En el Aire de Jeux, a pasos de la majestuosa y elegante Tour Eiffel, reposados sobre el césped del parque, Jan Siegfried y Odette organizaron un pequeño picnic de mediodía para descansar, respirar el aire fresco de la brisa y almorzar en compañía de su inseparable amigo Copito de nieve.
— Alguna vez estuvimos allá sobre esas nubes, en un mundo lleno de felicidad —dijo Jan Siegfried recostado sobre el regazo de su amada Ohazia—
Mientras él observaba el inmenso cielo azul decorado por esponjosas nubes, Odette acariciaba los rebeldes rizos del cabello de su príncipe qué en las últimas semanas había crecido bastante. Tanto que ya le caía al rostro.
— En el castillo de Las Nubes también seremos muy felices. ¿Cierto, amor mío?
— Cierto mi ángel. Tú y yo seremos muy felices por siempre y para siempre —contestó él y Odette besó sus labios mientras continuaba acariciando su melena—
Luego del picnic y de un breve descanso, dentro de una mochila juntaron todas sus pertenencias para continuar su recorrido por los principales atractivos de París. Por aquella ocasión no pudieron subir a la cima de la Tour Eiffel debido a la interminable fila de turistas que allí se encontraban intentando subir.
Jan Siegfried un día antes había optado por reservar dos boletos de acceso al ascenso a la cima de la torre para dentro de dos días, aprovechando también la ocasión para adquirir otro par de boletos de acceso a un lugar muy especial. Una sorpresa más en la extensa lista del joven para su amada esposa.
En lo que quedó de aquel día pudieron visitar el Musée du Quai Branly, el Musée de l'Homme, el Arc de Triomphe, los jardines del Champs-Elysées y la Place de la Concorde. En cada parada inmortalizaban sus recuerdos tomándose bellas fotografías y de tanto en tanto se detenían a beber refrescos, comer algodones dulces y comprar novedosos recuerdos de París.
En una de esas paradas llegaron hasta el jardín de las Tulerias donde Odette se topó ante sí con la gran rueda de la fortuna.
— ¡Quiero subir a la noria! ¡Sigfrido, quiero subir!
— ¡Mi amor, espera! ¡Odette!...
Intentando no perderle los pasos, Jan Siegfried apresuró su marcha y la alcanzo en boletería dónde la fila de personas que deseaban subir a la noria era igualmente extensa. Al verla, el joven por momentos pensó en proponerle a su princesa si podían volver a la Noria en otra ocasión pues habían recorrido tanto qué se sentía exhausto, y todo lo que deseaba era retornar al hotel para descansar. Sin embargo, no pudo hacer tal cosa.
Jan Siegfried percibió a Odette tan entusiasmada y rebosante de emoción por subir a la rueda de la fortuna que finalmente acabó arrastrándose por esa felicidad de su ángel que a final de cuentas era todo el motor que necesitaba para continuar.
La espera le pareció interminable, no obstante finalmente lograron subir a la noria tal y como ansiaba Odette.
— Nunca antes había subido a una Noria, amor mío. ¿Y tú?
— Tampoco he subido antes. Es la primera vez —contestó él rodeándola con un brazo—
— Entonces veremos juntos por primera vez la ciudad desde arriba como una ciudad de hormiguitas.
— ¡Una ciudad llena de luz como tú, mi ángel!
Tal y como lo había dicho Odette, conforme la Noria iba elevándolos, la maravillosa y luminosa ciudad del amor se convertía ante los ojos de ambos en una ciudad de hormiguitas.
— Creo que ahora me siento un poco más cerca de Las Nubes aunque esté lejos de ella.
— ¿Extrañas mucho Las Nubes, mi bello príncipe?
— La verdad sí… No recuerdo haber estado tanto tiempo lejos de Las Nubes y del Amanecer.
— Entonces vayámonos ya hasta allá. ¿Qué dices?
— Iremos mi amor. Iremos... ¿No te gusta acaso París?
— Me gusta mucho, pero yo seré feliz dónde tú seas feliz.
