Las Promesas Que Te Hice

VOZ TENEBROSA

MANSIÓN DEL VALLE DE KATZ

— Hasta que finalmente logró cruzarme contigo, mosquita muerta —dijo Rebecca Neubauer al encontrar a Odette en uno de los pasillos de la mansión—

La malvada prima la tomó de un brazo y comenzó a cuestionarle sobre la fiesta de la noche anterior.

— No creas que no he notado que anoche desapareciste del salón de la fiesta y casualmente el agasajado también desapareció.

— ¡Me lastimas, Rebecca!

— Pues esto no es nada en comparación a lo que soy capaz de hacerte con tal de que desaparezcas de mi camino.

— ¿Por qué me odias tanto, Rebecca? ¿Qué fue lo que te he hecho?

— ¡Existir! Eso me has hecho —contestó la prima malvada poseída por una irracional actitud. ¿Vas a tener ahora la osadía de negar que conoces al misterioso enmascarado que se atrevió incluso a enviarte una invitación exclusiva?

Rebecca, con zarandeos comenzó a exigir a la asustada Odette para que contestara a su pregunta.

— Te digo que me lastimas. Ya suéltame.

Copito de nieve que se encontraba del otro lado del brazo de la joven Odette, comenzó a ladrar de manera incesante hasta que el disturbio del pasillo llegó a oídos del propio Rudolf Neubauer, y se acercó hasta las jóvenes. Detrás de él, Eloise, la madre de Rebecca, y posteriormente su padre, Paul Neubauer.

— ¿Qué está sucediendo aquí? —preguntó Rudolf Neubauer—

— Te diré lo que sucede aquí, tío.

— ¡Rebecca! —exclamó con advertencia, su padre Paul—

— ¿Sabías que aquí tu inmaculada y angelical hija conoce al joven de la mansión Dreymon? Intentó negármelo a mí desde luego, pero yo no me trago toda esa falsa inocencia con la que compra a todo el mundo.

— ¡Suficiente, Rebecca!

— ¡Suficiente nada, padre! Pregúntale a tu hija, tío con quién bailó la noche anterior en la fiesta y luego se desapareció del salón casi hasta el final de la celebración.

Aquellas palabras de la malvada Rebecca hicieron que la fulminante mirada de Rudolf Neubauer y su voz tenebrosa, sembrarán en Odette, los mismos temores qué hacía años atrás su padre ya le había sembrado.

— Acompáñame ahora mismo a la sala, Odette —ordenaron las oscuras palabras del hombre—

La princesa Odette, abrazando con fuerza a su perrito, negó con la cabeza.

— Estoy ordenándote que me acompañes —vociferó jalándola de un brazo—

Copito de nieve en su instinto por proteger a su dulce Aurora, reaccionó mordiendo la mano de Rudolf Neubauer con tal profundidad qué el hombre acabó soltando el brazo de Odette, pegando un grito.

— ¡Maldito perro! Aaa… ¡Maldito!

Quejumbroso y con la mano sangrante, prontamente se alejó para atender la herida sufrida.

Con el ruido del escándalo, Hada Neubauer finalmente hizo presencia.

— ¿Qué sucedió? ¿Mi niña, qué pasó? —preguntó alarmada acercándose a su hija—

— ¡Madre, yo no he hecho nada malo! —dijo la llorosa Odette abrazando a su madre—

— ¿Tú tienes que ver con todo esto, cierto, arpía venenosa? —cuestionó la señora Hada observando Rebecca— Eloise, Será mejor que lleves a tu hija de mi vista si no quieres que yo misma me encargué de ella.

— No te preocupes Hada que yo mismo me encargaré de las malcriadeces de esta chica —interpuso Paul Neubauer y se la llevó del pasillo jalándola de un brazo—

Varios de los presentes dentro de la mansión quienes se aproximaron hasta ese lugar tras los escándalos, también se alejaron. Entre ellas, Karla Neubauer quién prefirió no inmiscuirse para no acabar mal cómo suponía que acabaría su prima Rebecca tras aquella estupidez que acababa de cometer a escasos días de su fiesta de cumpleaños en la mansión.

Hada Neubauer en esos momentos acompañó a su hija hasta su habitación para que allí le contara todo lo que había sucedido, sin embargo la joven, presa del miedo no pudo emitir la mínima palabra.

— Mi amor yo te prometo que nada malo sucederá esta vez, por lo tanto no debes temer.

— Hada, no le hagas promesas a tu hija que no cumplirás —arremetió en la habitación como un fuego abrasador las palabras de Rudolf Neubauer— Ulises… Quiero que en este mismo instante te lleves a ese mugroso perro bien lejos de esta mansión —le ordenó a uno de sus capataces quién lo había acompañado hasta el sitio—

— ¡No, padre! ¡Por favor no me quites a Copito de nieve!

— De ser posible quiero que te lo lleves bien lejos de Goarhausen.

— ¡No me lo quites, por favor! No… no…

El capataz acabó arrebatándole el perrito a Odette de entre sus brazos.

— Haz lo que te pido ahora mismo, Ulises y no te atrevas a desobedecer mi orden —advirtió

— Por favor, padre, no lo hagas. ¡Copito!... Madre, que no se lleven a mi perrito, por favor.

Las súplicas de la princesa Odette de nada habían servido. El capataz, con todo el pesar de su alma acabó obedeciendo la orden de Rudolf Neubauer, llevando a Copito de la mansión.

— ¡Copito de nieve!... ¡Copito!...

— Esta vez tus lágrimas ya no causarán estragos en mi Valle, Odette —le dijo su padre—

— ¿Qué estás haciendo, Rudolf? Tú le hiciste una promesa a tu madre en su lecho de muerte y la estás rompiendo en pedacitos.

— Por favor intenta no mencionar a mi madre que ya no se encuentra en este mundo. Te dije, Hada que algún día recuperaría no solamente este valle sino también a mi hija, y he logrado ambas cosas.

— Te atreviste a mentirle a tu propia madre. Le diste tu palabra de que no le causarías más daños a nuestra hija. ¿Y qué estás haciendo ahora?

— Lo qué menos pretendo es causarle daño alguno a Odette. Quiero lo mejor para ella y se lo demostraré. Quizás ahora no me lo agradezca, pero lo hará algún día.

En medio de su llanto, las palabras poseídas de Rudolf Neubauer sonaban para Odette como ecos lejanos en forma de pesadillas.

— ¡Copito de nieve!

— Deja lamentarte por ese perro que ni siquiera era tuyo. Yo te compraré uno mucho más bonito, y desde luego le pondrás un hombre más decente que ese.



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En el texto hay: fantasia, angeles, promesas

Editado: 10.02.2022

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