Las Promesas Que Te Hice

GRADUACIÓN

— Señora Cecil, sé que no debería estar aquí el día de mi graduación porque mis padres están esperándome, pero lo estoy porque tengo algo muy importante que decirle a usted.

El ama de llaves del Amanecer, extrañada observó al joven Leroy.

— ¿A mí, joven? ¿Y qué es eso tan importante?

— He esperado mucho tiempo. Muchos más de lo que ha permitido mi paciencia.

— No comprendo.

— Iré al grano —dijo lanzando un gran suspiro— Amo a su hija, señora Meyer. La he amado desde el primer momento en que la vi aquí mismo en la hacienda y quisiera que pudiera otorgarme su aprobación para formalizar nuestro noviazgo. Créame que en cuanto su esposo se encuentre aquí hablaré también con él al respecto.

A la mujer, aquellas inesperadas palabras del joven la dejaron completamente descolocada.

— He invitado a Siena a la ceremonia de mi graduación —prosiguió el joven al instante mismo en el que la chica ingresaba junto a ambos, puesta en absoluta sencillez y recato, pero realmente preciosa—

— Madre, también aguardo con ansias su aprobación y su bendición antes de ir a la ceremonia.

Cecil Meyer seguía sin palabras.

— No sé qué decir. Siena, esto no me lo esperaba.

— ¿Va a molestarse, madre?

— Cecil no hará eso —irrumpió repentinamente el joven Siegfried acercándose a la mujer—

El joven tomó sus manos observándola fijamente.

— Mi preciada Cecil, ellos dos se aman y han esperado un tiempo más que prudencial para poder hablar contigo. Desde luego que si lo deseas, mañana podrán seguir hablando mejor al respecto, pero ahora debemos irnos. ¿Te parece bien?

Cecil Meyer sin emitir palabra alguna, simplemente asentó con la cabeza, otorgándole la bendición a su hija para que pudiera ir a la ceremonia de graduación de los jóvenes.

— Bien… nos vamos entonces —dijo Siegfried— ¡Vamos, Copito!

— ¿Madre, entonces me das permiso de ir?

La mujer asintió otra vez, y la joven Siena, irradiando felicidad, abrazó y besó a su madre.

El joven Leroy se despidió de ella besando sus manos, más qué agradecido por aquello oportunidad.

Afuera, el abuelo Klaus, Peter y Esther aguardaban a los jóvenes, y ni bien estos salieron, partieron rumbo a la ceremonia de graduación de la Universidad. Al llegar, los señores Besson ya se encontraban aguardando a su hijo en los predios del salón principal de eventos de la universidad. Todos se saludaron y posteriormente decidieron ubicarse en uno de los mejores lugares para poder presenciar tan preciado momento de la entrega de los diplomas.

— Esther, solo cuatro chicos se encuentran en el palco de los mejores egresados, y uno de ellos es nuestro hijo. Juro que no lo puedo creer.

Peter Willemberg con un inagotable brillo en sus ojos observaba a Jan Siegfried invadido por un orgullo que no le cabía en el pecho.

— Pues créelo mi amor. Allí está nuestro brillante hijo. El mejor de toda su generación.

— Te lo dije un día, Peter. Te dije que mi nieto era muy inteligente y que haría grandes cosas en su vida —prosiguió Klaus Willemberg—

En el joven Jan Siegfried raras a veces podía percibirse mínimos vestigios de felicidad y aquel día tan importante no parecía ser la excepción para qué los estuviera. ¿Qué tenía que suceder para que el joven demostrara un poco de entusiasmo por la vida? ¿Por aquel día tan memorable al cual había logrado llegar? —se preguntaba más que nada su padre— Habían sido cinco largos años de estudios universitarios, y la mitad de ellos realmente turbulentos. Debía tener motivos de sobra para estar contento por haber culminado sus estudios tan exitosamente.

Aquel día todos los egresados de la Université Bordeaux recibieron su tan anhelado título profesional, y cuatro de ellos, egresados con honores cómo los mejores alumnos universitarios con posgrado incluido.

Tal y como lo había mencionado orgulloso el señor Peter Willemberg, uno de esos mejores egresados era su hijo Jan Siegfried, y toda la familia no podía evitar contener la emoción por aquello que un par de años atrás parecía ser tan solo una absurda ilusión.

Un repentino aroma a frescas florecillas de campo. Una mágica lluvia de plumillas blancas. Una voz celestial. La más armoniosa proveniente de los cielos, resonó en sus oídos.

— ¡Muchas felicidades mi bello príncipe!

En pleno acto de cierre de ceremonia dónde todos los birretes volaban por los aires, se dibujó en el rostro del joven Siegfried la sonrisa más pura y espontánea por la cual los señores Willemberg eran capaces de pagar lo que fuese al fotógrafo que la haya capturado.

— Hermano, si no te arrancas ese birrete de la cabeza creeré que en verdad amaste mucho la universidad —dijo su amigo Leroy rodeándolo con un brazo— Jan Siegfried aun sonriente, en esos instantes se retiró el birrete de la cabeza y lo lanzó a los cielos. Esos mismos cielos que acababan de obsequiarme el mejor de los presentes. La preciosa voz de su ángel.

— ¡Así se hace, chico genio! Ahora por fin somos libres, Siegfried.

— Ya… ¿En serio piensas que ahora seremos libres?

— Bueno… quizás no, pero al menos ya culminado la universidad. ¡La terminamos, hermano! ¡La terminamos! —repitió siempre abrazado a su amigo— Mira, hasta Copito de nieve está feliz por eso. Quienes no han de sentirse del todo felices son todas las compañeras de las que has pasado durante tanto tiempo.

— No empieces, Leroy. Mejor suéltame y ve con tu chica. Anda…

— Mmm… es verdad. Ya la he dejado sola mucho tiempo. Nos vemos luego.

Luego de que Leroy bajara de la tarima para ir junto a Siena y a sus padres, Jan Siegfried tomó a su amigo peludo entre sus brazos y se dispuso a descender también. Sonriente y perdido en sus pensamientos, recordando la dulce voz de su Ohazia, se topó con una de las egresadas, compañera de él. Una joven de nombre Berenice Cornett, hija de un importante empresario vinculado a industria automotriz, de nombre Hérbert Cornett.



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En el texto hay: fantasia, angeles, promesas

Editado: 10.02.2022

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