A la mañana siguiente y nuevamente con los primeros rayos del sol, el joven Siegfried percibió un maravilloso día. Se levantó con inmensas ganas. De esas que solo tenía cuando su abuelo Klaus lo despertaba para que fueran juntos a controlar los viñedos y el desarrollo de las uvas. O cuando lo despertaba anunciando el inicio de la época de vendimia. Sentado sobre su cama, Jan Siegfried lo recordó. No había un solo día en el que no extrañara a su abuelo y lloraba con profunda tristeza al pensar en qué no estaría en los valles para verlo llegar en compañía de su preciado ángel.
Secó sus lágrimas pues sabía que a su abuelo no le gustaba verlo de este modo. Se alistó lo más pronto que pudo y bajó a desayunar.
Cómo no podía ser de otra manera, con su capucha sin filtros solares y sus gafas oscuras abandonó la mansión. Lo hizo con Copito de nieve entre sus brazos pues tal y como lo tenían planeado, aquella misma mañana reuniría a su pequeño amigo con su maravillosa reina de París.
— Espéranos, Jan Siegfried. Espéranos —se oyó repetidas veces la voz de Siena Meyer quién venía con raudos pasos al igual que su amigo Leroy.
— Oye, esta vez hagas lo que hagas no será sin nosotros —dijo su amigo—
— Yo no los necesito detrás de mí.
— ¿Qué dices? Por supuesto que sí puedes llegar a necesitarnos —dijo Siena Meyer—
— Es verdad. Porque mejor no nos cuentas qué tienes pensado hacer.
— Esperar a que mi ángel salga para seguirla. Hoy Copito de nieve se reunirá con su dueña.
— ¿Con su dueña? ¿Odette es dueña de Copito de nieve? —pregunto de nuevo la joven Siena—
— Lo es.
— ¿Siegfried, y cómo sabes qué Odette saldrá? ¿Y si eso no pasa y te quedas horas enteras esperando aquí?
— Ella saldrá porque me lo dijo mi pequeño informante.
— ¿Tu pequeño informante?
— Leroy por favor deja de preguntarme cosas. Debo estar atento al momento de que salga Odette.
— Está bien. Me callo.
Al poco tiempo, a lo lejos, Jan Siegfried pudo ver finalmente salir a su hermosa Ohazia, y en compañía de su madre tal y como le había advertido el pequeño Philipp
— ¿Esa mujer es su madre?
— Lo es —contestó incorporándose, siempre con Copito de nieve entre sus brazos— Si van a venir detrás de mí será mejor que no pierdan mis pasos.
— ¿Y a dónde van ellas?
— Me dijo Philipp que la señora Hada emplea su tiempo libre trabajando en una guardería. Ellas van allá en estos momentos.
Cada respuesta de Jan Siegfried conducían a Leroy y a Siena a más preguntas.
¿Quién es Philipp? ¿Acaso así se llama el pequeño informante? ¿Hada es la madre de Odette? —pensaban mientras seguían los pasos del joven—
Odette y su madre se dirigían a la ciudad de Diez. Un municipio próximo al de Sankt Goarhausen donde Hada Neubauer era maestra en una guardería desde que había vuelto al valle de Katz luego de haber tenido que dejar a su hija en Aggsbach junto a su abuela Delphine Neubauer.
Cerca de aquellos niños, Hada Neubauer luchaba por eximirse de la culpa por haber contribuido tantas veces a las lágrimas de su preciada hija. Cerca de aquellos niños intentaba no extrañarla tanto y sobrellevar los difíciles primeros años junto a un esposo que ya con el rumbo prácticamente perdido, no tenía nada más en mente que levantar el Valle de Katz a como diera lugar.
Al llegar, Odette y su madre ingresaron a la guardería, mientras que el joven Jan Siegfried y sus acompañantes se pusieron en las afueras de la guardería, en un pequeño parque, detrás de un árbol, a esperarla el tiempo que fuera necesario.
Acomodándose junto con su perrito sobre un banquillo, pensaba en qué si ya había esperado dos vidas enteras, esperarla unas cuantas horas no sería nada. Sus amigos Leroy y Siena, desde luego decidieron acompañarlo el tiempo que fuese necesario.
Tiempo después finalmente la vieron salir al patio de la guardería, y Jan Siegfried pensó.
— Quizás solo ha salido un momento. Quizás volverá a ingresar y tendré que volver a esperar demasiado. Debo pensar en una cosa ahora mismo.
El joven se encontraba tan inmerso en sus pensamientos que casi sin percibirlo, Copito de nieve se había vuelto repentinamente arisco, razón por la cual la correa se le había escurrido de su mano.
— Copito… Copito...
Los llamados de Siegfried al igual que los de Leroy y Siena no surtieron ningún efecto. Copito de nieve corrió y corrió raudamente del parque dónde se hallaban y llegó hasta las rejas de la guardería.
Unos pequeños, y persistentes ladridos alertaron a la joven Odette. Jan Siegfried en esos momentos ya no podía acercarse.
Lo hubiese hecho desde luego si su perrito estuviese en peligro, sin embargo no existía tal posibilidad. No estando con su hermoso ángel.
Copito de nieve la vio. La tenue brisa trajo a su olfato el inolvidable aroma de su hermosa Aurora. De su encantadora reina de París, y no perdió ocasión en escurrirse de Jan Siegfried para ir hasta ella.
— ¿De dónde has salido tú, hermoso perrito —preguntó mientras Copito de nieve no hacía más que suplicar con impaciencia, meneando la colita, para que por favor le abriera el portón—
Era ella. Era su hermosa Aurora y Copito de nieve lo sabía.
— Seguramente estás perdido —dijo observando por los alrededores— pero no te preocupes que yo te ayudaré a encontrar a tus dueños.
Abrió finalmente el portón de la guardería, se puso de cuclillas para acariciarlo, y Copito de nieve se abalanzó sobre Odette entre sus brazos.
En Aggsbach la princesa Odette había tenido muchos animalitos. Patitos, ovejitas y conejitos, pero nunca antes había tenido un perrito.
— ¿Acaso todos los perritos son tan cariñosos como tú? —le preguntó a Copito de nieve que no dejaba de derrocharle de sus todos sus afectos—
A lo lejos. Oculto tras uno de los árboles del parque, Jan Siegfried no hacía más que sonreír de inmensa felicidad.