— Yo soy feliz donde tú eres feliz, mi ángel. Aún tengo una sorpresa para ti en este lugar. Cuando te obsequie mi última sorpresa tú y yo iremos a Las Nubes.
— Ah... ah... ¿Qué sorpresas? Dime...
— Las sorpresas no se cuentan. No comas ansías —le dijo el joven a su amada besando sus labios— ¿De qué te ríes?
— Siento muchas cosquillas en el estómago cuándo bajamos.
Sonriente el joven continuó besándola y mientras la abrazaba y admiraban la cima de París, disfrutaban de sus últimas vueltas en la Noria.
HÔTEL DUQUESNE EIFFEL
—"No quiero que te conviertas en un cobarde, Peter. Mi nieto Jan Siegfried te necesitará mucho y tú debes estar a su lado cuando eso pase. Prométeme que así será, hijo. Solo prométeme"—"Te lo prometo, padre" —"Tú aún no comprendes a lo que me refiero, hijo, pero lo harás en algún momento y no quiero que temas. Tú no puedes. Tú debes permanecer cerca de mi nieto siempre" —"Papá... Papá...
Peter Willemberg, exaltado despertó como si lo hubiese hecho de una pesadilla. Por momentos la respiración parecía habérsele escapado, sin embargo, prontamente la recobro luego de incorporarse sobre su cama.
— ¿Padre, a qué te referías cuando me pediste todo aquello? Lo que se me viene a la mente no puede ser posible. ¿Acaso tú lo...?
Los pensamientos en voz alta de Peter Willemberg fueron interrumpidos cuando la puerta de la habitación donde se hospedaba comenzó a sonar. El hombre se levantó y fue a observar a través del visor de la puerta. A través de ella no pudo ver a nadie y el corazón comenzó a latirle con fuerza. Más aún cuándo volvió a sonar.
— ¿Quién es? —preguntó sin recibir respuesta— Peter Willemberg, tienes que dejar de ser un maldito cobarde. Tú no lo eres. No lo eres —se reprochó repetidas de veces abriendo finalmente la puerta— ¿Usted?
— ¿Puedo pasar?
— Desde luego que no puede.
— Debería sacar esa cara de susto señor Willemberg. Vengo sola, si le hará sentir mejor saberlo.
— ¿Qué es lo que desea? ¿Cómo supo dónde estaba hospedándome?
— ¿Es necesario que le responda esa pregunta?... Ya veo señor Willemberg que usted aún continúa engañándose a sí mismo.
— ¿Qué significa esto? ¿Por qué mejor no me dice a que vino a buscarme? ¿Cree acaso qué podrá sacarme alguna información para ir luego a decírsela a su esposo?
— Por favor no se equivoque conmigo, señor Willemberg.
— Usted no se equivoque conmigo, señora. Yo he venido hasta aquí únicamente por mi hijo. Estoy aquí para protegerlo de aquel diablo que usted tiene como esposo, por lo tanto, en esta ocasión créame que no pensaré dos veces para hacer lo que debo por Jan Siegfried. Ahora contésteme a qué ha venido hasta aquí.
— Justamente con la esperanza de oír lo que acaba de decirme. A eso vine. ¡Señor Willemberg! —dijo con gran ímpetu Hada Neubauer— Si yo hubiese querido dañar a su hijo créame que ya lo habría hecho porque tuve muchas oportunidades, pero del mismo modo en que usted desea proteger a Jan Siegfried, yo deseo proteger a mi hija. Si ambos están juntos ahora fue porque yo ya he hecho mi parte sacando a Odette de la mansión del valle de Katz. El resto le corresponderá a usted, señor Willemberg porque mucho me temo que yo ya no podré hacer demasiado. Sí existiese alguna manera de contribuir a contener la ira de Rudolf, desde luego que lo haré, sin embargo, lo veo muy poco probable. Lo que no dudaría un solo instante es en dar la vida por mi hija Odette.
— Mmhh... ¿Debo creerle yo que usted ayudó a mi hijo y a su hija a escapar de las garras de Rudolf Neubauer?
