Bailaron y el invierno en París fue testigo de aquel engalanado acto.
Bailaron y cubiertos bajo un lienzo de auroras boreales fueron vistos por infinitas estrellas.
Bailaron y fue para la princesa su canción favorita.
Bailaron y la imponente Tour Eiffel los decoraba con honores.
Bailaron y a mitad de la canción, repentinamente el escenario cambió de color.
De un blanco invierno, todo a primavera se transformó.
Pues a la princesa, su adorado príncipe al baile de la mansión invitó.
Bailaron y esa mágica noche, una de sus promesas le cumplió.
Bailaron y se sintieron invadidos por una gran ovación.
Luciendo ella una corona de frescas florecillas
Y un ligero vestido que ondeaba con las brisas de las colinas.
¡Bailaron y bailaron!
Con mucho amor y mucha pasión.
Luciendo él una máscara misteriosa.
Y cubriéndolo por completo, una capa fría y tenebrosa.
¡Bailaron y bailaron!
Desde las nubes más elevadas hasta los campos de viñedos más inmensos.
Desde los ríos más extensos hasta Versalles y el gran salón de los espejos.
¡Bailaron y bailaron!
Hasta el final de la canción.
Y con un suave beso en la mano, el destino dio inicio a todas las promesas de una mágica historia de amor.
— Por favor no digas nada, mi ángel. Te conozco y sé qué estás a punto de estallar de emoción. Cubrirás todo el salón de plumillas blancas.
— Seguramente estoy soñando. Esta es una ilusión, y lo merezco por haber olvidado el cumpleaños de mi bello príncipe.
— ¿Olvidaste mi cumpleaños?
Jan Siegfried tuvo que soltarla y apartarse un poco, de modo a no levantar suspicacias, por sobre todo en la familia Neubauer, y más aún en la malvada Rebecca quién para ese instante, presa de una rabia incontenible, de milagro no se acercaba a la joven Odette para desquitarse con ella sabrá Dios de qué modo.
— No te separes de Siena. Ella te llevará a la biblioteca y dentro de media hora nos encontraremos allí —finalizó apartándose de su princesa—
¿Cómo lograría la princesa Odette controlar tanta dicha? Ella yacía invadida de felicidad, aunque sin dudas también por decenas de preguntas.
— ¡Mi bello príncipe está aquí! Yo no estoy soñando —se decía constantemente intentando convencerse de aquello—
Jan Siegfried debía hacer un gran esfuerzo para permanecer en el salón saludando a los invitados.
De más está decir que nunca le agradaron sus fiestas de cumpleaños con tanta gente desconocida, sin embargo todo aquello fue necesario y sin duda alguna valió la pena.
— ¿No le parece una grosería al agasajado tardar en aparecer en una fiesta celebrada en su nombre y que al hacerlo pose sus ojos en una sola invitada para bailar habiendo tantas chicas aquí?
Con un cínico reproche disfrazado, Rebecca Neubauer se acercó al joven Jan Siegfried, intentando sin dudas entablar una conversación.
— Mmm y supongo que lo dice por usted, señorita. Lamento mucho haberla ofendido escogiendo a su hermosa prima para una pieza tan especial.
— ¿Ofendida yo? Le diré de qué modo me sentiría ofendida.
Jan Siegfried se aproximó a la joven.
— La escucho.
— El próximo fin de semana la agasajada seré yo, y desde luego usted será el primero en mi lista de invitados especiales. Mucha ofensa será para mí si no acepta mi invitación y una pieza… ¡No! —exclamó— varias piezas de baile conmigo.
El joven enmascarado se balanceaba levemente, con las manos apoyadas detrás de él, pensando y haciéndose una única pregunta a sí mismo que posteriormente se la trasladaría a la joven Rebecca Neubauer, no sin antes contentarla un poco con aquello que deseaba oír.
— No acostumbro a causar ningún tipo de desaires a jóvenes tan bonitas. Si en verdad me encuentro incluido en su lista de invitados especiales, será un honor para mí sácala a bailar esa noche.
Repentinamente Rebecca Neubauer había desterrado de su semblante todo vestigio de rabia, dibujando en su lugar la más espléndida sonrisa.
— ¿Y puedo saber dónde se llevará a cabo tan dichosa fiesta?
— ¿Dónde más podría ser sino en la mansión del valle de Katz?
— ¡Ya veo! La mansión más importante de toda Goarhausen antes de esta.
— Tal cual.
De soslayo, el joven Siegfried volteó a observar a su preciosa, y posteriormente le hizo señas a Siena para qué la lleve hasta la biblioteca dónde debían encontrarse él y su Ohazia.
— ¿Sobre qué tanto hablará mi bello príncipe Sigfrido con mi prima la malvada número uno?
— Awww… ¿No me digas que ya estás celosa?
— ¿Qué cosa dice usted, señorita?
La preciosa Odette, enrojeció como un tierno tomate.
— Ya te pedí que me llames Siena. ¡Odette! —exclamó— Yo lo sé todo.
— ¿Lo sabe todo?
— Lo sé absolutamente todo. Tanto como sé lo que harán en la biblioteca.
La princesa se sonrojó aún más.
— ¿Qué haremos en la biblioteca? —se preguntó siempre derrochando entusiasmo—
Sí Siena Meyer no se la llevaba de inmediato a la biblioteca, esos derroches de emociones de Odette acabaría delatándolos a ella y al joven Jan Siegfried delante de todos los invitados.
— Mejor cuéntame por qué llamas a tu prima, la malvada número uno. ¿Cuántas primas malvadas tienes, Odette?
— Dos —contestó—
— ¿Y la otra donde está?
— ¿Ve a la señorita que se encuentra hacia el otro salón en compañía de aquel joven?