Las Promesas Que Te Hice

LA LUZ DE UN NUEVO AMOR

BURDEOS - FRANCO

— Señora, no es necesario que vayamos con usted a París.

— Discúlpeme que se lo diga señora Cluzet, pero considero que sí es necesario. Usted en su persistencia por creer que son una molestia es capaz de marcharse con la niña en mi ausencia y no puedo permitir tal cosa. Sirah también es mi nieta y no puede apartarla de mí y de la posibilidad de que conozca a su padre. Debo ir a París y usted y la niña irán conmigo.

— Yo no quería que las cosas fueran de este modo, señora Willemberg. Solo deseaba hablar con su hijo con respecto a Sirah y entregarle la carta que le dejó mi hija Rosaline.

— Yo tampoco quería que las cosas fueran de este modo. Incluso me negué en hablarle a mi hijo sobre la pequeña Sirah por teléfono, pero en vista de que continúa en su mágica burbuja de fantasías allá en París y aún ni siquiera piensa en regresar, he decidido que ustedes me acompañen. Además, estoy preocupada por mi esposo que también se encuentra en París —explicó Esther Willemberg tomando una mano de la señora Cluzet— No debe preocuparse por nada.

El plan de Esther Willemberg de viajar a París era inminente, y tal y como lo había dicho, pese a la advertencia de su esposo de que permaneciera en Burdeos, no tenía pensado dejar a Inés Cluzet y a la niña en Saint Èmilion o en Burdeos.

A poco de marcharse las tres a la estación de trenes, en la residencia Willemberg se hizo presente una inesperada visita. El Dr. Vasseur a quien la señora Willemberg no había visto en meses para su fortuna.

Claro que la presencia del médico de su hijo la dejó extrañada y algo alertada al ver en una de sus manos un sobre de resultados clínicos que no eran ajenos a la mujer pues en incontables ocasiones había recibido sobres como ese relacionado con el cáncer que padecía Jan Siegfried.

— ¡Doctor Vasseur!

— ¡Señora Willemberg! Perdone que me presente así tan de repente. Imagino que mi presencia nunca es de su agrado.

— Me perdonará usted que lo diga, pero tiene razón. Su presencia inmediatamente aflige a mi corazón.

— Es que acabo de llegar de mis pequeñas vacaciones y me enteré de que Jan Siegfried aún no se ha aparecido por la clínica.

— ¿Debía hacerlo? ¿Mi hijo tenía alguna cita pendiente?

— En realidad no. Tuvo una cita previa de chequeos rutinarios antes del viaje que mencionó debía realizar.

— Por favor pase... —le dijo finalmente la mujer para que pudieran conversar mejor al respecto— ¿Todo está bien con Siegfried?

— Todo estaba bien —contestó el doctor entregándole a Esther Willemberg el sobre de resultados de su último examen médico—

Ella abrió el sobre y leyó los resultados que efectivamente y para tranquilidad de su alma no habían arrojado nada malo. No obstante le sorprendió ver el tipo de examen que se había realizado su hijo.

— ¿Una biopsia, doctor Vasseur? ¿Por qué?

— Por lo mismo de siempre señora Willemberg. Manchas y marcas extrañas que le aparecen a Siegfried y que alertaría a cualquier médico que lo asistiera. Un par de días antes de su viaje le realicé un chequeo rutinario y me fijé de inmediato sobre unas marcas extrañas en su espalda, muy distintas a las habituales.

Con la mano en el corazón la señora Esther Willemberg preguntó qué marcas eran esas.

— Eran unas marcas blancas y venosas que se extendían por toda su espalda. Habitualmente solían brotarle manchas oscuras, pero nada como eso. Razón por la cual me alerté y decidí ordenar inmediatamente una biopsia para descartar posibles complicaciones a su padecimiento —explicó el médico dejando a la mujer colgando en sus pensamientos—

— Bueno... pero si aquí dice que los resultados de la biopsia no arrojaron resultados negativos. ¿No hay razón para preocuparse por esas marcas, verdad?

— Es lo que acabo de decirle para no angustiarla. Jan Siegfried no quería tal cosa y fue por eso que me pidió que no enviara los resultados aquí y tampoco a Saint Èmilion. Me pidió que en cuanto estuviesen listos, la recepcionista del hospital se comunicara con él, sin embargo, ella no logró hacerlo y es por eso que me tomé la molestia de venir hasta aquí ahora. Quisiera hablar con Jan Siegfried, y pedirle que pase por el consultorio para ver si esas marcas aún continúan allí. Las veces que intenté comunicarme personalmente con él no tuve éxito.

— Mi hijo está en París, doctor Vasseur y difícilmente uno puede comunicarse con él, pero me da mucha tranquilidad de que haya venido hasta aquí. ¿Se imagina como estaría yo sí aquellas marcas se debieran a algo malo? Definitivamente, Dios se apiadó de mi hijo.

— Bueno... ¿Al menos podría decirle que me dé una visita al consultorio en cuanto regrese?

— Eso no lo dude, doctor. Yo misma me encargaré de que mi hijo cumpla con su consulta de rutina.

— Bien… me voy tranquilo entonces.

— ¡Gracias otra vez!

Cuando el doctor Vasseur abandonó la residencia Willemberg, La señora Esther en compañía de Inés Cluzet y su pequeña nieta Sirah partieron rumbo a la estación de trenes de Burdeos para ir rumbo a París.

— ¿Qué sucede pequeña? Estabas muy contenta por conocer París.

— Dejaré solo a mi arbolito de uvas.

— Ay, mi amor... si ya te dije que Mauries cuidará muy bien de tu arbolito. Además, él mismo te lo prometió. Mauries en compañía de los demás capataces saben cuidar muy bien de los viñedos. Y usted señora Cluzet, debería cambiar esa cara también.

— Permítame insistir que está no me parece una buena idea. Estamos a tiempo de bajar de este coche. Mi nieta y yo no tenemos nada que hacer en París.

— ¿Cómo que no? Sirah conocerá a su padre en París. Ella así lo desea, al igual que su hija a quien Dios la tiene en su gloria.

— ¿Y si él rechaza a Sirah?

— Deje de repetir eso. Mi hijo no hará tal cosa. ¡Mi amor! —exclamó refiriéndose a la niña— No debes temer por nada de eso. Jan Siegfried, tu padre te adorará inmensamente con tan solo verte.



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En el texto hay: fantasia, angeles, promesas

Editado: 10.02.2022

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