MANSIÓN DEL VALLE DE KATZ
En horas de la tarde donde el persistente sol se resistía en dar pasó a una noche iluminada por incontables estrellas, la princesa Odette Neubauer estaba lista para partir rumbo a la fiesta, sin saber exactamente qué pensar de la misma.
Temía no sentirse cómoda ni divertirse allí donde no conocía a nadie, sin embargo decidió asistir solo para comprobar si en verdad los dueños de Copito de nieve vivían en aquella mansión tal y como lo había dicho el pequeño Philipp.
— Yo no estoy tan segura de aquello, perrito. ¿Cómo pudiste ir tú solito de Goarhausen hasta la ciudad de Diez? Tal vez te robaron y te abandonaron luego muy lejos de tu casa —conversaba la muchacha con Copito de nieve sacando diversas conjeturas— Tú te quedarás aquí esperándome con noticias. ¿Me prometes que te portaras bien?
Copito de nieve sin dudas era el perrito más bien portado que había conocido jamás, por lo tanto no tendría inconveniente alguno en permanecer allí acostado sobre la suave y fragante cama de su hermosa Aurora.
— Te dejaré encendido el televisor. También te dejaré galletas y agua por si sientas hambre y sed —le decía Odette mientras él oía cada palabra de su bella princesa— Ahora debo irme.
Se despidió del perrito y al salir cerró la puerta de su habitación con llave, y bajó finalmente. Hermosa, encantadora y llena de luz, Odette Neubauer no necesitaba de disfraz alguno. Aquella esencia que poseía. La de la más hermosa criatura. La de un ángel luminoso la vestía de forma natural.
— ¡Te ves hermosa, mi amor! ¡Como siempre!
— No supe que disfraz utilizar, madre.
— Tú no necesitas de ningún disfraz. Se lo que eres en verdad, mi hermoso ángel —dijo Hada Neubauer abrazando a su hija— Espero en verdad que te diviertas, cariño, y sin preocupaciones porque cuando llegue la hora, el chofer irá a buscarte de regreso.
— De acuerdo, madre.
Sí bien Rudolf Neubauer había encargado a su sobrino Maximilian para que acompañara a las 3 señoritas de la mansión, Hada Neubauer le ordenó a su chofer de confianza. El mismo que la llevaba y la traía siempre, que fuera el encargado de trasladar a su hija hasta aquí la fiesta, pues por nada del mundo permitiría que su hija viajará en medio de aquellas dos jóvenes arpías cómo eran Rebecca y Karla.
Bajando las escaleras, la hermosa Odette fue observada con mucho recelo por las mencionadas primas malvadas desde la ventanilla del coche que habían abordado. Por sobre todo Rebecca quién constantemente la tenía en la mira desde que había vuelto a la mansión del Valle de Katz.
El primer coche abandonó el recinto. Posteriormente el segundo, y minutos más tarde el tercero que trasladaba a Paul Neubauer y a su esposa Eloise al igual que a Kathrine y a su esposo Bennedikt Seliger.
MANSIÓN DREYMON
En uno de los tantos balcones de aquella mansión, con los ojos perdidos en la inmensidad de la noche, Jan Siegfried aguardó con tanta paciencia y calma qué los cielos y aquellos tronos que todos sus ojos los tenían puestos en él, se regocijaban en su pecho por medio del dije de la rueda de la visión.
— ¡Siegfried, Odette ya está aquí! —anunció su amigo Leroy ingresando a la biblioteca— Antes llegaron dos señoritas y un joven. Los tres, pertenecientes a la familia Neubauer.
— ¿Y mi ángel vino con sus padres?
— No… al parecer vino sola. Ahora yo debo volver abajo para recibir con Gustav a los invitados qué son de su interés.
— Hazlo… De ese modo te encargas de cubrirme lo más que puedas hasta que yo decida bajar.
— ¡Jan Siegfried! Odette acaba de ingresar —irrumpió también en la biblioteca, Siena Meyer— Ella vino y no trajo a Copito de nieve. ¿Y si se le escapó?
— Ya… eso no pudo haber sucedido, Siena. No te preocupes por Copito que estará complaciente recostado sobre su fragante cama —dijo sonriendo, con absoluta certeza— Necesito que bajes por favor y qué te acerques a ella. Quiero que acompañes a mi princesa para que se sienta cómoda. Todo lo haremos tal y como lo habíamos planeado. Amigo, tú te encargarás de recibir a los invitados en compañía de Gustav, y tú Siena, por favor no dejes sola a Odette. Habla con ella, acompáñala y no te olvides de darle lo que he preparado para ella.
— ¡No te preocupes, Siegfried!
Tal y como todos los invitados esperaban que fuese según sus expectativas, la fiesta les resultó deslumbrante y muy sofisticada. Al ingreso los invitados eran recibidos por el mayordomo Zinov y dirigidos por otro par de sirvientes al gran salón de la fiesta al igual que al salón adjunto para quienes deseaban permanecer en un ambiente más ameno y tertulico.
El ambiente en el gran salón de la fiesta era más animoso y vistoso para los más jóvenes. Buena música bocadillos y bebidas a elección.
— ¡Bienvenido señor Neubauer! ¡Bienvenidos sean todos! —dijo el propio Gustav Dreymon quién había recibido personalmente tanto a Paul Neubauer y a su esposa cómo a Kathrine Neubauer y su esposo— Espero en verdad que se sientan a gusto y muy cómodos —prosiguió estrechando la mano de los recién llegados— Si bien esta es una fiesta dirigida a mi hermano menor me pareció una gran ocasión para conocer a las personas más importantes de esta ciudad.
— ¡Me parece excelente! Y fue usted muy amable, señor Dreymon al invitarnos está noche —dijo Paul Neubauer— Es un verdadero gusto poder conocerlos finalmente.
— Digo lo mismo, señor Dreymon —añadió Kathrine Neubauer— Desde su llegada, a lo largo del Rin no se ha hecho otra cosa que hablar de la mansión Dreymon y de sus habitantes.
— Un gusto poder conocerlo y poder conocer este lugar —dijo Eloise, esposa de Paul—
— Ah… aquí viene mi esposa.
— ¡Sean bienvenidos! Mi nombre es Zhenya ¡Un gusto!
— El gusto es nuestro —saludó Kathrine Neubauer—
Posteriormente fueron adentrados al salón para que pudieran acomodarse en un lugar que les fue de su preferencia.