Las Promesas Que Te Hice

¿EL FANTASMA DE LA ÓPERA?

Werlau era una ciudad cercana a Goarhausen, cruzando el río Rin, y la joven Odette lo hacía en un pequeño bote a motor conducido por el propio chofer que habitualmente la llevaba y traía en coche a todas partes.

Al cruzar el río Rin, iba sola en bus ya sin necesidad de que el chofer lo acompañara. Aquel día era el segundo de sus clases de verano en la academia de Artes escénicas de Werlau, y se sentía muy emocionada debido a que la maestra comenzaría a conformar grupos de prueba para la primera obra teatral qué llevarían a cabo próximamente.

Si bien Werlau era una ciudad conocida por todos en Goarhausen, y de fácil llegada, el joven Siegfried se vio en aprietos para llegar a la academia de Artes escénicas pues en dicha ciudad había tres academias y no contaba con el nombre del instituto al cual asistía su hermosa Ohazia.

Llegó a una, pero en recepción no contaban con el nombre de Odette Neubauer en la lista de alumnos, razón por la que tuvo que ir a la siguiente academia de las tres que tenía anotadas en un papel.

Al llegar se dijo a sí mismo que si no tenía suerte dentro de ella, probablemente ya no llegaría a tiempo hasta la siguiente academia para que su princesa recibiera la invitación de la fiesta que se realizaría el final de semana en la mansión Dreymon.

— ¡Por favor que sea este! ¡Por favor que sea este! —repitió hasta acercarse a recepción—

Frente a la secretaría se quitó sus gafas oscuras y preguntó.

— ¡Disculpe, señorita! ¿De casualidad los alumnos del curso de verano aún se encuentran en clases?

— Aún se encuentran —contestó— pero están a punto de salir. ¿Puedo ayudarle en alguna cosa?

— Puede, sí es usted muy amable.

— Dígame, entonces.

— ¿Podría informarme si Odette Neubauer se encuentra en la lista de alumnos del curso de verano? Necesito que se le entregue una invitación.

La secretaría de recepción no necesitó buscar el nombre de la muchacha en la lista de alumnos de verano para contestarle al misterioso y guapo joven que acababa de llegar.

— Nuestro instituto se siente privilegiado de tener como alumna al ángel melodioso. Así la conocen todos, desde hace tiempo, y por sobre todo desde que volvió luego del fallecimiento de su abuela. La señora Delphine Neubauer —explayó la secretaria entre susurros— Dicen qué dentro de poco integrará el coro de la iglesia St. Johannes, y ya el rumor comenzó a esparcirse.

— Mmm… ¡No me diga!

— Así es. Todos los feligreses están muy expectantes.

— Me lo imagino. Señorita en verdad agradezco mucho su valiosa información. ¿Cree que podría hacerme un último favor entregándole a la señorita Neubauer está invitación? Es necesario que lo haga hoy mismo, ni bien ella salga de sus clases.

— Por supuesto, joven. ¿Pero por qué no se le entrega usted mismo?

— No puedo. Ya debo irme ahora.

El joven Siegfried oyó murmullos en los pasillos. Pensó que probablemente eran los alumnos que habían culminado sus clases del día, entonces presuroso se despidió.

— En verdad ya debo irme. Por favor no olvide entregarle la invitación.

— Despreocúpese, joven.

Jan Siegfried abandonó raudamente el interior del instituto y se ocultó tras una muralla esperando al menos poder ver a Odette desde lejos.

— ¡Señorita Odette! —exclamó la secretaria llamando a la joven—

— ¡Dígame, señorita Rachel!

— Tengo algo para usted.

— ¿Algo para mí?

— Acaban de dejar para usted está invitación —dijo la secretaria extendiéndole la tarjeta—

Con asombro, Odette la observó mientras la tomaba, y más asombrada quedó al ver que la invitación provenía de la mansión Dreymon, y llevaba el nombre de ella en letras doradas.

— ¡Muchas gracias, señorita Rachel! ¡Nos vemos el sábado! —dijo despidiéndose—

— ¡Hasta entonces, señorita Neubauer!

Odette finalmente abandonó el interior del instituto. Se alejó unos pocos pasos y tomó asiento en un banquillo en los predios de la academia.

A tan solo unos metros de ella, los intensos latidos de un corazón causaban estragos en el pecho de Jan Siegfried.

Allí estaba ella y él estaba viéndola. Estaba sintiéndola. Podía incluso percibir su delicioso aroma con la certeza absoluta de que no se trataba de ningún sueño.

— ¡Mi ángel! ¡Mi hermosa Ohazia! —exclamó para sí mismo— Solo un par de días más. Un par de días más y te tendré entre mis brazos para siempre —se repetía con persistencia para no arruinar la mágica sorpresa que tenía para ella el día de la fiesta en la mansión Dreymon—

— ¿Por qué me ha enviado una invitación dorada? No conozco a esa persona —se puso a conversar con ella misma antes de abrir la tarjeta—

 

Señorita Odette Neubauer.

Con la inmensidad de todos los cielos me place enormemente invitarla a la fiesta de disfraces qué será celebrada este sábado en la mansión Dreymon.

Le ruego que me otorgue la gracia de su maravillosa presencia esa noche, y una pieza de esa voz tan armoniosa que la consagra.

 

Firma: F.O.

 

— ¿F.O.? Ah… F.O. —exclamó de repente poniéndose de pie estrepitosamente— ¡El fantasma de la ópera! —volvió a decir dando un par de vueltas sobre sí misma mientras sostenía aquella tarjeta, y luego volvía a leerla—

En medio de la emoción y la intriga qué le causaba aquella invitación, recordó que debía volver de inmediato a la mansión de Katz pues había quedado en ordenar galletas con su madre para llevarlas a la guardería donde trabajaba Hada Neubauer, al día siguiente.

De ese modo se dirigió rápidamente hacia la parada de buses donde acababa de ver uno.

— ¡Mi ángel! —exclamó Jan Siegfried sonriendo mientras la veía partir— ¡Nos veremos pronto, mi amor!

Luego de verla marcharse, prontamente debió incorporarse de aquella hechizante y magnífica visión pues era necesario que volviera a la mansión Dreymon.

Recordó que debía ir por aquellos niños qué se habían quedado a jugar con Copito de nieve, para retornarlos a sus respectivas casas.



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En el texto hay: fantasia, angeles, promesas

Editado: 10.02.2022

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