Del Mannheim station Odette y Jan Siegfried tomaron el ICE9558 qué los condujo finalmente a un largo trayecto de tres horas y media, rumbo a París.
Todavía un manto oscuro se extendía en el firmamento. El amanecer de un nuevo día parecía aún una lejana promesa, y los jóvenes se hallaron en medio del Gare du Nord sin saber exactamente qué hacer.
Se sentían tan exhaustos que el joven Siegfried pensó únicamente en tomar el primer taxi disponible en los alrededores de la estación para dirigirse al hotel más cercano, sin embargo recordó las palabras del chofer Henrry cuando le había dicho que se comunicaran con Gustav Dreymon ni bien llegaran a París.
Con su princesa dormitando aferrada a uno de sus brazos, decidió comunicarse con su hermano.
— ¡Finalmente llamas! ¿Pudieron llegar sin inconvenientes? ¿Cómo están?
— ¡Exhaustos! Caídos del cansancio, pero hemos llegado sin inconvenientes.
— Esa es una buena noticia. Cuándo Henrry me comentó que se dirigían a París me encargué de reservar una habitación de hotel próxima al Gare du Nord. Es el OKKO Hotels Paris Gare de l'Est. Tomen el primer taxi que vean y diríjanse hasta allá. Solo di en recepción que la reservación está a mi nombre. Allí ya están al tanto de que un par de personas llegarán a ocupar la habitación.
— De acuerdo... ¡Gracias! Volveré a comunicarme luego con ustedes.
— ¡Qué descansen!
Al colgar la llamada, Jan Siegfried tomó el primer taxi que avizoró a la salida de la estación y abordaron para ir rumbo al hotel mencionado.
— Llegaremos en un par de minutos mi amor —dijo el joven rodeando entre sus brazos a su exhausta Ohazia—
Para fortuna de ambos, en la recepción del OKKO Hotels Paris Gare de l'Est, ni bien Jan Siegfried mencionó a Gustav Dreymon, el par de encargados entregaron al joven la llave de la habitación y finalmente pudieron ir a descansar.
Odette fue la primera en tenderse sobre la cama. Siegfried la despojó de sus zapatos y la arropó con una sábana.
— ¿Copito de nieve? —musitó la joven en sus sueños—
— Copito está aquí, mi amor —le susurró besando su mejilla— Descansa mi hermosa reina que cuando despiertes tendremos maravillosos días aquí en París.
Luego de acomodar a su princesa, Jan Siegfried se quitó los zapatos y se acostó junto a ella. Copito de nieve se ubicó al pie de ambos para descansar también.
RESISTENCIA DE LA FAMILIA WILLEMBERG — BURDEOS (A LA MAÑANA SIGUIENTE)
— ¿Sigue sin contestar su teléfono nuestro hijo, Esther?
— Sigue... ¿Y si le pasó alguna cosa mala, Peter?
— ¿Por qué debería pasarle algo malo? Definitivamente no me cabe en la cabeza que a estas alturas de su vida Jan Siegfried vaya a meterse en problemas y que nosotros debamos ir hasta donde se encuentre para solucionarlos.
La señora Esther Willemberg guardó silencio temiendo lo peor como consecuencia de su reencuentro con Odette.
— Deja de pensar en cosas malas, Esther —se dijo a sí misma— Hace apenas un par de días mi hijo me envió fotos muy bonitas de él y de Odette. ¡Tan guapo, mi niño! ¡Más guapo aún junto a esa preciosa criatura —siguió pensando mientras su esposo había decidido llamar a su hijo Gustav Dreymon—
— ¡Señor Willemberg! Usted llamándome sí que es raro. ¡Toda una sorpresa!
— Señor Willemberg... Señor Willemberg... Lo raro y sorprendente sería que por una sola vez dejaras a un lado tus sarcasmos.
— Mmm... ¿Acaso le molesta que le diga, señor Willemberg?
— Puedes decirme como mejor te parezca. Solo llamé para saber sobre Jan Siegfried. Su madre lo ha estado llamando a su teléfono móvil, pero este da apagado. ¿Está por ahí cerca?
— Jan Siegfried no está aquí.
— ¿Dónde está entonces?
— En París —contestó sin rodeos, Gustav Dreymon dejando bastante extrañado al señor Willemberg—
— ¿Cómo que en París? Ustedes no iban a ir a París.
— ¿Mi hijo está en París? —preguntó Esther Willemberg quién se encontraba oyendo pegado a su esposo—
— No, pero ahora él se encuentra allá. Si no contesta el teléfono móvil es porque quizás se le acabó la pila. Pueden intentar comunicarse con él un poco más tarde.
— ¿Y tú dónde se supone que estás? Y no me contestes con sarcasmos. ¿Dónde están Leroy y Siena? Imagino que se encuentran con Siegfried.
— Mmm... En realidad ellos están aquí, pero iremos también a París. ¿Alguna otra pregunta, señor padre?
Con la sangre hirviéndole por dentro, Peter Willemberg le dijo a su hijo Gustav que era todo, y colgó la llamada.
— Ese hombre me desespera mucho en verdad. Con cada palabra que emana de su boca siento que me entierra de culpas por cosas que desconozco.
— Ese hombre es tu hijo también. Y si sientes que te entierra de culpas con cada palabra, debe ser por algo. ¿No?
— ¿Qué dices, Esther?
— Te la pasas excusándote diciendo que eras demasiado joven. Qué cómo hubieses sido un buen padre a los 16. Ahhh… pero no te sentiste para nada joven cuando te acostaste con tu maestra de secundaria a los 15 y se embarazó de ti.
— ¿Acaso estás reprochándome por mi pasado? ¿Es eso?
— Yo no tengo motivos para reprocharte por ese pasado. Sí me molesta bastante que trates con indiferencia a tu hijo mayor. Se ve un hombre muy bueno y bien educado.
— ¿Bueno y educado? ¿Olvidaste lo que me hizo, Esther?
— Continúas excusándote en estúpidos detalles.
— ¿Estúpidos detalles? Gustav Dreymon engatusó a mi contador de confianza para robarme.
— Sabes de sobra por qué lo hizo, Peter. Además te lo devolvió todo y te pidió disculpas.
— No puedo creer que estés perdiendo energía defendiéndolo cuando nuestro hijo se encuentra en París, sabrá Dios por qué y para qué. Esther, Jan Siegfried detesta mucho París. Un día me suplicó llorando como un niño chiquito para que lo sacara de la mejor universidad que había conseguido para él en París, porque ya no deseaba estar allí.