— ¿Esther, es acaso esta una maniobra tuya para que no vayamos a París?
— Yo no necesito de ninguna maniobra, Peter. Cómo tampoco necesito viajar hasta París para intentar solucionar algo que según para ti es un problema. ¿Qué se supone que harás en cuanto llegues? ¿Traer a nuestro hijo arrastras de París y prohibirle que vuelva a ver a la chica?
— Pues si es necesario hacer una cosa como esa, ten por seguro que lo haré.
— No seas ridículo. Jan Siegfried ya es un hombre adulto. Además solo en tu cabeza cabe que dejará a Odette porque tú se lo ordenas. Él hizo todo por esa chica. Absolutamente, todo. Incluso la descabellada idea de construir un castillo para ella en el Valle de Las Nubes. ¿Tú quieres ir a París exclusivamente para pelear vanamente con nuestro hijo? ¿Deseas alejarlo de nosotros? ¿Es eso? Peter… Jan Siegfried no dejará a Odette y mucho menos ahora que están casados.
— ¿Qué estás diciendo?
— Lo que oíste. La propia Odette me lo contó cuando contestó la llamada antes de que tú me arrebataras el teléfono de la mano.
Un palidecido Peter Willemberg, ante aquella noticia, quedó mudo, absorto y echado en uno de los asientos de espera de la estación de trenes.
— Si eso es verdad, el demonio de Rudolf Neubauer ha de estar buscándolos hasta por debajo de las piedras —comenzó a decirse a sí mismo— Él es capaz de matar a mi hijo si lo encuentra. Yo no lo puedo permitir. Maldito demonio, eso no lo voy a permitir —vociferó finalmente poniéndose de pie—
Todas las personas que se encontraban cerca voltearon a verlo.
— ¡Peter! —exclamó su esposa entre susurros—
— Esther, desconozco aquello tan urgente que requiere de nuestra presencia en Saint Èmilion, pero yo no iré contigo allá. Ve tú sola.
— Peter, por favor no lo hagas. Nuestro hijo es todo lo que tú y yo tenemos. No hagas que lo perdamos para siempre, mi amor.
— Lo que intento hacer es todo lo contrario, Esther. Impedir que lo perdamos para siempre. Yo voy a ir a París para salvar a nuestro hijo del infierno de Rudolf Neubauer.
Con lágrimas en los ojos y el corazón volcado de la angustia, Esther suplicó una vez más a su esposo para que no cometiera ninguna locura.
— No voy a alejar a Jan Siegfried de nosotros. Y si te dejará tranquila saberlo, no voy a separarlo de la chica. Si ellos ya están casados, no tendría sentido alguno hacer tal cosa.
Peter Willemberg, besó y abrazó a su esposa, y a modo de un vano consuelo secó las lágrimas de ella con sus manos.
— Vuelve a Saint Èmilion, mi amor. Ve tranquila que yo te prometo que todo estará bien.
El TGV llegó. El hombre lo abordó y antes de que se cerraran las puertas volteó a ver a su esposa quién yacía observándolo en la parada.
— ¿Peter, porque le llamas demonio a Rudolf Neubauer? ¿Ese hombre posee alas negras?
Sorprendido ante la pregunta de su esposa, Peter Willemberg entornó los ojos. Las puertas del TGV se cerraron y comenzó su marcha. Esther Willemberg se alejaba de su mirada, pero la observó hasta perderla de vista completamente.
— ¿Esther, de donde has sacado eso? —se preguntó a sí mismo mientras tomaba asiento intentando recobrarse—
OKKO HOTELS PARIS GARE DE L'EST
Pese a lo que Odette le había dicho a Jan Siegfried de qué había hablado con los padres de él. Pese a ser consciente de que probablemente su padre se encontraba rumbo a París echando chispas de furia, intentó qué no le afectara y que no estropeara todos los planes que tenía en París junto a su adorada Ohazia.
El joven ya no tenía idea de qué modo podría lidiar con Peter Willemberg por lo tanto todo lo dejó a la voluntad de los tronos y de Dios, deseando que nada ni nadie se interpusiera entre él y su princesa.
— ¿Mi hermoso ángel, estás lista para maravillosos y mágicos paseos aquí en París? —le preguntó rodeándola entre sus brazos—
— Lo estoy, amor mío. Conozco París solo de libros y televisión y he visto fotos muy bonitas de la Tour Eiffel en revistas y postales.
— Pues mientras paseamos para que conozcas los mejores lugares yo voy a contarte una historia muy bonita de la reina de París, pero primero nos instalaremos en otro hotel. Mi hermano reservó para nosotros uno más próximo a un lugar que te encantará, mi amor.
El sol lentamente caía cuando Odette y Jan Siegfried y Copito de nieve abandonaron el OKKO HOTELS PARIS GARE DE L'EST. En recepción pidieron un taxi y partieron rumbo a otro hotel que Gustav Dreymon había reservado para los dos.
MANSIÓN DEL VALLE DE KATZ
Rudolf Neubauer quién hasta ese momento había tenido una infructuosa búsqueda, enfurecido volvió a la mansión con la única intención de sacar información así sea a la fuerza a todo aquel que haya contribuido a la huida de su esposa y de su hija. Sin embargo, ni bien puso los pies en el lugar, una de las empleadas, de la mansión, temerosa le entregó una nota de breve contenido.
"Si deseas encontrar a tu adorada hija, no te será muy difícil hacerlo pues el joven que se llevó es una persona bastante conocida. Tanto que tú también lo conoces. Alguna vez él ya puso los pies en la mansión del Valle de Katz. Se trata de Jan Siegfried Willemberg. Puedes buscarlo en Burdeos o mucho mejor aún, en Saint Èmilion donde vive y posee sus tierras vitícolas.
Tu sobrina, Rebecca"
— Jan Siegfried Willemberg... —dijo el hombre estrujando entre sus manos la nota que le había dejado su sobrina Rebecca Neubauer antes de abandonar la mansión junto con su familia— Azkeel no pudo haber sido. Yo habría sentido la presencia de esa rata miserable. ¿Cómo fue posible?
— Disculpe, señor —irrumpió de nuevo una de las empleadas—
— ¿Qué quieres?
— Llamó el joven Schubert para confirmar su asistencia en la cena de esta noche.
Rudolf Neubauer había olvidado por completo aquel acontecimiento donde debía asistir su invitado especial, Heinz Schubert. El joven con quién no solo tenía intenciones de concretar importantes negocios relacionados con las exportaciones, sino también presentarle a su hija, Odette. Intención con la cual Henz Schubert se había vuelto realmente interesado y entusiasmado.