Mediados de agosto. Uno de los meses más concurridos en la ciudad de Versalles. Las personas no solo colmaban los alrededores del Palacio sino por sobre todo el interior del mismo por lo que acceder a los predios el sitio se hacía simplemente imposible, y únicamente los visitantes con previo tickets de reserva podían ingresar sin ningún inconveniente.
El viaje de los jóvenes había durado aproximadamente unos 35 minutos. Las ansias de la princesa Odette se acrecentaban más y más durante el trayecto hasta qué la intriga se volvió aún mucho más grande cuando su amado Jan Siegfried decidió vendarle los ojos unos minutos antes de llegar.
— ¡Oh por Dios! —exclamó repentinamente la joven Siena al ver el lugar donde estaban llegando—
— ¿Qué sucede? ¿Dónde estamos? —preguntó Odette—
— Ya lo sabrás dentro de unos minutos mi ángel —le susurró besando su mano—
Leroy Besson observando a través de la ventanilla del vehículo, sonreía levemente mientras pensaba en como podía seguir sorprendiéndole las acciones de su amigo.
— ¿Por qué no se te había ocurrido traerme aquí para conocer el Pal...? —le reclamó Siena a su novio—
— Ssshh... ¿Mi amor, en verdad se te ocurre reclamarme ahora? Lo arruinarás todo —dijo Leroy mientras el coche finalmente había aparcado y ambos descendían primeramente antes de que lo hicieran Siegfried y Odette—
— ¿Qué lugar es este? Ya no quiero esperar.
La impaciente princesa Odette acabó arrancándose el vendaje de los ojos, y ante los mismos, un imponente portal dorado de 80 m se erguía delante de ella. Impresionada sin dimensión alguna, levantó la vista, mirándolo por incontables segundos. Era el Grille d'honneur (la verja de honor). Un portal con más de 100.000 láminas de oro esculpidas en forma de flor de lis, máscaras de Apolo, coronas, y la inscripción LS, en referencia al Rey Sol. (Luis XIV).
El asombro estático de Odette frente al portal fue inesperadamente interrumpido por los simétricos y armónicos trotes de lo que parecían ser los pasos de unos caballos. Odette bajó la mirada y volteó a ver.
Efectivamente, era un par de caballos tan blancos y relucientes, y ambos traían consigo una carroza tan dorada como el del gran portal de aquel Palacio. Boquiabierta los observaba y observaba al hombre que conducía la carroza con los caballos.
Con la más encantadora sonrisa volteó a ver a su amado príncipe quién le tendió una mano invitándola a subir. Posteriormente, detrás de ambos subieron Siena y Leroy.
Alrededor de los jóvenes una gran cantidad de visitantes inesperadamente se acercaron a ver lo que sucedía, preguntándose entre murmullos si aquello se trataba de un espectáculo sorpresa preparado para entretener y encantar aún más a las personas que visitaban Versalles.
Probablemente, el director del museo del Palacio lo haya considerado de ese modo al autorizar aquel encantador espectáculo por parte de los jóvenes.
Con ayuda de Jan Siegfried, Odette abordó la carroza y el gran portal del Palacio fue abierto de par en par. La carroza guiada por dos hermosos caballos blancos y un hombre igualmente vestido de época, ingresó lentamente por el Cour d'Honneur (corte de honor) bajo la atenta mirada de los visitantes quienes tampoco perdían ocasión en grabar y tomar fotografías.
Los caballos condujeron a Siegfried y a
Odette hasta el Cour de Marbre, cruzando todo el patio de la corte de honor.
Allí los jóvenes y sus amigos descendieron de la carroza y Jan Siegfried ayudó a su amada a descender.
Allí utilizaron uno de los accesos para las personas con reservas anticipadas que los condujo hasta los grandes aposentos del Rey de París y finalmente al impresionante salón de los espejos.
— ¡El salón de los espejos! —exclamó la princesa maravillada a cada paso que daba—
En el trayecto no dejaban de ser observados y admirados por los visitantes. Muchos de ellos incluso siguieron a la pareja desde su ingreso al Palacio, y al detenerse en medio mismo del salón, un gran círculo humano los atrapó.
De la nada, desde algún rincón del Palacio una canción sonó y a oídos de los jóvenes, la misma llegó.
Era la canción de un baile perdido en el tiempo. La canción de una obra inconclusa.
El eco melodioso de otra vida que resonaba en los recuerdos de promesas prohibidas.
En el reluciente salón de los espejos "La belle au bois dormant" (La Bella Durmiente) de Tchaikovsky contó el mejor de los cuentos de Hadas oído jamás, dónde la historia de Aurora fue reescrita en aquel mundo que ya no le pertenecía.
En Versalles, como en el mejor de los bailes reales se narró la historia de una bella durmiente que ya nunca pudo despertar. Siegfried y Odette bailaron sumergidos en los reflejos que transmitía la melancolía y reflejaba una mágica felicidad.
Al final del baile, con un sublime beso culminó la canción y la historia de una reina llegó a su fin con gran ovación.
La princesa Odette con reverencias agradecía a los visitantes del Palacio que habían oficiado de invitados al baile. El joven Siegfried también agradeció, y en medio del salón unas cuantas palabras pronunció.
Alguna vez le prometí a mí Reina un mágico baile de primavera. Todo estaba listo para hacer de su noche la más mágica e inolvidable de todas, sin embargo, Dios tenía otros planes en nuestro destino y aquella promesa quedó dormida para siempre con mi pequeña Aurora. ¡Hasta ahora! —exclamó tendiéndole una mano a su amada quién prontamente la aceptó dibujando su hermosa sonrisa—
— Gracias a todos por haber formado parte de este baile. Nos han ambientado maravillosamente.
— ¡Muchas gracias a todos! Merci à tous! —agradeció nuevamente Odette con más reverencias—
— Esta noche tendremos el debut de Romeo y Julieta en el gran teatro de la Ópera de París. Quienes no podrán asistir el día de hoy, estarán cordialmente invitados para mañana.
Al culminar sus palabras y en medio de una última ovación Odette y Siegfried enlazaron sus brazos y caminaron nuevamente en dirección a los aposentos del Rey. Allí se acercaron a sus amigos, y Leroy aún continuaba grabándolos.