Aquella noche, Jan Siegfried sabía qué sería el inicio de su anhelada felicidad junto a su preciosa Ohazia, sin embargo todo lo vendría después no lo hubiese imaginado ni en el mejor de sus sueños.
Luego de la partida de Odette, de la fiesta, no deseaba más qué encerrarse en su habitación, despojarse de todo su atuendo y quedarse parado de espaldas al espejo esperando, así fuesen horas enteras para ver el momento exacto en el que comenzaran a brotarle aquellas mencionadas alas blancas.
Otro lejano anhelo que no parecía más imposible qué el reencuentro con su Aurora. ¡Su maravillosa reina de París!
El cuerpo de Azkeel se sentía debilitado. Sin dudas los vestigios de aquella lenta y difícil conversión causaría ese tipo de estragos en él, no obstante no sentía temor ni mucho menos arrepentimiento.
Su alma ya no le pertenecía únicamente a su ángel, pertenecía desde ese momento a la protección de los tronos y a las privilegiadas filas del jefe protector de las almas.
Pese a su débil estado, Jan Siegfried decidió bajar para no ocasionar un desaire a los invitados y por sobre todo a su hermano y a sus amigos que lo habían ayudado tanto. De nuevo en el gran salón de la fiesta compartió un poco con los presentes e intercambiaron palabras.
Cuándo finalmente gran parte de los invitados se marcharon, y la fructuosa fiesta llegó a su fin, Jan Siegfried subió a su habitación y sus fuerzas no le dijeron más qué para acercarse hasta su cama y echarse a dormir cómo había dormido jamás en esa vida de no ser por las botellas de vino qué vaciaba encerrado en la bodega del Amanecer hasta ahogarse en ellos y olvidar todas sus tempestades.
MANSIÓN DEL VALLE DE KATZ (A LA MAÑANA SIGUIENTE)
El jardín de aquel gran Valle había olvidado la última vez que tanta algarabía y tanto color entre todas las flores, los pajaritos, las mariposas y otras pequeñas especies cantaban, revoloteaban y decoraban el lugar favorito de la princesa Odette. Por primera vez en muchos años el jardín del Valle de Katz recobró vida con los primeros rayos del sol de aquel maravilloso día domingo.
Odette se asomó a la ventana. Inhaló el aire fresco, y al son de un encantador y mágico coro de pequeñas aves sonrió dando gracias a los cielos por tanta felicidad.
— ¡Finalmente mi príncipe está aquí, abuela! Volvió para llevarme al mágico Valle de Las Nubes dónde seremos muy felices por siempre y para siempre —explayó la hermosa princesa—
Al cabo de unos minutos, los pequeños ladridos de Copito de nieve la trajeron de regreso de sus profundos pensamientos.
— Oh, perrito… Te llevaré un momento al jardín —le dijo—
Odette tomó entre sus brazos al perrito y posteriormente abandonó la habitación para llevarlo a un sector arenoso del jardín para que hiciera sus necesidades.
Era domingo y solo Odette y su madre, quienes iban a asistir a misa, se encontraban despiertas dentro de la mansión. Luego de acabar el desayuno partieron rumbo al Kirche St. Johannes (Iglesia de San Juan)
A segundos de partir, Hada Neubauer vio a su esposo que acababa de levantarse, y le advirtió que ella y su hija irían a la iglesia.
Partieron finalmente, y si bien hubiesen podido ir de pie, se les había hecho un poco tarde por lo que su chofer las había llevado.
— No creo que al padre Thomas le moleste el perrito. Ninguna criatura de Dios puede molestar a un sacerdote —dijo Odette acariciando a Copito de nieve—
La señora Neubauer sonrió acariciando la mejilla de su hija.
— ¿Te divertiste mucho en la fiesta de anoche, mi ángel?
Odette, de tan solo oír la mención de la fiesta de la noche anterior, se iluminaba aún más de lo habitual, recordando a su príncipe Sigfrido.
— Ya veo que sí te divertiste mucho.
— ¡Mucho, madre! Y en la fiesta conocí a una nueva amiga. Su nombre es Siena, y ella es muy buena.
— ¿De verdad, mi amor? Me alegra mucho oírlo. ¿Sucedió alguna otra cosa?
Odette no podía ocultarlo. Sin rodeo alguno contestó a su madre.
—Mi bello príncipe Sigfrido está aquí, madre
Mmm… ¿Entonces Azkeel está detrás de todo esto? La mansión Dreymon, la invitación dorada, la fiesta, el perrito —pensó Hada Neubauer— Él ya está aquí.
— ¿Madre, en qué piensas? ¿Me prohibirás verlo?
— Yo no haré tal cosa, mi ángel —fueron sus breves palabras— Y no te preocupes que todo estará bien.
Al llegar a la iglesia, Hada Neubauer le dijo a su chofer qué le avisaría para que regresara a buscarlas, y posteriormente ingresaron. La primera en hacerlo y con raudos pasos fue la joven Odette quién a un costado de la iglesia y con Copito de nieve entre sus brazos caminó y caminó hasta llegar al altar y poder hablar con el padre Thomas.
Todos los feligreses que ya se encontraban dentro aguardando el inicio de la misa, observaban con entusiasmo al ángel melodioso pues ya todos en Goarhausen se habían enterado sobre los rumores de qué Odette integraría el coro de St. Johannes.
— ¡Verá usted padre Thomas! No puedo dejar al perrito solito en la casa porque tengo la esperanza de poder encontrar a sus dueños. Yo lo llevo conmigo a todas partes, y mañana repartiré anuncios con su foto en Diez y también aquí en Goarhausen —explayó la joven— El perrito es muy bien portado y educado.
— No te preocupes, hija. El perrito puede quedarse.
— ¡Muchas gracias, padre!
— ¡Padre Thomas! —saludó Hada Neubauer—
— ¡Bienvenida, hija! Pueden tomar asiento, que la misa comenzará dentro de un par de minutos.
Odette y su madre tomaron asiento para formar parte de aquella homilía dominical, y como toda misa aquella transcurrió con absoluta normalidad hasta que los habituales miembros del coro hicieron presencia para la comunión.
Todos los feligreses esperaban al menos un cántico del ángel melodioso, y si bien Odette aún no había tenido la ocasión de unirse al coro para los cánticos, y desde la noche anterior ya no estaba segura de hacerlo porque pronto abandonaría Goarhausen para partir al mágico Valle de Las Nubes, decidió en aquel momento entonar una pieza especial de la que siempre había sido su favorita en la iglesia parroquial de María Langegg mientras los feligreses se preparaban para comulgar.