RESIDENCIA DE LA FAMILIA WILLEMBERG (UN PAR DE DÍAS DESPUÉS)
— Algún día yo seré su hija cuando me vuelva señorita y me case con su hijo, Sigfrido.
Un extraño y repentino sueño asaltó al señor Peter Willemberg. El sueño de un recuerdo de algo que había sucedido hacía unos cuantos años atrás.
— Eso no puede ser —se dijo a sí mismo sentado sobre la cama— Todas las locuras de mi hijo no pueden ser a causa de esa niña. Sería una locura. Definitivamente me rehúso a creer en tal posibilidad.
Luego de incontables minutos pensando y pensando al respecto, se levantó de la cama y abandonó la habitación rumbo a la cocina. Le pidió a una de las empleadas que le preparara el desayuno y posteriormente se dirigió al comedor.
Minutos más tarde vio a su esposa que venía del jardín, y le pidió que se acercara.
— ¿Esther, Siegfried te dijo que vendría hoy?
— Si… me llamó y me dijo que está en camino.
— Mmm… qué bueno porque tengo muchas ganas y aclarar ciertas dudas con él. Pero mientras llegue, voy a preguntarte a ti una cosa y quiero que seas sincera conmigo. Tú vas a arrancarme de raíz esta duda descabellada que acaba de surgirme.
— Pues a ver si puedo hacer ese milagro, Peter.
— Por favor dime que en todas las locuras descabelladas de nuestro hijo, nada tiene que ver aquella hija de Rudolf Neubauer. ¿Sabes lo que recordé? Aquel viaje que tuvo nuestro hijo a Goarhausen. ¿Y sabes lo que se me coló en mis sueños? La vocecita de aquella niña diciéndome que algún día se convertiría en mi hija cuando se volviera señorita y se casara con Siegfried.
Sin decir absolutamente nada, Esther Willemberg únicamente se limitó a oír a su esposo.
— Habla… necesito que digas alguna cosa. Necesito que invalidez este absurdo que acaba de surgirme.
— Yo no tengo nada que decirte al respecto, Peter.
— Por favor Esther, no mientas. Tú tienes mucho que decir al respecto porque sabes más de lo que yo pudiera imaginar y porque tú acompañaste a nuestro hijo a aquel viaje. ¿Qué fue lo que hizo él? Me resulta absolutamente ridículo pensar que llegó a un acuerdo con aquella familia para comprometerse con esa niña. No vivimos en siglos pasados como para que haya ocurrido una cosa como esa. Han pasado casi 5 años de aquello, y un par de días atrás de los propios labios de nuestro hijo salió que tiene una novia, pero que apenas está por cumplir 16. Dime que todo esto es tan solo una idea estúpida que se me acaba de ocurrir. Quiero oír que lo digas —le exigió a su esposa con vos elevada—
— ¿Qué sucede? ¿Acaso están peleando por alguna razón?
Jan Siegfried había llegado a la casa y pudo oír la elevada voz de su padre desde la entrada.
— A usted lo estaba esperando, príncipe Sigfrido.
Sin dudas aquella expresión de Peter Willemberg sorprendió bastante al joven.
— Mmm… ya veo que la razón de la discusión sí soy yo. ¿Y puedo saber esta vez el motivo?
— Por supuesto que lo vas a saber. Tu madre y yo estábamos discutiendo sobre aquella novia misteriosa que mencionaste hace unos días. ¿Y sabes que se me pasó por la mente? Que aquella jovencita es la misma por la cual alguna vez fuiste a Goarhausen. En aquel entonces habrá tenido unos 10 u 11 años. Unos 15, a punto de cumplir 16 ahora. ¿Cierto?
Antes de decir alguna cosa, desde el fondo de su alma resonaron los ecos de risa.
— No podría subestimar tu inteligencia, padre, pero debo decir que acabas de sorprenderme.
— ¿Entonces es verdad? ¿Lo estás admitiendo? —dijo el hombre con los ojos entornados—
— No tiene sentido negártelo porque de todos modos te hubieses enterado tarde o temprano.
Peter Willemberg se sentó nuevamente a la silla donde anteriormente yacía sentado.
— Y ya no pelees con mi madre que ella no tiene nada que ver en eso.
— Pensé qué las palabras de aquella niña habían sido tan solo productos de una fantasía infantil e inocente. Todos estos años te referías a ella. La voz que suena y resuena todas las mañanas sobre lo alto de la torre de aquel Chatêau le pertenece a ella. El ángel que tanto mencionas siempre es ella. —proseguía el hombre mientras una parte de la historia, una más lejana no encajaba entre todo aquello—
Su hijo mencionaba a aquel ángel desde que era muy pequeño. Es más… no podría olvidarlo nunca porque fue la primera palabra que pronunció el niño a sus 7 años de edad.
— ¡Mi ángel! ¡Mi ángel ya está aquí! ¡Mi ángel ya está aquí! ¡Llegó! ¡Llegó! ¡Ohazia llegó!
La cabeza comenzó a darle vueltas. Todos esos pensamientos repentinamente lo habían aturdido, y deseaba mucho creer que todo se trataba tan solo de un mal osueño.
— ¿Peter, mi amor, te sientas bien?
— No me siento bien, Esther. ¿Acaso me ves bien? —dijo el hombre poniéndose de pie para seguir a su hijo que había salido del comedor— Jan Siegfried, escúchame muy bien… no sé lo que significa todo esto, pero te advierto una cosa. Sobre mi cadáver... Únicamente sobre mi cadáver tú podrás traer a esa chica entre nosotros. ¿Te quedó claro?