RESIDENCIA DE GUSTAV DREYMON (UN PAR DE DÍAS ATRÁS)
— Señor Klaus Willemberg, imagino que usted desearía saber con lujo de detalles todo sobre mi madre, sobre mí y de qué modo en el que ella conoció a su hijo Peter, sin embargo mucho me temo que no cuento con esa parte de la historia. Todo lo que puedo decirle es que mi madre se desempeñaba como maestra de preparatoria. Ella estaba casada con un hombre quién yo creí siempre que era mi padre. Lastimosamente hacia una pareja muy inestable. Ellos nunca se llevaban bien. Peleaban todo el tiempo e incluso ese hombre llegó a golpearla en incontables ocasiones. Recuerdo eso desde que era muy pequeño hasta incluso unos días antes de ir a parar a un orfanato cuando tenía 8 años. Recuerdo el rostro de mi madre no solo cubierto de temor y de lágrimas. Aquel hombre acababa de golpearla y estaba llena de moretones. Sin darme muchas explicaciones solo se puso a juntar nuestras pocas pertenencias en un par de maletas. Parecía tener mucha prisa, y sin decirme a dónde iríamos lo único que me repetía era que todo estaría bien. Que yo estaría bien. Yo desconocía el lugar a donde iríamos. Tomamos un bus en la estación y viajamos muy lejos de casa. El trayecto duró largas horas hasta que finalmente llegamos a destino. Nunca supe a dónde, pero mi madre insistía en que todo estaría bien, que aquel lugar era un hospedaje y que nos dejarían pasar allí la noche porque en el lugar vivían personas muy buenas. Era de tarde y estaba por ponerse el sol. En aquel hospedaje en verdad había personas muy amables. Nos ofrecieron cama y comida para pasar la noche, y nos quedamos tal y como lo había dicho mi madre. Por primera vez en incontables días mi madre y yo habíamos dormido tranquilos lejos de los gritos y las agresiones de aquel hombre. Pensé que ya todo estaría bien en verdad confirmando las palabras de mi madre. Pensé que en ese lugar estaríamos a salvo y qué haríamos una nueva vida juntos sin embargo nada fue del modo que yo deseaba. Al día siguiente luego del almuerzo mi madre me dijo que debía salir un momento y que yo debía quedarme allí. Me pidió que no desobedeciera a las monjas que allí trabajaban y que me portara bien, qué ella volvería en la tarde antes de caer el sol. Desde luego no quería dejarla ir sola. Yo no quería quedarme allí solo y le supliqué que me llevara con ella, pero no lo hizo. Mi madre insistió que yo debía quedarme y me prometió que volvería por mí, sin embargo ya nunca regresó. Ella me dejó en aquel lugar. Aquel lugar que no era ningún hospedaje. Era un orfanato. Lo leí segundos más tarde cuando me dirigí a la entrada principal de aquel lugar con intenciones de seguir a mi madre. Intenté no preocuparme. No sentir miedo porque ella me prometió que volvería. Ella jamás me dejaría en aquel lugar. La espere y la espere horas enteras, días y semanas ante cada caída del sol, pero nunca regresó por mí. Mi madre me abandonó en aquel orfanato y nunca más la volví a ver. Un día dejé de esperarla. Me dije a mí mismo que si un niño vive en un orfanato significa qué es huérfano. Que no tiene padre ni madre ni ninguna otra persona parecida a una familia. No sé lo que sucedió con ella, no sé qué fue de mi madre en realidad, pero desde aquel instante yo la consideré muerta. Ella le dejó una carta a la directora del orfanato que era una madre superiora para que me la entregara algún día cuando fuera el momento indicado. La carta llegó muy tarde a mis manos. Muchos años después de que una familia rusa me adoptara y me llevara a vivir a su país
Eso quizás dificultó aún más la ocasión para que la madre superiora me entregara personalmente dicha carta En la misma mi madre me contaba sobre mi verdadero padre, que no se trataba de aquel hombre violento y abusador que nos había hecho sufrir tanto. En la carta no me explicaba por qué razón tuvo que dejarme en aquel orfanato. Solo hacía mención a Peter Willemberg pidiéndome que en algún momento fuera a buscarlo.
Gustav Dreymon se detuvo un momento intentando disimular las lágrimas que amenazaban con caer mientras recordaba su infortunado destino.
— ¿No intentó buscar también a su madre?
— ¿Para qué? ¿Para encontrarla quizás con aquel desgraciado con el cual estaba casada? Si bien, por lo que llegó a mencionar en la carta yo debiera descartar tal posibilidad, tampoco me hubiese extrañado su mala decisión de regresar a aquel miserable. Lo hizo en algún momento. Según las explicaciones en su carta, alguna vez ella y aquel hombre se habían separado y mi madre había aceptado un reemplazo temporal en una secundaria de Goarhausen, muy lejos de él. Claro que aquella separación no duró demasiado. Meses después aquel hombre volvió a contactarla y acabó convenciéndola para que regresara con él a la ciudad donde residían. Solo que nada cambió para mi madre a excepción de mi existencia. Durante aquella separación ella se embarazó de otro hombre y quién pagó las consecuencias fui yo. Insistió un par de veces en la carta, que tuvo que dejarme en aquel orfanato para protegerme. Me pidió perdón y me suplicó que no me sintiera solo porque yo nunca estaría solo. Me habló brevemente sobre mi verdadero padre y me escribió su nombre y apellido diciéndome que no desesperara en mi búsqueda pues no sería muy difícil encontrarlo.
Klaus Willemberg quedó sin palabras y atento a cada palabra melancólica que emanaba aquel joven hombre.
— La verdad no me interesó buscarlo sino hasta años más tarde de haberme enterado de su identidad. Fue luego de que yo acabara de terminar la universidad cuando comencé a indagar sobre más sobre Peter Willemberg. Me enteré de qué era un empresario muy exitoso y reconocido, y fue eso lo que me motivó para acercarme a él. No por el interés, desde luego. Me refiero al mundo empresarial al cual pertenecía. Yo acababa de heredar las empresas de mi padre adoptivo y pensé entonces que acercarme a Peter Willemberg podría ser positivo para mí y podríamos tener en común al menos cosas sobre negocios. Que me diera consejos y cosas como esa. ¡Ya sabe! De todos modos nada de eso pasó. Su hijo Peter siempre me negó una entrevista. Lo intenté en varias ocasiones, pero todas fueron rechazadas. Fue entonces cuando se me ocurrió acercarme a él de un modo no muy ortodoxo. Debo decir que tampoco funcionó pues la situación hizo que no quedáramos en buenos términos, sin embargo intenté solucionarlo y arregle los pequeños desmanes que ocasioné con mi tonta obsesión. Comprendí señor Klaus que su hijo y yo ni siquiera podríamos congeniar en cuestiones de negocios.