— ¡Siegfried! ¿Siegfried, estás bien?
El chico, como si un empujón al abismo hubiese recibido, abrió los ojos bastante agitando y con la respiración dificultosa.
— Estabas durmiendo. ¿Acaso tuviste una pesadilla? —le había preguntado su amigo Leroy quién subió hasta la terraza para buscarlo—
Jan Siegfried no contestó, simplemente quedó pensativo y mirando un par de veces a su alrededor.
— ¿Has visto bajar a una muchachita por las escaleras?
— Nadie bajó por las escaleras. Al menos no mientras yo subía. Pero si quieres ver muchachitas bonitas solo tienes que bajar. Todas esas florecitas vinieron únicamente por ti mientras tú estás aquí durmiendo.
— ¡Fue un sueño! —exclamó hundido en una mezcla de sensaciones extrañas—
El chico no sabía si entristecerse o sonreír.
— ¿En verdad estás bien, Siegfried? —preguntó de nuevo Leroy palpando la frente de su amigo con una mano— No tienes fiebre. ¿Qué fue lo que soñaste?
— A mi ángel.
Leroy puso los ojos en blanco.
— Por supuesto… ni siquiera sé por qué te lo pregunto.
— Es la primera vez que mi ángel me hace una travesura como esa.
— ¿Qué travesura?
Sin responder, Jan Siegfried solo sonrío.
— Definitivamente tú no estás bien.
— Ya… Estoy igual que siempre.
Abajo la gente disfrutaba de la fiesta. El gran valle del Amanecer y de Las Nubes, parecía ser desde arriba, ante los ojos de Jan Siegfried toda una realidad.
Aquel panorama lo llenó de orgullo al ver a tantas personas pese a que eso no era de su agrado personal. Cada uno de los invitados se divertía y consideraban de gran atracción conocer los valles.
Hasta ese momento todo iba bien, pero de repente una visita inesperada y realmente desacertada hizo que el chico abandonara la terraza a toda prisa. Detrás de él, sus amigos, Leroy y Copito de nieve.
Puesta la capucha negra que lo protegía del sol, hizo presencia nuevamente entre los invitados Todos los ojos fueron puestos en él, por sobre todo los ojos de las hermosas florecitas que finalmente podían volver a deleitarse observándolo.
— No estoy aquí con ánimos de importunar. Solo he venido a desearte feliz cumpleaños, Jan Siegfried.
El agasajado se acercó lentamente y susurró.
— Tú inoportunas desde el primer día que apareciste.
El recién llegado era Gustav Dreymon. Se había aparecido en la fiesta de cumpleaños en los valles y bajo la atónica sorpresa de Peter Willemberg.
Jan Siegfried inesperadamente, lejos de perder los estribos, optó por una postura inteligente, adoptando la compostura. Le dio la bienvenida al recién llegado y lo invitó a pasar.
— En los valles del Amanecer y de Las Nubes todos son absolutamente bien recibidos. ¿Cierto, abuelo?
— Cierto, nieto querido. ¿Quién es él? ¿Un nuevo amigo tuyo?
— No exactamente. Él es Gustav Dreymon. Un nuevo socio comercial de mi padre.
— Ya veo —dijo el abuelo, estrechando la mano del hombre— Es usted bienvenido, joven. Tal y como lo ha dicho mi nieto, en los valles del Amanecer y de Las Nubes todos son bien recibidos, con mucha hospitalidad. Puede pasar y compartir de esta maravillosa fiesta con nosotros. Siéntase cómodo.
— Pues ante tanta amabilidad, tomaré sus palabras. De todos modos mi visita será breve. No podré quedarme mucho tiempo porque tengo otros asuntos que debo atender.
— ¿Peter, qué significa esto?
Visiblemente alterada, la señora Esther entre susurros le pidió explicaciones a su esposo. Ella ya se encontraba al tanto de quién era aquel hombre.
— ¡Esther, por favor! Si nuestro hijo milagrosamente está actuando con compostura, intenta hacerlo tú también.
— ¿Tú le invitaste a la fiesta de nuestro hijo?
— Por supuesto que no. ¿Cómo se te ocurre?
Cuándo se acomodaron en uno de los lugares, el señor Klaus Willemberg, llamó a uno de los mozos que prontamente se acercó a Gustav Dreymon para ofrecerle algo de comer o beber, pero el hombre solo aceptó un vaso de jugo.
— Desde que llegué a Burdeos he oído hablar mucho de estos valles, por esa razón, aparte de pasar a saludar a Siegfried por su cumpleaños, desde luego se me hizo buena ocasión conocerlos.
— Pues nos alegra que haya venido —habló el abuelo Klaus— Como ya podrá observar a simple vista, estos valles son muy prósperas. He trabajado por mis viñedos desde muy joven, sin embargo desde que tengo trabajando conmigo a mi querido nieto, esto se ha convertido en lo que es hoy día.
El joven Siegfried hasta ese momento se limitó escuchar, con un Copito de nieve trepado en su regazo.
— ¡Vaya! Debo decir qué esto me impresiona un poco. Aparte de ser un genio haciendo cuentas financieras, Siegfried, también lo eres haciendo vinos. Al conocerte se me ocurrió que solo te harías cargo de las empresas de tu padre.