— Puede creeré lo que mejor le parezca. He agotado todas mis fuerzas intentando cumplir la misión de encaminar la vida de mi esposo hacia su salvación, pero ni siquiera la existencia de su hija tuvo ese poder. No pretendo ahora gastar mis últimas gotas de energía para que usted crea o no en mis palabras. Lo que me queda por hacer es advertirle de qué Rudolf acabará encontando a los muchachos, y en esta ocasión dependerá de usted hacer lo que le corresponde.
— Lo que me corresponde... —repitió el hombre pensando siempre en voz elevada—
—Si en verdad ama mucho a su hijo y desea su felicidad. Si desea salvar a los muchachos usted deberá admitir muchas cosas y resolver de una vez por todas sus conflictos internos. Por temor y cobardía ha negado durante años los designios que Dios le ha otorgado. Se desvió de su misión en esta tierra y perdió la oportunidad de luchar por ser realmente diferente de Rudolf, perdió el poder y protección de los tronos. Se engañó a sí mismo pintando la vida de un simple mortal qué no le correspondía. Está a tiempo de redimirse, y no solo tendrá una nueva oportunidad de lograr lo que Rudolf no ha podido sino también lograr el poder y la fortaleza necesaria para proteger a su hijo.
Luego de aquellas extensas palabras de Hada Neubauer, el señor Willemberg tomo asiento sobre un sofá, pensativo sin emitir palabra alguna.
— ¿Posee usted al menos la noción del hijo que tiene, señor Willemberg? Me refiero desde luego al menor. Jan Siegfried.
— No comprendo su pregunta.
Hada Neubauer torció los labios con una sonrisa irónica, negando con la cabeza.
— Por supuesto que no tiene idea —prosiguió la mujer— Si no conoce a su hijo Jan Siegfried que creció y vivió con usted, imagino que mucho menos conoce a su hijo Gustav Dreymon.
— ¿Cómo sabe usted sobre mi hijo Gustav? ¿Y qué debería saber yo sobre Jan Siegfried? Debería dejarse de tantos rodeos y explicarse de una vez por todas.
— Yo no tengo nada que explicar. Debe ser usted mismo quién se quite todas las dudas cuando llegue el momento, señor Willemberg.
Posterior a esas puntuaciones, Hada Neubauer dio media vuelta para marcharse.
— ¿Usted sabe dónde se encuentran los muchachos?
— Disfrutando de su luna de miel aquí en París, desde luego. ¡Hasta pronto señor Willemberg! Espero que nos volvamos a encontrar en una situación no tan terrible. Todo dependerá de usted.
LE NARCISSE BLANC HÔTEL & SPA
Un torbellino de besos en las mejillas y en los labios despertaron a Jan Siegfried quién al abrir los ojos se sintió cómo si hubiese vuelto a cruzar el gran portal de los cielos. Se sintió en el paraíso, acostado sobre una confortable cama de algodones y prisionero bajo los encantos del ángel más hermoso del reino celestial, que no vestía más que la bendecida piel qué la moldeaba con absoluta perfección.
— ¡Buenos días mi bello durmiente! —exclamó Odette volviéndolo a llenar de besos— Qué bueno que despertaste porque tengo algo importante que contarte.
— ¡Buenos días mi ángel! Dime por favor que estos buenos días serán eternos.
— Serán eternos mi bello príncipe —le dijo ella incorporándose nuevamente sobre él—
— Mmm... ya veo que empiezas a comprender.
— ¿Qué cosa?
— Que nuestra vida entre cuatro paredes es mucho mejor sin ropa.
La princesa, sonrojada soltó unas risitas.
— Me siento de regreso en el cielo cuando te tengo desnuda entre mis brazos.
— ¿En el cielo estábamos desnudos? ¿En Las Nubes también lo estaremos?
— Quizás pudimos haber vivido desnudos en el paraíso. Lo que sí te aseguro es de que en Las Nubes estaremos siempre del modo en que estamos ahora.
— Sigfrido, me haces cosquillas…
— Todavía te falta acostumbrarte a mis cosquillas, mi amor que serán muchas, muchas en verdad.
— Ya basta, Sigfrido…
— Dime que es lo que tienes que contarme.
— Estoy muy feliz.
