CHATÊAU L’AUBE DANS LES NAUGES — SAINT ÈMILION
El joven Siegfried abrió los ojos. Despertó como nunca antes con una sensación de liviandad que lo envolvía y que nunca antes había experimentado. A Jan Siegfried por primera vez en muchos años, un amanecer le había parecido tan satisfactorio en su vida.
A orillas de su cama, un persistente Copito de nieve le pedía a su amigo entre idas y venidas, entre lamidas al rostro y ladridos constantes, que se levantara.
— Ya… ya entendí que quieres salir —le dijo finalmente poniéndose de pie para abrirle la puerta—
El perrito pudo salir y el joven volvió a cerrar la puerta con intenciones de echarse nuevamente a su cama para seguir durmiendo. Intentó hacerlo, pero el sueño se le había escapado.
Su sensación de bienestar continuaba siendo intensa, y se puso a observar por algunos segundos la imagen de su pequeño ángel.
— Únicamente ella puede ser la causante de este sentimiento —se dijo a sí mismo cuando repentinamente su mano sintió a roce muy suave—
Se incorporó sobre la cama y al revisar se encontró con una plumilla blanca.
— ¿Acaso me has visitado en mis sueños, mi precioso ángel? No recuerdo haberte visto en ellos. Tampoco recuerdo haber oído tu voz.
RESIDENCIA DE LA FAMILIA WILLEMBERG – BURDEOS
— ¿Esther? ¿Mi amor, qué tienes? ¿Le sucedió algo a nuestro hijo? ¿A mi padre?
— Ellos están bien, cariño.
— ¿Entonces?
— Uno de mis niños del hospital acaba de fallecer. Su madre me llamó para contármelo. Quiero ir allá ahora para acompañarla. Estuve con ellos ayer en la noche, pero como ya no había nada que hacer, volví a casa.
— De acuerdo mi querida, pero no deberías salir en ese estado. Esto siempre sucede contigo cuando frecuentas ese hospital. Te quedas muy devastada.
— Es que me resulta tan triste, Peter. Creo que nunca lograré acostumbrarme a la idea de que un pequeño ser con tanto por vivir deba partir. ¿Pero mejor cuéntame cómo estás tú?
— Bien… ¿Por qué debería estar mal? —preguntó el hombre, y Esther quedó observándolo con atención por un par de segundos— ¿Esther?
— Por nada, Peter. Es que has dormido mucho y supuse que no te sentías bien.
— Mmm… debí dormir mucho en verdad porque soñé algo realmente maravilloso, Esther. Casi nunca sueño cosas, pero esta vez lo hice y creo que puedo recordar detalladamente todo.
— ¿Ah sí? ¿Y qué fue aquello tan maravilloso que soñaste?
— ¿Por dónde empezar, Esther? Ojalá hubiese podido tomarlo entre mis brazos para traerlo y mostrártelo. Habrías muerto de amor. De amor puro y verdadero.
— Ya cuéntame, Peter.
— Soñé a nuestro nieto, Esther. Él era un ser precioso en verdad. Estaba aún pequeñito, como de un par de años. Tenía las mejillas rosaditas como si estuviesen pintadas. Unos ojitos cristalinos como un manantial y sus cabellos con ricitos tan amarillos como el sol. ¡Ay Esther! ¿Crees que algún día tengamos un nieto así? Nuestro hijo no nos otorga demasiadas esperanzas al respecto.
Esther Willemberg en esos instantes no pudo evitar sonreír en medio de aquel dolor por la partida del pequeño Samuel.
— Por supuesto que tendremos un nieto así, Peter. Mi corazón de madre y futura abuela me dice que tendremos un nieto tan precioso como un angelito, y por el cual moriremos de amor tú y yo.
CHATÊAU L’AUBE DANS LES NAUGES — SAINT ÈMILION
Un par de horas después, en el Chatêau L’aube Dans les Nauges, Jan Siegfried se hallaba mirándose en el espejo. Habitualmente no lo hacía porque no le agradaba, sin embargo aquel día había amanecido sintiéndose realmente extraño. Abrió aquellas alas tan negras como la noche y comenzó a observarse.
— ¿Qué podía ser diferente en mí —se preguntó a sí mismo— Sigo estando tan maldito como siempre.
Oyó que llamaban a su teléfono móvil y le dio la espalda a su imagen en el espejo para contestar. Era su madre que lo llamaba para comentarle sobre la triste noticia de la partida del pequeño Samuel.
— El pequeño se ha ido, mi amor. ¿Cómo Dios puede llevarse a un niño tan pequeño con tanto por hacer y vivir? —le preguntó entre llantos—
— Madre, no puedes discutir los designios de Dios. Si así fuera yo estaría quemándome vivo en el infierno por cuestionarlo tanto. El pequeño Samuel está en un lugar maravilloso, madre y allí será muy feliz, por lo tanto no debes estar triste —le pidió volteando nuevamente frente al espejo—
— Lo sé mi amor.
— Entonces intenta pensar en eso y no te pongas triste. Samuel está en un mundo maravilloso ahora. —prosiguió clavando repentinamente la vista por debajo de sus alas— Madre, haz lo que siempre haces. Obsequia una ofrenda en su memoria haciendo felices a otros pequeños.
— Tienes razón, mi amor. La alegría de otros niños siempre me da consuelo.
A simple vista podría ser tan solo una falsa percepción de su parte, sin embargo observándolo mejor, lo parecía en verdad. Esporádicas plumas blancas se habían difuminado entre tanta negrura.
Cuando su madre se despidió de él cortando la llamada, continuó observándose.
— ¿Sería posible algo así? —se pregunta extrañado— ¿Son plumas blancas que merezco? ¿O es que acaso estoy volviéndome viejo?
El chico volteó y volteó intentando observarse mejor, pero poco o nada podía confirmar que entre sus alas negras habían comenzado a brotar unas cuantas plumas blancas.
Debe ser solo una ilusión. Una falsa percepción. La vida se trata solo de eso. La vida es un sueño y nada más —dijo olvidando finalmente aquella situación—
Guardó sus alas negras y luego de vestirse bajó raudamente a desayunar pues posterior a eso tenía mucho que hacer en los viñedos en compañía de su abuelo y de su fiel Copito de nieve.
Al bajar para iniciar su labor, no pudo evitar pensar en lo que le había contado su madre. El pequeño Samuel se había ido. Ya era un pequeño ángel conociendo el mundo mágico del cual le había hablado.