Una mañana de 24 de julio dónde el sol se imponía en todo su esplendor de verano, Jan Siegfried estaba listo para partir rumbo a Goarhausen y el chofer de la residencia Willemberg de Burdeos había venido a buscarlo en compañía de sus padres,
— Hijo, el chofer los llevará al aeropuerto —dijo Peter Willemberg—
— Mi amor, no olvides todo lo que te he dicho, por favor. No te expongas al sol y no olvides aplicarte tu protector solar. ¿Empacaste tu otra capucha sin filtros, de reserva?
— Madre, pero si tú mismo te encargaste de guardarla, al igual que todo lo demás que me hará falta.
Leroy y Siena estaban aguardando a Jan Siegfried para abordar el coche.
— Cuídate mucho mi niño —dijo Esther abrazando a su hijo—
— Procura por favor llamarnos en cuanto llegues, Siegfried
— Lo haré padre. Lo haré. No se preocupen —dijo volteando finalmente para dirigirse rumbo al coche—
— ¿Siegfried, que no ibas a dejar a Copito de nieve con nosotros?
— Por supuesto que no. Copito de nieve debe ir al encuentro de su dueña.
— ¿Qué dijiste?
Sin siquiera notarlo, el joven Siegfried había dejado escapar aquel pensamiento en voz alta.
— ¡Rayos!... No, no, no. Esa palabra ya no.
— ¿Qué te sucede, amigo?
— Juro que no sé lo que me sucede. Ayúdame por favor que no le puedo mentir a mi padre.
— Te hice una pregunta, Jan Siegfried.
— Peter, nuestro hijo ya debe irse.
— Señor Willemberg, lo que quiso decir Jan Siegfried es que Siena ya está esperando en el coche. Ya sabe, ella ha acostumbrado a Copito de nieve como si fuera suyo. Si lo dejamos aquí se pondrá muy triste.
— Mmm…
— Ya debemos irnos. ¡Adiós padre! ¡Adiós madre!
— Adiós, hijo. Cuídense mucho y procuren comportarse.
— ¡Adiós! Cuídense y sean juiciosos.
Cuándo finalmente sucedió aquello que parecía casi imposible. Desprenderse de sus padres para abordar el coche, Jan Siegfried lanzó un enorme suspiro de alivio.
— pensé en verdad que mi padre acabaría descubriéndolo todo.
— ¿Todo qué?
— Olvídalo.
— Hay amigo, debo decir que hoy estás mucho más raro de lo habitual. ¿Qué es eso de no querer mentirle a tu padre?
— No es que no quiera. No puedo hacerlo.
— Siegfried, mejor pásame a Copito de nieve y relájate un poco que ya estamos rumbo a la pista. No puedo creer que vayamos a viajar en un jet privado. —dijo la joven Siena— Apuesto a que ustedes dos ya han viajado en uno, pero yo jamás.
— Ya... Mi amor en eso te equivocas. Esta será la primera vez de los tres.
— No te creo.
— Estoy diciendo la verdad. ¿Cierto, Siegfried que nunca subimos a un jet privado?
— ¡Cierto! —contestó el joven—
— ¡Lo ves!
Cuando finalmente llegaron a la pista donde debían abordar el jet privado. Descendieron del coche y Jan Siegfried se despidió del chofer de su padre quién debía volver de inmediato a Burdeos.
— En verdad vamos a abordar un jet privado. ¡No lo puedo creer!
La joven Siena con Copito de nieve entre sus brazos apresuró sus pasos. Los otros dos la alcanzaron finalmente y junto a las escaleras de abordar el mayordomo de Gustav Dreymon les daba la bienvenida.
Una vez dentro del jet privado la más emocionada fue Siena
Meyer. Tanto lujo dentro de un avión era algo que nunca antes se había imaginado.
Un amplio espacio con sofás, televisor, camas, cocina, baño, tal cual una auténtica casa sobre los cielos.
— ¡Bienvenidos! —exclamó Gustav Dreymon con un tono muy amable—
— Gracias —dijeron los tres jóvenes—
— Por favor Zinov, ubica las maletas de los jóvenes y luego ofrecerles algo de comer y beber.
— Enseguida, señor.
— Bien... Tú decides, Siegfried en qué momento partimos.
— Ahora mismo. ¿Qué podríamos esperar?
Para despegar todos debieron tomar sus respectivos asientos. Y cuando finalmente sucedió, el joven Jan Siegfried se sintió con la plena certeza de qué cada segundo estaba más y más cerca de su precioso ángel.
— ¿Tu familia no iba a venir contigo?
— Mi madre, mi esposa y mis hijos están en París, pero dentro de un par de días irán junto a mí. Siegfried, hablemos un poco sobre el entorno de Goarhausen.
— ¿Pudiste averiguar algunas cosas?
— No mucho aún, pero nos interiorizaremos mejor de las cosas al llegar porque envié a una persona de mi confianza para que nos alquile una casa donde permanecer durante nuestra estadía Allí. Una vez acomodados indagaremos mejor sobre todo lo que pueda ser de utilidad. Una de las pocas cosas que me ha dicho fue que el Valle de Katz no posee acceso para nadie que no pertenezca al personal de servicio. Únicamente familiares y amigos para ocasiones especiales. ¿Tú ya habías ido antes a ese lugar?
— Mmm… alguna vez fui.
— ¿Y las cosas siempre habían sido de ese modo?
— La verdad siempre fueron más estrictos en comparación a otros viñedos y a las visitas de las personas. Solo admitían la entrada de personas en épocas de vendimia. Ahora con Rudolf Neubauer al mando de todo, dudo mucho que permita siquiera que vuele una mosca por los alrededores.
— Ya veo… de todos modos no hay razón para preocuparse por eso.
— ¿Por qué se ponen a hablar sin mí? —irrumpió Leroy Besson mudándose a uno de los asientos—
— Estábamos hablando sobre los escasos accesos al Valle de Katz. Me temo que necesariamente tendré que tomar el papel de un hombre de negocios muy interesado en exportar vinos finos y exclusivos para poder ingresar a ese lugar. A final de cuentas no me desagrada la idea.
— ¿Entonces seguiremos el plan al pie de la letra? —preguntó Leroy—
— Me parece un buen plan por lo tanto no hay razón para cambiar alguna cosa. Llegaremos a Goarhausen en busca de concretar negocios importantes allí. De ese modo conseguiré ingresar a la mansión del Valle de Katz, y ustedes dos ingresarán detrás de mí.
El plan consistía exactamente en lo que había mencionado Gustav Dreymon. Él se haría pasar por un importante hombre de negocios (quién era en realidad), que llegaba a Goarhausen para concretar negocios de exportación por sobre todo en el sector vitícola.