— Mmm… eso ya lo sé... Yo también estoy muy feliz —prosiguió Jan Siegfried sentándose sobre su cama y rodeándola entre sus brazos para colmarla de más besos—
— Tendremos un bebé.
Repentinamente, las palabras de Odette hicieron que todos se detuviera a su alrededor.
— ¿Qué dices, mi amor?
— Los tronos me lo contaron en mis sueños. Me han dicho que tendré un bebé de mi bello príncipe Sigfrido —reiteró la joven, presa de su inocente felicidad rodeando a su amado entre sus brazos.
— ¿Los tronos te dijeron eso?
— Sí.
— Mmm... ¿Y qué fue exactamente lo que te dijeron los tronos, mi ángel?
— Qué en mi vientre ya se alberga el fruto de nuestro amor. La luz que extinguirá la oscuridad y dará salvación.
Extrañado y frunciendo el ceño, Jan Siegfried quedó se puso a pensar. Comprendía el significado de que un bebé en el vientre de su ángel sería el fruto de todo el amor que sentían ¿Pero a que se referían los tronos al decirle a Ohazia que el mismo será la luz que extinguirá la oscuridad y dará salvación?
— ¿En qué piensas, amor mío?
— En nada importante mi ángel. Es solo que no esperaba que fuese tan pronto.
— ¿Por qué no? Hicimos el amor, y los esposos que hacen el amor tienen bebés. Lo aprendí en la escuela. ¿Tú no? —preguntó Odette, y Jan Siegfried sonrió—
— También aprendí en la escuela como se hacen los bebés.
— ¿Entonces? ¿Acaso no quieres que tengamos un bebé?
— No digas eso, mi luz. Contigo yo deseo llenar Las Nubes de angelitos. Te digo que simplemente no esperaba que fuera tan pronto. ¿Te cuento algo?
— ¿Qué? Cuéntame...
— Yo sé cómo será nuestro bebé.
— Ah... ah... ¿Lo sabes?
— Así es.
— ¿Te lo contaron los tronos?
— Lo hicieron, y también se lo contaron a mi padre. Mi ángel, él se pondrá muy feliz cuando se entere de que finalmente tendrá el nieto de sus sueños.
Dichosa, la princesa Odette sonreía abrazada a Jan Siegfried.
— Creo que a final de cuentas nuestro bebé llegará en el momento indicado. Su preciosa existencia acabará apaciguando el coraje de mi padre.
— ¿Tu padre está muy molesto también? Creo que al mío nada ni nadie logrará apaciguar —dijo la acongojada princesa—
Peter Willemberg estaba muy molesto y Jan Siegfried lo sabía, tanto como sabía que muy probablemente él ya se encontraba en París y que no tardaría en encontrarlos al igual que Rudolf Neubauer. Sin embargo, poseía grandes esperanzas de qué los tronos intercederian ante aquellas tormentosas situaciones que lentamente irían acercándose hacía él y su adorada Ohazia.
Con la noticia que acababa de contarle su esposa, Jan Siegfried estaba seguro de que su padre dejaría pasar todos sus inexplicables temores y no albergaría en su alma y en su corazón más qué dicha y felicidad.
— Lo está un poco, mi amor, pero se le pasará por completo en cuanto sepa de la noticia qué me has dado.
— Cuéntame, bello príncipe. ¿Cómo será nuestro bebé? ¿Se parecerá a ti?
— Para nada... Nuestro bebé se parecerá a su madre. Será un ángel precioso y lleno de luz igual que tú.
— Pues tú también eres precioso y ya estás lleno de luz, amor mío.
El joven Siegfried echó nuevamente a su amada sobre la cama y ahí junto a ella comenzó a describirle sobre cómo sería el regalo más grande de los cielos. El pequeño que sería enviado por Dios no solo para dar luz y vida a los corazones de sus padres, sino también para cumplir la misión de echar la sentencia definitiva de salvación y condena a seres errantes que no han logrado cumplir sus designios en la tierra y que han intentado encaminar sus destinos por senderos adversos. Seres errantes que han vuelto a la tierra y han optado por perderse en las tinieblas de un laberinto sin salida.