pronto —dijo, siempre sonrojada—

— No es pronto… yo hablaré con tu padre y luego también con tu madre así ambos me arranquen la cabeza del disgusto.

— No digas eso. ¿Hay algo que pueda hacer para convencerte ya no lo hagas?

— Únicamente que me dijeras que tú no compartes mis sentimientos, y rompieras mi corazón —le dijo besando sus manos— ¿Harás eso?



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En el texto hay: fantasia, angeles, promesas

Editado: 10.02.2022

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