EL VALLE DEL AMANECER EN LAS NUBES - SAINT ÈMILION
Un par de días después en los valles, cuando el proceso del duelo aún parecía tener un largo e indefinido trecho por la partida del abuelo Klaus Willemberg, el correo acababa de traerle al joven Jan Siegfried unas cuantas cartas y un paquete los cuales fueron recibidos por Cecil Meyer. El ama de llaves se dirigió hasta las bodegas donde el joven se encontraba en compañía de Mauries intentando retomar lentamente los trabajos diarios en los viñedos.
— Joven Siegfried, el correo acaba de traerle unas cuantas cartas y un paquete.
— Puedes dejarlos en la mesa, Cecil, o mejor llévalos a mi habitación. Los revisaré luego.
— Como diga, joven, pero por el parque qué le ha llegado dice "Entrega Inmediata"
— Pues no espero nada inmediato. Han de ser todos con motivos de condolencias. Llévalas a mi habitación por favor —volvió a pedir y entonces el ama de llaves se marchó con las cartas y el paquete—
A escasos días de la ausencia del señor Klaus Willemberg, Jan Siegfried tenía dos opciones. Continuar lamentándose sumido en su tristeza o ponerse a trabajar por los viñedos tal y como lo hubiese deseado su abuelo.
Desde luego y pese a las penas de su alma optó por trabajar, y en compañía del viejo y fiel capataz Mauries, se pusieron a controlar todas y cada una de las cubas en reserva que yacían en las bodegas. Tanto las de él como las que pertenecían a su abuelo.
— ¿Mauries, sabes que estuve pensando?
— Cuénteme, joven.
— Hacer de las últimas reservas de mi abuelo un lanzamiento póstumo exclusivo de etiquetas doradas. ¿Qué te parece la idea?
— ¡Magnífica, joven Siegfried! —exclamó Mauries— Es lo mínimo que se merece su abuelo que en paz descanse. Dónde se encuentra en estos momentos estará viendo con muy buenos ojos esa idea. Él amaba mucho en verdad esas buenas ocurrencias de usted por el bien de los viñedos —prosiguió y el joven Siegfried volvió a dibujar un vestigio de sonrisa en su rostro—
Cuándo culminaron su labor en las bodegas fueron a descansar. Jan Siegfried en compañía de Copito de nieve regresó al château y entró a darse un baño antes de almorzar.
— Hijo, te he traído ropa limpia. La dejaré sobre tu cama —le dijo la señora Esther— Copito de nieve, no vayas a estropear la ropa limpia que he traído —advirtió la mujer al pequeño peludo—
Mientras ordenaba las ropas que no utilizaría el joven aquel día, los ojos de la señora Esther se pasaron en el paquete que yacía sobre la cama de su hijo.
"Entrega inmediata" —leyó la mujer tomando dicho paquete para poder indagar mejor el remitente, sin embargo este no tenía nombre. Únicamente contenía el lugar de dónde provenía. Claro, al leer el lugar de donde provenía fue suficiente para saber quién la había enviado.
"Distrito de Krems/Aggsbach - Baja Austria"
— ¿Me hablaste, madre? —preguntó el joven Siegfried ni bien salió del baño—
— Si, mi niño. Dije que te traje ropa limpia. Las otras las he acomodado ya en tu armario.
— ¡Está bien! ¿Sabes? Descansaré un poco y ya luego comeré algo cuando despierte.
— Está bien, hijo. Cuando te levantes yo habré preparado algo delicioso para ti —le dijo la mujer sonriente pese a que por dentro comenzaba carcomerle la angustia—
Fuera lo que fuera aquel paquete, en vista de que su hijo había tenido días muy difíciles, la señora Esther decidió guardarlo en el buró junto a su cama y posteriormente abandonó la habitación. Pensativa se dirigió hasta la sala donde tomó asiento sobre el sofá, invadida repentinamente por una inquietante aflicción.
— ¿Habrá sido Delphine Neubauer quién le envió ese paquete a mi hijo? ¿Tendrá algo que ver con Odette? ¡Ay Dios mío! Esa niña ya se habrá convertido en toda una señorita, y como mi hijo revise ese paquete se pondrá como loco. Siegfried irá en busca de Odette. ¡Dios mío! ¡Dios mío! Por favor no desampares a mi hijo —suplicaba la mujer elevando sus plegarias al cielo—
El joven Siegfried había caído rendidos a un profundo y reparador sueño, y cuando despertó, sintió tanto más lamidas de Copito de nieve como el crujir de su estómago… No recordaba haber despertado con tanto apetito en su vida.
— ¿Acaso también tienes mucha hambre, Copito?
Su inseparable amigo peludo contestó con un par de ladridos.
— Vamos a ver qué delicias nos ha preparado mi madre. Me dijo que me tendría listo algo delicioso para comer. Lo que ya no sé es si vamos a merendar o a cenar. Creo que he dormido bastante —conversaba con Copito—
Posteriormente ambos salieron de la habitación y fueron directo a la cocina donde en esos momentos solo se encontraba la cocinera Greta—
— ¿Y mi madre, Greta?
— Su madre se encuentra en la sala, joven Siegfried.
— Pues entonces te lo diré a ti. El estómago me ruge horriblemente. Por favor, sírveme lo más delicioso que tengas aquí ahora —dijo mientras él servía galletas para su perrito—
— Pues ha despertado a tiempo, joven porque su madre me pidió que le preparara una de sus comidas favoritas.
— ¿Cuál de todas? —preguntó el joven ya relamiéndose los labios de tan solo imaginar—
— Pasta con salsa boloñesa.
— Ya… ¿Es en serio?
— ¡Por supuesto!
— Entonces sírveme sin más tiempo que perder.
En verdad el joven Siegfried cargaba un voraz apetito, y de aquello no quedó la mínima duda pues luego de acabar el primer plato pidió otro que también lo acabó hasta chuparse los dedos.
— ¡Dios mío! Alguien aquí está por devorar todo el plato —irrumpió en la cocina, Cecil Meyer mientras el joven untaba entre rodajas de pan lo que había quedado de la salsa.
— Es que está comida estuvo realmente deliciosa. ¡Te felicito, Greta!
— Agradezco las felicitaciones, pero debo decir que su madre me dio indicaciones claras y específicas para preparar este menú qué es uno de sus favoritos, joven Siegfried.